Los amigos de Aramburu, el general Bernardino Labayru, su jefe de la Casa Militar; el ex sub jefe de Policía, capitán Aldo Molinari; el ex diputado de UDELPA, la fuerza política creada por Aramburu, Héctor Sandler, y los socialistas Américo Ghioldi y Carlos Sánchez Viamonte, miraron con desconfianza al ministro del Interior, general Francisco Imaz, pasado a retiro en 1956 por su posición a favor de Lonardi, lo mismo con el asesor de Onganía y al titular de la Secretaría de Inteligencia del Estado, vicecomodoro Ricardo Campodónico.
FOTOS PUBLICADAS POR REV ASÍ DEL ROSARIAZO DE 1969 Y DONADA POR ANIBAL REYNALDO AL MUSEO DE LA CIUDAD - FOTO JOSE GRANATA rosariazo rosariazos 1969 foto archivo la capital - 5312464.jpg
Manifestación por el asesinato de los estudiantes Adolfo Bello y Luis Blanco en marco del primero de los dos Rosariazos. Azos que pusieron fin a la dictadura militar de Juan Carlos Ongania.
Fuente: Revista 'Así', donación de Aníbal Reynaldo al Museo de la Ciudad
Hacia el mediodía un comando “general Juan José Valle” (el jefe militar que Aramburu hizo fusilar en junio de 1956), de una desconocida organización autodenominada Montoneros, se adjudicó el secuestro. El grupo estuvo integrado por Fernando Abal Medina, Gustavo Ramus, ambos abatidos tres meses más tarde, Norma Arrostito, asesinada en la Escuela de Mecánica de la Armada durante la dictadura, Emilio Maza, también muerto cuando intentó copar una comisaría en Córdoba, Norberto Crocco, que supuestamente se suicidó en 1971 (cuñado del que sería años después el jefe carapintada Aldo Rico), Sabino Navarro, Carlos Capuano Martínez, también abatidos más tarde, y Mario Eduardo Firmenich, el único sobreviviente hasta hoy.
El 1 de junio, Montoneros comunicó que Aramburu había sido ajusticiado. Lanusse y Gnavi acordaron que el tiempo de Onganía había terminado, sólo faltó convencer a Rey, quién pronto comprendió la superioridad del Ejército y la Armada frente a la Aeronáutica. La decisión fue destituir al presidente. Lo que no tuvieron claro fue a quién designar en su lugar. ¿José Rafael Cáceres Monié, entonces ministro de Defensa y hermano de Jorge Esteban, un general que sería asesinado por Montoneros en 1975? No, su filiación frondizista no lo hacía muy recomendable; lo mismo pasaba con la candidatura del general Juan Enrique Guglialmelli. También pensaron en el ex ministro del Interior de Guido y entonces embajador en Brasil, Osiris Villegas, y en el general Alcides López Aufranc, pero a la Armada le traía malos recuerdos por la captura de la base de Punta Indio, en 1963. También se barajó que fuera Lanusse, pero le jugó en contra la fama que se echó encima en 1955, cuando siendo jefe de Granaderos, regimiento escolta de los presidentes, estuvo del lado de Aramburu y no de Lonardi.
Finalmente, el 8 de junio, el jefe de la Casa Militar, general Luis Carlos Gómez Centurión (más tarde gobernador de la provincia de Corrientes durante la dictadura de 1976) fue el encargado de informar a Onganía que las FF.AA. exigían su renuncia. El presidente pidió vestirse con su uniforme militar y marchar al Comando en Jefe para relevar personalmente a Lanusse. El Director de Ceremonial, coronel Antonio Buasso, lo convenció de lo imprudente que sería la patriada.
Cerca de la medianoche, el otrora victorioso jefe de los azules, fue al encuentro de los comandantes, reunidos en el Ministerio de Defensa. En un encuentro breve y tenso Onganía les arrojó su renuncia y se marchó a su casa. La Junta de Comandantes se hizo del poder y días más tarde, por sugerencia de Gnavi, designó al agregado militar en Washington, general Roberto Marcelo Levingston, presidente de los argentinos.
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Rosariazos: incendio de troles en el Cruce Alberdi.
Foto: Archivo La Capital
Levingston se enteró entonces de la buena nueva y voló inmediatamente a Buenos Aires. Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza, el mayor Héctor Ríos Ereñú, ayudante de campo de Lanusse (y futuro jefe de Estado Mayor del presidente Raúl Alfonsín), lo estaba aguardando al pie de la escalinata del avión para conducirlo a la residencia de Rey, en las cercanías del aeropuerto. Levingston no tuvo ni tiempo de pasar por su casa, los comandantes estaban ansiosos por desayunar con él. El militar aceptó la oferta, ahora solamente quedaba armar un gabinete de ministros y saber qué política seguirían: la apertura de la Revolución Argentina o la profundización de sus objetivos.
El presidente designado aceptó, no muy convencido, como ministro del Interior, al brigadier Eduardo Mc Loughlin y nombró a Carlos Moyano Llerena, ministro de Economía. Aldo Ferrer, ex ministro del gobernador de la Provincia de Buenos Aires Oscar Alende, se hizo cargo del Ministerio de Obras Públicas. El nacionalista Luis María de Pablo Pardo, que había sido canciller de Lonardi, regresó al Palacio San Martín y Juan Alejandro Luco, un abogado de origen peronista, pasó a desempeñarse como ministro de Trabajo. De la gestión de Onganía quedó en Defensa, José Cáceres Monié, y el ex marino Francisco Manrique fue designado ministro de Bienestar Social.
