Con la asfixia financiera a Chubut, una provincia con una situación fiscal frágil por la mala praxis administrativa que viene de las épocas de Mariano Arcioni, un viejo aliado de Sergio Massa, Milei logró montar el acuerdo 70% que postulaba Horacio Rodríguez Larreta. Pero en su contra: apoyaron al gobernador Ignacio Torres dos mandatarios de Unión por la Patria, un provincialista históricamente cercano al peronismo, uno formado en el MPN y un peronista antikirchnerista. Toda la familia patagónica unida.
Al menos por un rato, quedaron suspendidas las diferencias políticas ante un gobierno que juega al límite y lleva a las provincias al borde del colapso. Por eso se solidarizaron desde Axel Kicillof hasta los mandatarios de Juntos por el Cambio.
El comunicado de la Oficina del Presidente en el que acusan a Torres de lanzar una “amenaza chavista” y lo torean a que ejecute de manera inmediata su advertencia de que este miércoles cerrará el grifo del petróleo y el gas si no se le restituyen fondos provinciales, y el posteo en X donde Milei llama a los gobernadores “degenerados fiscales” y corre al chubutense con el Código Penal redujeron a escombros los puentes maltrechos que quedaban entre la Casa Rosada y las provincias.
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El punto débil de la estrategia de Torres y de los gobernadores es que si alguien sabe jugar al juego del gallina es Milei. Aunque venga un auto de frente va a acelerar, no se va a correr del camino y está dispuesto a chocar. Ventajas de alguien que siente que no tiene nada que perder.
Esta situación pone al país a las puertas de un conflicto dramático entre Nación y las provincias. Un escenario con reminiscencias del siglo XIX y, más acá en el tiempo, al de la resolución 125. Una medida fiscal, que escaló hacia una puja entre el interior productivo y el poder central, con un gobierno que tres meses atrás había ganado las elecciones con claridad.
Esa larga pulseada en las calles y el Congreso y que terminó con el recordado voto no positivo del entonces vicepresidente Julio Cobos galvanizó al oficialismo y parió la versión más combativa del kirchnerismo, pero significó una derrota para el gobierno del Frente para la Victoria. Quizás Milei piense que ese resultado es negocio para aplicar lo que llama “principio de revelación”: utilizar un traspié propio para exponer a sus adversarios.
El conflicto no deja de ser llamativo porque uno de los ingredientes del voto a Milei fue el federal. Una impugnación a la dirigencia fracasada del Amba.
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Por lo pronto, la volatilidad y la intransigencia del libertario desconciertan a la política. Sobre todo, a los que hicieron fila para acompañarlo. O para aprovecharse de su debilidad legislativa y territorial.
La relación entre La Libertad Avanza y el PRO pasó de fría a caliente. Pero no por buenos motivos para quienes quieren la convergencia.
Milei, que se encargó de mencionar con nombre y apellido a los gobernadores de Juntos en su comunicado incendiario contra Torres, sabe que el riesgo de que le copen el gobierno es real. También que Macri sólo sabe ser jefe y no socio. Y que distintos sectores del poder pueden verse tentados a desplazarlo y sacar del banco a Victoria Villarruel si la crisis se espiraliza.
Macri parece tener claro que con Milei en el gobierno todas las opciones son malas. Si el acuerdo funciona, los laureles se los llevará el libertario. Y si fracasa, arrastrará al PRO. Allí ya se formalizó el divorcio. Patricia Bullrich ya tomó partido por Milei. Incluso, en contra de los gobernadores del partido que todavía preside.
Este viernes a la tarde Macri recibió en la casa de Jorge Triaca a dirigentes que lo acompañan en su operativo regreso. O, al menos, que reconocen su liderazgo en la tropa amarilla.
La vicegobernadora santafesina Gisela Scaglia estuvo allí. Según cuentan desde el entorno de la presidenta del Senado, el fundador del PRO quiso profundizar la charla que tuvo una semana atrás con Maximiliano Pullaro, hablaron de la gestión en Santa Fe, su rol en la Cámara alta y le aseguró que se mantendrá prescindente en la interna santafesina del partido, donde también juega el sector de Federico Angelini y el actual titular de la fuerza, Cristian Cunha.
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Antes de que se desatara la guerra tuitera entre Milei y los gobernadores, Macri les dijo a los suyos que estaba dispuesto a acompañar al libertario pero preservando la identidad del PRO. Una especie de alianza con distanciamiento social.
Por eso, no resulta menor si los gobernadores jugaron por la defensa de sus intereses, o si se trató de una maniobra coordinada con Macri para presionar a Milei y subirle el precio a un eventual acuerdo de gobernabilidad.
Lo cierto es que tras diez años de grieta furiosa, la Argentina sigue desacoplada. Como nunca desde la salida de la convertibilidad existe tanto consenso transversal sobre la necesidad de ciertas reformas, o por lo menos a debatirlas, con un presidente tan poco adepto al consenso.
Después de alienarse de sus potenciales aliados, Milei se apoya en el descrédito del establishment político y la seguidilla de fracasos económicos para conseguir tolerancia a la licuación de los ingresos.
En ese camino, el presidente apela a snacks simbólicos para matar el hambre de resultados.
El Inadi es perfecto: un ente estatal, asociado al progresismo y a la “dictadura de lo políticamente correcto”, de eficacia dudosa en cuanto al logro de su objetivo (que claramente trascienden al organismo), y que ha sido históricamente un premio consuelo a aliados políticos.
Curiosamente, Milei busca desmantelar un organismo creado en 1995 durante el menemismo, al que considera el mejor gobierno de la historia, para enfrentar un brote de antisemitismo tras los atentados a la embajada de Israel y a la Amia.
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Milei se juega un pleno a que la recesión baje la inflación y la economía rebote. Y, con ella, su popularidad y su poder para reorganizar el sistema. Dos V superpuestas.
Mientras la sociedad está enfocada en el minuto a minuto de la carrera desigual entre precios y salarios, Milei lleva todas las pujas de intereses al terreno de la moral. Bien versus mal. Allí donde no hay negociación posible.
La aceleración que le imprime Milei a la coyuntura política también se está incubando una nueva oposición.
Son rivales incómodos para el presidente. Gobernadores, del interior, cuyas caras no aparecen en la película de los gobiernos fracasados de la grieta, y que expresaron, al igual que él, una voluntad mayoritaria de cambio.
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Integrante de ese grupo, esta semana Maximiliano Pullaro reunió a su gabinete con los legisladores de Unidos. Después de entrar en el golpe por golpe, el gobernador santafesino y sus principales espadas replegaron en la provincia.
“La consigna es no caer en provocaciones, la gente no quiere vernos en el barro”, dice un referente de la coalición que participó del encuentro y que ve que están ingresando a una zona más turbulenta. Tanto por factores locales, como la tensa paritaria con los gremios docentes, como por el derrame del ajuste de Milei. “Se está terminando la luna de miel y empiezan los problemas”, señala.
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Tratando de tomar aire de la caldeada coyuntura local, tras reunirse con el secretario de Estado de EEUU y la número dos del FMI, que ven al presidente argentino como un gran alumno pero poco atento a los costos sociales de su experimento, Milei se codeó en Washington con la derecha global.
Allí, quien alterna en ese tipo de eventos los papeles de profesor y predicador, consiguió su foto y la palmada de Donald Trump.
De su viaje por Israel y el Vaticano Milei volvió más convencido que nunca de su cruzada. Por lo pronto, este viernes en el Congreso tendrá un cara a cara con la casta a la que le declaró la guerra y que ya empezó su contraataque.
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