Uno de los templos que pueden visitarse se llama "Nuestra Señora del Patrocinio" y está emplazado en Tenaún, un hermoso pueblito ubicado sobre la costa que mira hacia las islas Chauques y al continente, paradójicamente donde el océano Pacífico le hace honor a su nombre. Desde el hotel Tierra Chiloé, nuestro punto de partida y desde donde salen todas las excursiones, se tarda poco más de una hora en combi. En idioma mapuche, Tenaún significa "Tres montes" que son los que custodian las espaldas de la aldea que de por sí sola destila una belleza singular bajo un cielo prácticamente despejado y cara a cara con el mar.
Las casas de madera de alerces y canelos suelen exhibir las clásicas tejuelas en las paredes y techos que presentan gran variedad de formas. El detalle decorativo de estas piezas puede verse en casi toda la isla. En el pasado, el estilo de recorte o de trabajo artesanal que presentaban las tejas, sumado a la combinación con la que estaban colocadas en el exterior de las viviendas exhibían el nivel económico de la familia que vivía allí.
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"Nuestra señora del Patrocinio", la iglesia de "Las tres torres", en Tenaún.
La iglesia, con sus tres torres en la fachada (en honor a las mencionadas montañas) pintadas de celeste con detalles en blanco y enfundada en rigurosa madera es la corona de la reina, o como también se dice la frutilla del postre. Su construcción data de 1845 y tras obtener el rango de Patrimonio Histórico de la Humanidad se le fueron realizando tareas de restauración y mantenimiento. Y hoy luce soberbia y brillante.
La nave central del santuario tiene el techo circular como si fuese el casco de un barco invertido. La historia cuenta que los pobladores de aquella época se dieron maña de esa forma para construir la parroquia. Fabricaron todo en madera, incluso clavos y hasta crearon candados con ese material. "Este era un pueblo de pescadores y carpinteros. Construían y reparaban sus propias embarcaciones. La iglesia tiene esa forma porque era lo único que sabían hacer. Construyeron el casco de un gran barco, lo dieron vuelta y colocaron unas columnas de madera para sostenerlo. Así nació la iglesia", cuentan Yuri y Nacho, los guías que nos acompañan en esta parte del recorrido.
La iglesia es austera y los detalles en madera rústica, pero bien cuidada le dan una calidez que al visitante le hace pensar que el tiempo se detuvo. Entonces se puede subir por las entrañas de la torre principal y permitirse una leve sensación de vértigo al trepar por la angosta escalera en busca del campanario para poder observar la bahía a través de una de las pequeñas ventanas.
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La Williche, la embarcación que llegará hasta Mechuque.
Foto: Verónica Torres (Tierra Chiloé)
A una cuadra de la iglesia uno se encuentra con la casa de la familia Bram, pintada de amarillo y rojo, que conserva el estilo arquitectónico clásico del siglo XIX. Caminar por las tranquilas callecitas de Tenaún, donde se mezclan la suave brisa de un mar calmo con viejos letreros y señales de prevención de tsunamis, es un lindo ejercicio para escuchar las historias fantásticas que rodean esta tierra.
En el muelle de Tenaún espera la Williche, la embarcación del hotel Tierra Chiloé que nos llevará hasta Mechuque, en las islas Chauques. Son 40 minutos de navegación entre fiordos en una acogedora nave construida toda en madera, especialmente para el hotel. Es el momento propicio para hacer un "breack", relajarse y degustar las exquisiteces de la zona mientras se disfruta del paisaje y la iglesia de "Las tres torres" va quedando atrás.
El viaje en barco es sereno por el canal Quicaví. El clima es muy bueno y eso ayuda para que el desembarco en gomón, previa colocación de chalecos salvavidas, se concrete sin sobresaltos, más allá de los vaivenes propios del suave oleaje. Unos instantes después "se hace pie" en una playa de piedras parecidas al "canto rodado", pero mucho más grandes.
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Almuerzo a bordo de la Williche.
Foto: Verónica Torres (Tierra Chiloé)
Es el inicio de un trekking con el que se cruza gran parte de la isla desde el norte al sudoeste. El día ya es diáfano en esta parte de la Tierra y eso permite ver hacia el lado del continente las siluetas de los volcanes Michimauida y Corcovado. Entonces se encara, bastón en mano y cantimplora colgada de la mochila, lo que será una caminata de algo más de una hora. Muy importante, fundamental, llevar gorra o sombrero y protector solar. El paseo tiene un par de tramos empinados con mediana dificultad que requiere ir regulando las energías para disfrutar a pleno. Para este caso, pero también para otros paseos, siempre es bueno llevar abrigo liviano o prendas que uno pueda ir quitándose a medida que la temperatura empieza a apretar, además de calzado cómodo.
