La carta empezaba así: “Queridos soldados: esta patria que tan dificultosamente intentamos construir todos, hoy florece en amor de hermano, porque aunque sea a ustedes los que les toque el camino más arduo no están solos”. La escribió la maestra Elena Rigatuso en nombre de todo el curso de 1 grado de la Escuela Primaria Nº 456 Carlos Pellegrini, de barrio Empalme Graneros, una institución pública ubicada en el noroeste rosarino. El texto estaba dirigido a los soldados de Malvinas que estaban combatiendo, al que le llegue. Era abril de 1982 y junto a la carta escrita a mano enviaron algo de ropa y chocolates para paliar el salvaje frío del sur. Chocolates, guantes y una carta de amor. Dos años después desde Embalse (Córdoba) llegó un sobre a la escuela de Elena. El remitente: Aldo Raúl Torres, excombatiente de Malvinas clase 62. “El motivo de esta carta es para agradecerle a los alumnos y a la maestra Elena”, arrancaba el escrito. Aldo había extraviado por dos años aquel papel que lo acompañó en su estadía en el Atlántico Sur y al encontrarlo sintió el impulso de responder, ya que en tiempos de la guerra esas palabras salidas de una escuelita rosarina lo habían nutrido de “fe y esperanza”. Pero por años todo esto quedó ahí, en pausa, aunque clavado en la memoria. Hasta que en febrero pasado, cuatro décadas después de la guerra, la maestra y el excombatiente se contactaron por redes sociales. Esta es la historia de una carta, de un reencuentro a la distancia y también de Malvinas. Una historia mínima de la guerra.
Desde 2014 que Elena Rigatuso está jubilada. Trabajó de maestra de grado durante 12 años y 27 como directora, además de militar en el gremio docente. Está en su casa. Acomoda unos papeles sobre la mesa, se levanta y va a su cuarto. Cuando vuelve sostiene una foto apenas amarillenta. En la imagen ella está de pie a la derecha, con el pelo larguísimo junto a 26 nenes y nenas de 2º C de la escuela 456. Con la yema de sus dedos recorre los rostros y los va nombrando de a uno. Cada tanto se detiene unos segundos y recuerda alguna que otra historia familiar. Acompañó a ese curso de primero a sexto grado. Sabe que algunos no terminaron la primaria, aunque otros sí lograron seguir hasta el nivel superior de la enseñanza. Vuelve la vista a esa foto de 1983. Un año antes, con esos chicos y chicas, fue que decidió escribir a los soldados que estaban combatiendo en la Guerra de Malvinas. De puño y letra. Elena guarda un borrador de ese texto. “Cada uno de nosotros sabrá responder con el mismo valor y la misma justicia que ustedes lo hacen”, dice en una parte la carta que viajó a Malvinas.
—No recuerdo si otras compañeras se sumaron a esa campaña de escribir cartas, pero sí me acuerdo que en toda la escuela juntamos chocolates, bufandas y abrigo.
La historia se sabe, es conocida, porque la colecta fue nacional: las cartas llegaron, pero el abrigo, las alianzas de oro, el chocolate y hasta el alimento quedó en el camino.
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Elena fue maestra, directora de escuela y hoy es docente jubilada.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Ida y vuelta
1984. Ya pasaron dos años de la guerra, había vuelto la democracia al país pero las heridas aún estaban abiertas. Todavía faltaba un año para el Juicio a las Juntas. Una mañana llega a la escuela un sobre con dos estampillas. Escrito con tinta azul de lapicera el remitente dice: “Ex combatiente de Malvinas clase 62 Aldo Raúl Torres. Villa Santa Isabel, Embalse, Córdoba”. La carta de la escuela se le había extraviado y cuando la encontró entendió que, pese al paso del tiempo, debía contestar. Devolver el gesto. En el tercer párrafo escribió: “Yo, como también todos mis compañeros, les agradecemos infinitamente por la carta, ya que nos daba más fe y esperanzas, porque sabíamos que no estábamos solos, que todos los argentinos espiritualmente desde el continente nos alimentaban, y por ese motivo tratábamos de resistir todo lo posible, por nuestras familias y por ustedes”.
Aldo contaba en su carta que había sido designado al Regimiento de Infantería 25 con asiento en Sarmiento (Chubut), y que había estado pegado al aeropuerto, a tan solo 5 kilómetros de Puerto Argentino. “En este lugar —contaba— no nos enfrentamos con los ingleses, pero recibíamos bombardeo aéreo y naval continuamente, pero gracias a Dios en este lugar en este lugar no hubo muertos ni heridos”. Elena dice que la primera vez que la leyeron el sentimiento de alegría invadió a toda la escuela, porque esa hoja a rayas escrita en ambas caras por el excombatiente circuló por todos los salones.
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La carta del excombatiente llegó de puño y letra a la maestra Elena Rigatuso.
