Para Carolina Duek, cualquier análisis sobre las infancias en pleno 2022, ya sea dentro como fuera del ámbito escolar, debe estar antecedido por una especie de cartel que diga: “Dos años de pandemia”. Sobre todo para quienes reclaman una inmediata vuelta de página en pos de recuperar contenidos. “Como un mecanismo de defensa tendemos a olvidar todo lo traumático que fue y nos cuesta ver en esos niños y niñas con los que trabajamos, vivimos y compartimos lo que supuso estar dos años de aislamiento”, dice Duek, doctora en ciencias sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), investigadora del Conicet y autora de Infancia entre pantallas, El juego y los medios y Juegos, juguetes y nuevas tecnologías. La especialista estuvo presente a principios de mes en la ciudad para dictar la conferencia “Infancias en la Argentina de la pospandemia: redes sociales y medios de comunicación de masas”, en el marco del Congreso sobre Democracia, organizado por la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Allí habló de cómo las infancias atravesaron la pandemia, de la producción de contenidos a través de TikTok y de la necesidad de correrse de los prejuicios para pensar el vínculo de chicas y chicos con las nuevas tecnologías. También de una escuela que, con la vuelta a la presencialidad, atraviesa un período de reconstrucción del vínculo con las familias. “Dos años de pandemia no es menor para la vida de nadie, pero mucho menos para la vida de un niño o niña”, apunta Duek a La Capital.
—Esto es clave también para pensar desde las escuelas.
—Sí, también para docentes y escuelas. Para ver las posibilidades de comprensión e interacción con padres, de interacción con docentes, la posibilidad de sentarse solas o solos a hacer una tarea y de completarla, de poder tener ordenado un cuaderno o una carpeta. Son todas cuestiones que se aprenden en la cotidianidad de la escuela. Por eso digo que sin eso es muy complejo.
—Hablabas también de que estamos en un período de reconstrucción del vínculo con la escuela.
—Lo que identifico a lo largo de estos dos años es que hay una demanda por parte las familias respecto de qué tiene que hacer un chico en la escuela. En muchos lugares del país hubo grandes disensos entre familias que elegían seguir virtual —o cuando se pudiera una modalidad mixta— y el “abran las escuelas”, como el chiste de Twitter, para que los pibes estén ahí.
—Hablando de Twitter, a veces aparece ahí cierta romantización de un pasado vinculado a la infancia.
—No, cierta no, hay una total romantización del pasado que me desespera. Siempre digo que uno recuerda el pasado sin espinas. Vos no te acordás lo solo que te sentías cuando tu mamá o tu papá te decían que vayas al potrero con los pibes si no querías jugar al fútbol y estar con tu mamá. Hay algo de la falta de espinas del pasado, de la falta de angustia y de registro de las violencias sobre los cuerpos infantiles que permiten romantizar un pasado que muy probablemente no fue tan así. Y se usa ese argumento en detrimento de las infancias contemporáneas, solamente para decir que no valoran o no agradecen lo que tienen.
—Con respecto al juego, una vez te escuché el término de hiperpedagogización.
—Sí, porque es como que se han transformado todos los contenidos para niños y niñas en contenidos educativos, en una continuidad pedagógica de la escuela. La hiperpedagogización para mí es una invariante que escribí en 2013 por primera vez y hoy sigo pensando que es una categoría vigente. Tiene que ver con que no hay programa de televisión ni el álbum de figuritas del Mundial que carezca de un dispositivo pedagógico que lo acompañe.
—¿Por qué?
—Porque pareciera que todo tiene que ser educativo para convencer al mundo adulto que adquiere ese producto con la promesa de educar a ese niño. Entonces la idea de que todo tiene que ser educativo es agotadora. Pero si todo tiene que dejar un saldo y todo tiene una moraleja entonces nada lo tiene, porque es todo lo mismo.
duek (1).jpg
Foto: Leo Vincenti / La Capital
—¿Qué te transmiten los docentes de lo que observan?