Manrique había sido jefe de la Casa Militar de Lonardi, aunque jugó a la destitución del presidente. Junto a Lanusse y al entonces coronel Eduardo Cabanillas fueron encargados por Aramburu de “darle cristiana sepultura” al cadáver de Eva Perón, que los libertadores habían secuestrado de la sede de la CGT, y escondido en la SIDE. La obsesión del secretario de Inteligencia, teniente coronel Carlos Moori Koenig, con que alguien sabía del secreto que escondía, hizo que trasladaran nuevamente el cadáver al altillo de la casa de su segundo, el mayor Eduardo Arandia. La esposa de este, Elvira Herrero, intrigada sobre qué cosa guardaba su marido en el altillo, subió una madrugada. Alertado Arandia por los inesperados ruidos y pensando que alguien de afuera intentaba quitarle el ataúd, disparó en la oscuridad y mató a su mujer. Por eso se armó la Operación Traslado, que llevó el cadáver de Evita a un cementerio en Milán.
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Rosariazos: la policía dispara a manifestantes en los balcones de edificios.
Foto: Archivo La Capital
Vale la pena la digresión y volver a Manrique. Cuando dejó la Armada en 1958, se dedicó al periodismo, fundando una revista, El Correo de la Tarde, financiada con publicidad oficial. Desde allí criticaba al presidente Frondizi y al gobernador Alende, pero a fines de 1963, ya sin financiación la cerró. De todas maneras, en los años de Onganía se las rebuscó para sacarlo como semanario. También Manrique inauguró la política mediática. El dueño de Canal 9, Alejandro Romay, le dio un micro en el noticiero de la tarde, desde donde hablaba de la actualidad política.
Los días de Levingston empezaron ajetreados. El 16 de junio apareció el cadáver de Aramburu. El cielo plomizo del invierno porteño acompañó las exequias del general asesinado hasta el cementerio de La Recoleta. Una parte de los argentinos estuvo estupefacta e indignada por el crimen. Otra recordó el derrocamiento de Perón y los fusilamientos de junio de 1956.
A pesar de la disolución de los partidos políticos impuesta en 1966 por la Revolución Argentina, el 11 de noviembre de 1970, Ricardo Balbín y Enrique Vanoli de la Unión Cívica Radical del Pueblo, Jorge Daniel Paladino y Benito Llambí del Partido Justicialista, Horacio Thedy del Partido Demócrata Progresista, Jorge Selser del Partido Socialista, Leopoldo Bravo del Partido Bloquista, Vicente Solano Lima del Partido Conservador Popular y el comando civil Manuel Rawson Paz, presentaron en sociedad a La Hora del Pueblo, un espacio pluralista que emitió un crítico documento sobre el gobierno, al cual le exigían el levantamiento de la prohibición de los partidos políticos y un pronto llamado a elecciones. También establecieron un puente con Lanusse que se manifestaba partidario de volver a la institucionalidad.
Diez días más tarde, en Rosario, se constituyó el Encuentro Nacional de los Argentinos, que integraron los peronistas Raúl Bustos Fierro, Enrique Carballeda y Jesús Porto; los radicales Conrado Storani, Aldo Tesio y Roberto Cabiche; los comunistas Héctor Agosti, Rubens Iscaro y Moisés Cherñavsky y el ex Rector de la Universidad de Buenos Aires Risieri Frondizi.
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Rosariazos: incendio de un trole en el Cruce Alberdi.
Foto: Archivo La Capital
A diferencia de Lanusse, Levingston se mostró partidario de encauzar y profundizar la revolución, así empezó a mover sus propias piezas. El ministro del Interior Mc Loughlin renunció en desacuerdo con Levingston que había nombrado al dirigente nacionalista Enrique Gilardi Novaro como subsecretario de la cartera de gobierno, pasando por encima de su autoridad. Esto permitió al presidente designar al brigadier Arturo Cordón Aguirre a cargo del Ministerio. El brigadier era hombre de confianza de Rey. Así, Levingston puso una cuña dentro de la Junta de Comandantes.
El ministro de Obras Públicas, Aldo Ferrer, pasó a ocuparse también de la cartera de Economía, dándole un “giro nacionalista” a la política económica y profundizando la perspectiva desarrollista. Se puso en marcha un plan vial, que incluyó el proyecto de la autopista Bs As-La Plata y la construcción del puente Zárate-Brazo Largo.
Mientras tanto la violencia política crecía. El dirigente del gremio del Vestido, José Alonso, fue asesinado el 27 de agosto. El crimen se lo atribuyó Montoneros. El 18 de septiembre la organización de origen trotskista Ejército Revolucionario del Pueblo asaltó una comisaría en Rosario hiriendo de muerte al sargento Félix Ocampo y al cabo Eugenio Leiva. El 14 de octubre Montoneros asesinó al subcomisario de la Federal Osvaldo Sandoval, en el barrio porteño de Villa Urquiza.
Antes de terminar el año la Armada presentó un esbozo de plan político que recomendaba aumentar los años requeridos por la Constitución para la renovación de las cámaras legislativas (en vez de cada dos años hacerlo cada cuatro) y suprimir el Colegio Electoral y establecer la elección directa del presidente, el vicepresidente y los gobernadores.
El año 1970, que había comenzado estrenando un nuevo peso, el peso Ley 18.188, terminaba con un nuevo Censo nacional. El resultado arrojó que en el país vivían 23.364.431 de habitantes.
Serie (1 de 4), Recuerdo del '73: ¿revoluciones o golpes de Estado?
(*) Gustavo Dalmazzo es historiador, profesor de la Universidad de Buenos Aires, ...