A 40 años del regreso de la democracia al país, el gobierno de Javier Milei comienza a pasar de los dichos a los hechos en un escenario minado de incertidumbre, tanto por el eventual liderazgo a ejercer por un outsider que, sin expertise ejecutiva, terminó pateando el tablero político, como por el alcance de una batería de reformas que pendulan entre lo ideológico y la delicada coyuntura económica. Pero, sobre todo, en función del escaso nivel de tolerancia de una sociedad argentina agotada por una crisis alimentada por el propio Estado en las últimas décadas.
El balotaje presidencial reflejó, a la par del resultado que abonó las estadísticas, la aceptación de un gran riesgo social frente a un historial de falta de respuestas.
En ese contexto, la urgencia que también impone un país con sus grandes estructuras políticas fragmentadas, más los déficit propios (poco poder territorial y falta de mayorías legislativas), obligaron a Milei a una presunta amplitud para asegurar gobernabilidad. Y llegó el adiós a esa “casta” eje del mal —y estandarte de campaña— y la bienvenida a Mauricio Macri, Patricia Bullrich y a sectores del peronismo con impronta menemista.
Pero las vacilaciones también son abonadas por las señales emitidas por Milei durante la transición: dejó en claro que él es el gobierno y los demás acompañan (ya le bajó el perfil a la nueva vice Victoria Villarruel). En parte, entonado por el efervescente estado de situación en un PRO que, por el momento, no le permite a Macri avanzar más de lo que previó el expresidente.
El tester
No obstante, la pretensión del ultraliberal de no quedar encorsetado por ningún acuerdo será testeada en breve: despunta el llamado a extraordinarias para un verano con pronóstico de elevada temperatura legislativa. Milei quiere sacar adelante lo más pronto posible el paquete de proyectos que sustentarán su pregonada reforma del Estado y, para eso, deberá demostrar si tiene cintura política para conseguir luz verde. O si, caso contrario, echa mano a los decretos de necesidad y urgencia (DNU), alternativa que inevitablemente potenciará las crispaciones.
En ese marco, Milei podría apuntar también a los gobernadores de todos los signos políticos como favoritos para una sociedad vital. De apelar a esa vía, Buenos Aires significará un desafío mayor dado su nuevo rol de bastión opositor.
Es cierto que el peronismo desanda su crisis estructural y busca una brújula. A la par de Juntos por el Cambio, el oficialismo saliente no supo hallar las respuestas a una sociedad que logró sintetizar viejas y nuevas demandas hacia la dirigencia. Pero de los pasos que vaya dando Milei dependerá también la velocidad del resurgimiento del PJ.
Esperando el impacto
En Santa Fe, Maximiliano Pullaro recibirá este domingo las llaves de la Casa Gris avalado por una contundente cosecha de votos y una histórica supremacía legislativa, que también lo depositan en el centro de la escena política nacional.
Ese fuerte espaldarazo le permitió fijar como prioridades las reformas policiales —la inseguridad imperante sigue exigiendo una respuesta contundente— y judicial (Corte Suprema y Ministerio Público de la Acusación, MPA), para lo cual llamará en breve a sesiones extraordinarias.
Pero el radical deberá obrar como un hábil equilibrista. En paralelo al cuidado de su inédita cuota de poder frente a una sociedad angustiada que ya no otorga cheques en blanco, tendrá que amortiguar las impredecibles consecuencias de la etapa que se abre en una Argentina con su economía en jaque.