—Este es un año muy difícil para las escuelas, de readaptación y reacondicionamiento de una cotidianidad escolar. Hay muchas demandas de las familias, reuniones, quejas y muchas dificultades de aprendizaje de los chicos y chicas en la vuelta de la pandemia, más que nada en primer ciclo. Pero nada que no se pueda recuperar.
—Hablabas de redes sociales y del “lo aprendí en TikTok”. ¿La escuela tiene que tener una mirada de eso?
—Yo creo que la escuela tiene que tener una mirada sobre eso, porque son consumos culturales que los chicos hasta la puerta de la escuela y desde la puerta de la escuela consumen. Por ejemplo, trabajarlo desde la educación sexual integral (ESI). No digo usar TikTok para trabajar contenidos. Puede ser o no, eso es una decisión docente. Sí digo problematizar, dentro del marco de la ESI, por ejemplo qué significa ver un millón de chicas híperflacas con shorcitos híperchiquitos bailando coreografías todo el día, en diferentes idiomas y soportes, como única forma de ver un cuerpo.
—Allí hay algo que pasa también con el fenómeno de los booktubers, que son los mismos pares los que recomiendan cosas. En TikTok también está eso en los contenidos.
—Sí, imitando a otros pibes o a otros adultos que hacen contenido. No quiero romantizar eso tampoco porque hay contenido que es problemático, no hay ningún tipo de curaduría ni supervisión adulta, porque ningún niño menor de 13 debería poder tener TikTok. Lo tiene porque mienten las fechas de nacimiento, como lo han hecho todos los niños y niñas desde la existencia de los tiempos. Se usaba mentir la fecha para entrar a un boliche y ahora lo usan para usar TikTok. Es una práctica que no es nueva.
—¿Qué implica correrse del prejuicio?
—Corrernos del prejuicio de decir qué es bueno y qué es malo, que la tecnología es mala y que es preferible que los chicos lean. Hay muchos chicos y chicas que leen muchísimos libros en Wattpad o leen el blogs. O no leen, pero no leerían tampoco si les sacás el teléfono. Entonces el corrernos de los prejuicios es salir de la idea de que lo que nosotros pensamos que es bueno lo es para todos los chicos y personas del mundo, y lo que pensamos que es malo es malo para todos.
—¿Qué papel le toca al mundo adulto en cuanto a reflexionar sobre sus propias prácticas?
—Creo que es importante entender que para pensar las infancias lo más importante es pensar a los adultos. Como los adultos que no leen y se quejan de que sus hijos no leen, adultos que solo ven la tele y se quejan de sus hijos que solo ven la tele. Cada familia debe criar a sus hijos e hijas como quieran. Lo que me desespera como investigadora es cuando critican de sus hijos e hijas hábitos y costumbres que ellos mismos propiciaron. No me preocupa si tu hijo ve fútbol desde la panza y sigue viendo Espn todo el día. No soy nadie para juzgar tu crianza. Lo que hay que visibilizar es el rol de los adultos en la toma de decisiones, en los permisos, las posibilidades, las limitaciones. No creo que haya una sola forma de crianza, no creo que haya un universal de cuándo empezar con las pantallas. No creo en nada de eso. Sí creo en la responsabilidad de los y las adultas en esas decisiones.
—Hace poco salió una investigación de Minilab, de Pakapaka, que hablaba de los consumos digitales de los niños: que maratonean series, ven pantallas en sus habitaciones y hasta sueñan que destruyen los ladrillos del Minecraft. Pero eso también habla de las dinámicas de las familias.
—Yo trabajo sobre juegos de mesa e hice un juego de mesa para adolescentes. Y cuando juego mucho al scrabble sueño con las letras. O cuando jugaba mucho al Tetris cerraba los ojos y veía la grilla. Entonces por qué no le va a pasar un chico. Hay que visibilizar que más que el pibe tiene un problema, son los consumos culturales que tienen cerca y de eso se apropian como pueden.