A medida que se avanza hacia Mechuque, en medio de una colorida vegetación donde aparecen frutos silvestres, el paisaje va tomando otra dimensión. Algunas de esos productos de la naturaleza son comestibles, pero siempre se aconseja, antes de ingerir alguno, consultar con los guías para evitar algún problema o molestias estomacales. A mayor altura el visitante toma consciencia del por qué a este conjunto de pequeñas islas también se la llama la "Venecia chilota".
Mechuque
La vista panorámica del archipiélago de las Chauques es maravillosa. Después de un breve descanso para reponer fuerzas, el camino de ripio finalmente ingresa en Mechuque, un pueblo en el que viven poco más de mil personas y que parece detenido en el tiempo. Lo pintoresco del pueblo sumado al desbordante paisaje natural que lo rodea no deja de poner en un futuro incierto a la localidad cuyo principal problema en la actualidad es la migración de jóvenes hacia las principales ciudades del país, y que dejan a Mechuque muy cerca de ser una localidad en vías de extinción. Aquí, y al igual que en Castro, la capital de la isla, se ven en la zona costera los palafitos.
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Los famosos palafitos de Chiloé. Se ven en Mechuque y en Castro, la localidad más grande de la Isla.
Foto: Verónica Torres (Tierra Chiloé)
En Mechuque se puede visitar "La casa de Berta Barrientos", una vecina fallecida hace pocos años que transformó su hogar en una casa de huéspedes. Durante mucho tiempo fue el único lugar donde los viajeros podían alojarse en Mechuque. Lo singular de la vivienda es que se conserva intacta y refleja cómo vivían los habitantes del pueblo. La vieja cocina-estufa a leña se lleva todos los elogios. Allí se puede ver también el Museo de Don Chelo, el marido de Berta, con una asombrosa colección de todo tipo de objetos de todas las épocas. Otra visita imperdible es a la única escuela primaria de la zona montada sobre palafitos. Actualmente, la institución funciona en otro edificio más acorde a estos tiempos, pero la "vieja" escuelita conserva sus aulas como entonces y hoy es utilizada como centro social y cultural.
Para despedirse de Mechuque se puede optar por paseos en kayaks o en gomones Zodiac para recorrer los canales y los brazos del mar que se meten como una cuña en el archipiélago. En esa travesía uno puede aproximarse para contemplar especies de pingüinos, patos y los "reyes" del lugar, el zarapito trinador y el zarapito de pico recto. Estos últimos viajan miles de kilómetros huyendo del frío del hemisferio norte para alimentarse en Chiloé.
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Paseo en kayaks, una de las opciones para recorrer los fiordos y canales en las islas Chauques.
Foto: Verónica Torres (Tierra Chiloé)
Para emprender el regreso a Tierra Chiloé se aborda nuevamente la "Williche". Ahora serán tres horas de navegación entre los fiordos, y la tripulación tiene lista una reconfortante merienda. A los pocos minutos de haber zarpado, alguien del equipo avisa que había visitas en los alrededores del barco. Al menos un delfín chileno es perfectamente visible aunque por unos segundos, con su lomo entrando y saliendo del agua en un par de oportunidades. No se pudo determinar cuántos cetáceos eran. Quizás no más de dos, pero qué importa. De tan fugaz, la secuencia no queda registrada en una fotografía o en video, nadie hace a tiempo a preparar sus equipos. Pero el repentino paso del pez queda grabado en las retinas de cada uno.
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Tonina o delfín chileno. Suelen aparecer durante la excursión a la Islas Chauques.
Foto: Verónica Torres (Tierra Chiloé)
Una buena opción para cerrar un día lleno de sensaciones fuertes es hacer una cabalgata nocturna por los alrededores de Tierra Chiloé. El resplandor de las estrellas y de la luna reforzado por el agua en una especie de espejo natural es deslumbrante, y la magia vuelve aparecer cuando se accede a la playa. Se avanza a paso muy lento porque los caballos meten las patas en la arena mojada, signo de que la marea ha bajado hace poco.
De pronto la silueta fantasmal de un barco encallado y literalmente abandonado en la orilla hace recordar que estamos en tierra de mitos y supersticiones. Por las dudas, René, el vaqueano de la zona despeja las inquietudes por si hiciera falta. Hace muchos años, la embarcación se hundió cuando estaba anclada a 400 metros de la orilla. Su dueño la rescató, pero no tuvo mejores planes para ella y la dejó así como la vimos nosotros, recostada sobe la banda izquierda, totalmente oxidada.
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Rumbo al Muelle de las Almas. Una caminata en busca del océano Pacífico.
