Rody Bertol, director del grupo Rosario Imagina, estrena hoy “Aquella vez. Mañana será otro día”, en el marco de los 30 años de uno de los grupos teatrales más reconocidos de la ciudad. “Creo que me salió una obra para público general. Es algo profundo y simple y muy actual”, resumió Bertol en diálogo con Escenario sobre esta pieza que surgió del tiempo de introspección que significó el aislamiento por la pandemia y en la cual, a través de cuatro historias muy personales, habla de “la vida, el amor y la muerte”. “Aquella vez”, que cuenta con las actuaciones de Gustavo Maffei y Mariana Pevi, bajo la dirección de Viviana Trasierra, forma parte del ciclo “Sobre ángeles, demonios y fantasmas” que se desarrollará a lo largo del año y que incluye otras cuatro obras. El ciclo fue elegido en un concurso del programa Plan Fomento del Ministerio de Cultura de Santa Fe.
“Es una obra hecha con mucho amor y mucho duelo porque fue como decir ahora qué hago con todo esto: falleció mi vieja, mi viejo, el Covid, el aislamiento. Un poco como para no volverme loco o deprimirme, me puse a escribir”, contó el creador sobre este trabajo con el cual regresa al ruedo después de 30 meses. “Aquella vez. Mañana será otro día” sube a escena esta noche, a las 21, en el CEC (Paseo de las Artes y el Río). Las funciones se reiterarán los días 22, 28 y 29 de abril.
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"Es algo profundo y simple y muy actual”, dijo Rody Bertol sobre la obra que habla de “la vida, el amor y la muerte”.
¿Cómo estás tomando este regreso al teatro después de tanto tiempo?
He pasado otros estrenos de taquito, pero en este caso por el contenido que tiene la obra, por la exposición que siento en lo interno, me pone muy vulnerable, muy emocionado por varias cosas. Nosotros estábamos cumpliendo 30 años y me di cuenta que hacía 30 meses que no estrenaba una obra. Es algo feliz, porque salís a un montón de paisajes familiares del teatro que había perdido, los ensayos, los cafés, la incertidumbre de cómo va la obra, los camarines, la adrenalina del estreno. Y después de una larga y dolorosa travesía, llegar a ese lugar donde hago lo que más me gusta hacer en la vida que es hacer obras de teatro. Me emociona eso y esta que es una obra que está hecha con mucho amor y mucho duelo porque fue decir ahora qué hago con todo esto: falleció mi vieja, mi viejo, el Covid, el aislamiento. Un poco como para no volverme loco o deprimirme, me puse a escribir.
¿Cómo empezaste?
Yo soy fan de los audios y agarré el teléfono. Estoy viviendo en una casa cerca de Rosario que tiene un parque y una calle por la que no pasa nadie, y a eso de las 2 ó 3 de la mañana salía a caminar y te imaginás los vecinos... (risas) Iba asociando y asociando y así al otro día desgrababa lo que me parecía que me gustaba. La edité y salió con mucha fuerza. En realidad hablo de las tres heridas de Hernández, la vida, el amor y la muerte. Cuento cuatro historias, la central es la de mi madre, otra de una mujer, otra de un tío y otra de un amigo, que ficcionalizo, cambio algunos detalles y ahí se va viendo cómo se da esa ley de Derrida que dice que siempre hay uno que se va primero. Es como la ley del amor y la amistad, y esa finitud se hace consciente o inconsciente desde el principio. Por eso él dice que el duelo comienza antes de la muerte y un poco la obra trabaja sobre esos mecanismos. Cuento momentos entrañables, otras emotivas.
¿Cómo se completa el ciclo “Sobre ángeles, demonios y fantasmas”?
Después de “Aquella vez”, viene “El fulgor”, los viernes de mayo y junio en La Manzana, que es la historia de un director de teatro (risas); la otra es “La intemperie”, que es una versión libre del cuento “Los muertos”, de Joyce, que estrena en julio y me lleva para otro lado. Después, en septiembre, “Juegos de la mente”, que la dirige Juan Nemirovsky. Al final viene una especie de bonus track que se va a llamar “Ure” y que tiene todos textos de Alberto Ure, con la actuación de Cristian Marchesi y ya hicimos los primeros ensayos.