Foto: Silvina Salinas / La Capital
Acá se produce un hiato en la historia que se prolonga por cuarenta años. Durante todo ese tiempo la maestra rosarina atesoró esa carta. Más de un vez contó esta historia en sus redes sociales y hasta habló de ella en una nota para el suplemento Educación del diario La Capital, publicada el 2 de abril de 2022. “Yo tenia 28 años y una militancia previa estudiantil con conciencia antiimperialista, así que la guerra la viví con todas las contradicciones. Muchos familiares o vecinos de los alumnos de las barriadas estaban siendo convocados, pero teníamos muy clara la diferencia entre quién dirigía la guerra y los soldados”, dijo en aquella nota, acompañada junto a otros docentes de la ciudad. Elena rastreó entonces a Aldo, le escribió y esperó su respuesta, que llegó recién en febrero de este año. Cuando vio el mensaje a la educadora rosarina se le erizó la piel. “Él me pedía que me calme, pero yo estaba muy emocionada por haberlo encontrado”, recuerda la docente. Lo que siguió fue un intercambio de chats, ponerse al día y prometerse en algún momento conocerse en persona. La maestra y el excombatiente.
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La maestra Elena, junto al curso de la escuela de Empalme Graneros.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Recuerdos de la guerra
Del otro lado del teléfono la voz de Aldo exhala memoria. Vive con su familia en Embalse (Córdoba), la misma localidad desde donde partió en abril de 1982 hacia el sur y desde allí en un Hércules hacia las islas, donde cumplió los 20 años un día de junio. “Me acuerdo que nos mandaban cartas de los chicos y de los colegios para darnos fuerza, como una ayuda espiritual. Las repartieron al azar y creo que a mi me dieron dos, y una era de esa escuela de Rosario”, cuenta Aldo.
Después de Malvinas trabajó de sereno y chofer en los hoteles de la Unidad Turística Embalse, pertenecientes al Ministerio de Turismo Nación, hasta que con 36 años de servicio aceptó el retiro voluntario para excombatientes. En paralelo, se mantuvo activo en el ejercicio de transmisión de la memoria sobre la guerra y más de una vez le tocó asistir a escuelas para hablar con chicas y chicos sobre sus vivencias en el sur. “A veces me preguntan si tuve mucho frío o si me tocó entrar en combate con algún inglés”, dice.
Cada vez que se acerca la efeméride del 2 de abril, para Aldo es revivir muchas sensaciones. Marcas que aquella guerra que debió afrontar con casi 20 años y que dejó huellas en la historia del país. En memoria de aquellos “pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, como reza la canción que se popularizó durante el último Mundial de Fútbol conquistado por la selección argentina.
"Les agradecemos infinitamente por la carta, ya que nos daba más fe y esperanzas, porque sabíamos que no estábamos solos" "Les agradecemos infinitamente por la carta, ya que nos daba más fe y esperanzas, porque sabíamos que no estábamos solos"
“Siempre es muy emotivo —el Día del Veterano y de los Caídos en la guerra de Malvinas— porque se me vienen todos los recuerdos, siempre queda eso. Y si bien no estuve en el frente, en la zona donde estaba yo recibíamos bombardeos aéreo y naval. Y eso hace que a todos nos queden secuelas”, dice el excombatiente.
Los recuerdos se le agolpan y en charla con La Capital dice que cuando apenas llegó estuvo 15 días sin armamento. “Nos dieron los equipos menos el armamento, así que fui sin armas a la isla, porque el que quedaba estaba muy obsoleto. Lo único que me dieron fue una pala rebatible nueva. Recién a los días me dieron un fusil. Fue muy improvisado todo”. También habla del frío, implacable, voraz. “Estuvo muy bravo. Lo más abrigado que teníamos era esa campera Dube verde que todos habrán visto en las fotos. Así que nos arreglábamos con podíamos, porque vivíamos con los pies humedecidos. Cuando podía conseguía papel y me ponía en los pies para que me mantuviese un poco seco”, describe. Cuando llegó la rendición del 14 de junio, Aldo estaba en su puesto en la zona de la costa del aeropuerto: “Estuvieron a punto de mandarnos al frente, porque ya se veían los combates en el monte Dos Hermanas. Nos dijeron que estemos preparados y cuando de madrugada nos avisaron que nos habíamos rendido fue una mezcla rara de alegría y tristeza”. En la carta que escribió a la escuela rosarina, Aldo contó que cuando regresó a su hogar en Córdoba llegó “desnutrido y con un poco de dolor en las piernas debido al intenso frío, pero muy feliz por haberme encontrado con los míos, fue como volver a nacer”.
Hace cuarenta años un intercambio epistolar unió a una escuela rosarina con un joven que peleaba en Malvinas. Aldo prometió que cuando logre superar algunas dificultades de salud tratará de encontrarse con esa maestra rosarina que le escribió en medio de la guerra para darle fuerzas. Mientras tanto, Elena guarda una copia de aquellas cartas. La que recibió de Aldo en 1984 la donó recientemente al Museo Malvinas de la ciudad de Buenos Aires, “para que se conserve como testimonio para todes”, dice la docente.