Fotos. Verónica Torres (Tierra Chiloé)
Para llegar al "Muelle de las almas" hay que pasar primero por Castro, la ciudad más importante de Chiloé, y después cruzar toda la isla en dirección al oeste. Es un trayecto que debe hacerse en auto. Es sábado a la mañana y el tránsito y la actividad en la localidad es intensa. La marea está baja y es una buena oportunidad para buscar la foto que todos los turistas quieren: con los palafitos de fondo. Son casas construidas sobre la ribera del mar o sobre sectores de barrancas. Las viviendas están sostenidas en el aire por columnas de madera. En Castro sólo quedan en pie, en buenas condiciones, los que están ubicados sobre calle Gamboa. La mayoría de estas construcciones sucumbieron con el terremoto de los años '60. La postal es bellísima. El retroceso de la marea deja ver "las patas" desnudas de las casas que se transformaron en un ícono chilota. Habrá que esperar seis horas para que el régimen de mareas cambie, el agua suba y el paisaje cambie.
La primera parada en busca del océano Pacífico es el lago Huillinco que, conectado con el Cucao desemboca en el mar. Esa gran superficie hídrica presenta un detalle especial: tiene agua mitad dulce mitad salada color café o un marrón claro. Esa tonalidad no impide ver, parados sobre el muelle que ingresa unos cien metros sobre el lago, el fondo pedregoso. Esa coloración no surge por un efecto del reflejo de la luz natural en el agua. En toda la zona hay un árbol llamado Tepú, cuya raíz tiñe las aguas que pasan por el subsuelo y desembocan en el lago. No es tóxica, no mancha y no impide que en el verano se realicen actividades naúticas.
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El Muelle de las Almas, un balcón alucinante al océano Pacífico.
Foto: Verónica Torres (Tierra Chiloé)
Luego de transitar una hora más en auto se llega al punto de partida de la caminata que desembocará finalmente en el "Muelle de las Almas". El trekking es entre bosques bajos con árboles castigados por el viento, con trepadas y bajadas, se cruzan cercos y se abren y cierran puertas de madera. Así se llega a un mirador en lo que se denomina Punta del Pirulil, donde queda expuesta la inmensidad del paisaje. Una estructura de madera, una especie de rampa simboliza el lugar donde, según la historia, llegan las almas a tomar su viaje hacia la eternidad. El muelle es una obra del artista Marcelo Orellana Rivera que fue construida en 2007 y que es otra de las fotos obligadas en la mágica Chiloé.
Si el tiempo acompaña y el sol asoma su cálida luz, el lugar da para sentarse unos minutos y descansar, tomar unos mates y porqué no también comer algo. En medio de esa belleza descomunal uno tiene la posibilidad de contemplar la colonia de pájaros cormorales imperiales en la parte superior del risco y a los lobos marinos en la parte inferior en contacto con el agua. Son los bramidos de esos animales los que en la leyenda se atribuyen a las almas desahuciadas que quedan "estancadas" en los acantilados de Pirulil.
Manjares del sur
Es hora de volver al hotel, pero en el camino hay que hacer otra parada. En este caso en el restaurante de Morelia, donde se pueden degustar "las mejores empanadas caseras" de toda la comarca. La propia mujer al frente de su emprendimiento familiar, las ofrece en gran variedad de gustos. Y lo cierto es que no hay nada de exagerado en la promo. "Mi fama la hice con el boca en boca, pero también con las redes sociales", dice la anfitriona antes de despedirnos.
En el regreso a nuestro alojamiento nos espera una nueva pasada por Castro. La marea ya cambió el paisaje de los palafitos y en la plaza que está frente a la histórica iglesia San Francisco hay un festival solidario. El templo es otra de las maravillas señaladas por la Unesco digna de visitar. Será en la próxima visita. El edificio está sometido a un tratamiento antitermitas. El sol sigue arriba y la fiesta en el centro de la ciudad sigue a pleno. Llegamos al hotel cansados, pero con el pecho inflado de alegría. Cuando la noche de despedida va cayendo, todos rendimos tributo al curanto, una comida que es cocinada con una técnica ancestral de los pueblos originarios de la Patagonia. Se entierran verduras, carnes rojas, pollo y mariscos en un pozo no profundo que tiene en el fondo un colchón de piedras, brazas, hojas y plantas de la región. Sobre esa base se colocan los alimentos que luego se tapan con más hojas, piedras, bolsas de arpillera y tierra. Mientras el manjar se pone a punto en el horno natural, el día sigue bajando y entonces es un buen momento para levantar una copa de vino y desear todos juntos volver algún día a la isla de los misterios.