Esta no es la primera vez que hacés teatro con temas personales, ya lo hiciste con trilogía que empezó con “El arbolito rojo”...
En realidad esta vez, la única que tiene mucha exposición es “Aquella vez”, las otras tienen menos. Pero siento que no hay nada mejor sobre lo que podemos hablar que lo que hemos vivido y aunque lo ficcionalice y por momentos me vaya en cosas que no pasaron pero que están ahí, es lo que más me acerca a hablar. Es como decir que para ser original hay que volver al origen. Esa es la idea, hablar de cosas genuinas. Onetti decía que el arte es una larga confesión.
¿Es una forma de catarsis?
De catarsis y de mirar el pasado de otra manera. Creo que el pasado es la materia más contundente para la creación. En retomar una cosa del pasado también se va intentando querer cambiarlo. Hay una frase de un poeta ruso que dice que el pasado se mira apasionadamente en el futuro.
El pasado es también cómo se lo recuerda...
Es así, los recuerdos mienten un poco. Uno lo recuerda de una determinada manera y de algún modo lo acomoda a cómo le viene mejor.
Mencionaste que no hay nada mejor sobre lo que podemos hablar que sobre lo que hemos vivido. Independientemente de lo emocional y lo personal que tiene la obra, ¿qué análisis hacés como psicólogo, desde lo empírico, desde lo racional, de este proceso y las consecuencias que implicaron el aislamiento y la pandemia?
Siento que durante la época del aislamiento no se inventó nada. Lo que pasó es que salieron afuera un montón de cosas que subterráneamente fluían en las relaciones, crisis que uno tenía, que empezaron a implosionar en todos cosas que antes estaban tapadas ya sea por el trabajo, por la rutina diaria. Por ejemplo, hubo un momento que no la pasé tan mal, porque me puse a escribir y eso era como una línea de fuga, como dice Pavlovsky, tenía todo el día para mí. Era una línea de fuga en la cual yo me instalaba como en otro mundo, después volvía, pero me permitía estar contenido. No toda la pandemia, que fue tremenda, fue una cosa terrible.
¿Qué te produce que, tratándose de una obra tan personal, la dirija otra persona?
Es una experiencia muy interesante, muy rica que estoy viviendo con las tres mujeres que dirigen las tres obras que escribí. Me pasa que me siento enriquecido porque es la visión de otra generación. Y me tengo que morder, voy a ser sincero, no digo nada, me voy para que la experiencia de dirección de ellas sea plena. Como corresponde, como un compañero de trabajo más, que hagan lo que se les ocurra. Yo se que esto es muy rico, que les va a dar un gran empuje para empezar a dirigir. Además yo hice mucho y uno tiende a repetirse. Yo le pongo Spinetta a todo, melancolizo... (risas) De pronto viene una flaca con otra propuesta y es una mirada refrescante que me saca de la reiteración. Esa verdad esa verdad de Perogrullo que dice que uno está haciendo siempre la misma obra.
Al principio hablabas del estrés del estreno, de la ansiedad por la obra. Después de treinta años, ¿nunca te planteaste dejarlo todo y terminar con eso?
¡Me lo recontra planteo y me lo he planteado siempre! Nunca lo he podido lograr... Hace unos cuantos años que digo esta es la última y me despido de todo con mis compañeros...
Como Los Chalchaleros...
Como Los Chalchaleros me vengo despidiendo desde hace varias obras y después aparece otra y digo esta es la última y ahora también estoy diciendo que esta es la última...
Es como una adicción...
Es como una adicción, aunque ahora me estoy corriendo al tomar el lugar de la autoría porque estoy muy cansado de lo grupal. Desde los 17 años que estoy en grupos con todo lo que implica un grupo... El lugar del autor al lado del de director es maravilloso. Voy a la sala y pregunto, che ¿ya montaron todo? ¿cómo están? Después me siento en un lugarcito... Es constantemente querer correrme de a poco de esto que tanto amo, pero es como una adicción, tendría que armar uno de esos grupos de autoayuda con gente del teatro (risas).