A veces es inevitable caer en el lugar común de “clásicos inoxidables”. Pero cuando uno está ante un show de Miguel Mateos es lo primero que se siente. ¿De qué manera se puede llamar a hits como “En la cocina, huevos”; “Perdiendo el control”, “Mi sombra en la pared”; “Llámame si me necesitas” y “Un gato en la ciudad”? Como si fuera poco, el show que pasó por Rosario en el teatro El Círculo tuvo un plus, porque esos temas inolvidables, que fueron parte de la banda de sonido de los veinteañeros y veinteañeras de los años 80, sonaron en clave sinfónica. Y aunque a veces ese formato suele encorsetar a las bandas de rock y pasteurizar el costado salvaje que caracteriza el género (pasó con los episodios sinfónicos de Cerati y también con Ciro y Los Persas), aquí sucedió todo lo contrario. Al mando del director Edgar Ferrer, una orquesta sinfónica de cuarenta músicos de la ciudad se lució para vestir con elegancia temas como “Obsesión” y “Atado a un sentimiento”, pero también a una balada entrañable como “Beso francés” o “Si tuviéramos alas”. De yapa, Mateos, junto a su banda infalible en la que se destacaron los punteos punzantes del crédito rosarino Ariel Pozzo, presentó parte de su ópera rock “Los Tres Reinos” con el aria “Ambrosía” (que se incluye en el disco en vivo “Miguel Mateos Sinfónico”), con la participación exquisita de Antonella Cirillo en voz. El final, como tenía que ser, fue con “Tirá para arriba” y el bis, a pedido de un público en llamas, fue “Bar Imperio”. Miguel Mateos volvió a demostrar el romance con su público, que sigue siendo fiel a esa música que lo hacía bailar en los boliches y hoy los hace cantar y celebrar también en un teatro con orquesta. Quizá no haya mucho que explicar. Es que, simplemente, hay canciones que te atan a un sentimiento.