Para Joan la disyuntiva era cruel y según le decían podía ser de vida o muerte. Todas las mañanas trabajaba con su tío en una verdulería familiar. Pero por las noches se había conseguido un empleo más proclive a las difíciles juntas y presiones del barrio. El trabajo consistía ir a tirar tiros contra personas o contra casas por órdenes de la banda de Brandon Bay. Pero desde hace unos días estaba atascado en un dilema que no sabía cómo resolver. Le habían pegado un tiro en una pierna que se estaba infectando. Casi no podía caminar del dolor. Y no quería salir del departamento prestado donde estaba escondido porque lo buscaban para matarlo.
A los 19 años Joan L. no tenía un solo antecedente penal. Era conocido en la zona de Olegario Víctor Andrade al 1800 en barrio Flammarión como trabajador, un chico de pocas palabras pero respetuoso. Sin embargo lo habían baleado porque un día antes él mismo había cumplido con el encargo de dispararle a un joven un poco mayor que él. A un vecino le relató primero que había cumplido con el encargo, que el herido estaba “por toser” y que también le había dado en la mano a una nenita. “Ojalá lo de la nenita no sea nada”, le dijo el hombre. “Nos faltan dos más todavía”, repuso el muchacho, con voz serena.
Pero el disparo en la pantorrilla derecha le dolía mucho y por eso llamó a una operadora territorial a la que conocía del programa Nueva Oportunidad. “No puedo ir al hospital porque me tiraron y me defendí, no puedo ir porque me denunciaron”, le dijo. Una empleada del equipo legal le replicó que no tenía margen para dudar. “Si estás con dolor seguramente estás infectado y si no te revisan la pierna te podés morir. Tenés que presentarte con un fiscal. Pero primero te voy a contactar con un defensor oficial”.
No llegó a ocurrir de ese modo. La Brigada Operacional de Tribunales con imputados NN lo fue a buscar a su casa de barrio Flammarión por orden de los fiscales que investigan balaceras. Joan no estaba allí pero la madre a los tres días lo acompañó a entregarse. Por el tiro que tenía en la pierna ya lo habían curado. Estaba sospechado de ser quien hace un mes, el 6 de diciembre, abrió fuego desde una moto en la zona de la seccional 21ª. En ese suceso Alexis Luján resultó baleado en el pecho de lleno y la hija de su pareja, de 8 años, fue herida en una mano. A Joan lo terminaron acusando el jueves pasado a las 9.30 de la mañana por amenazas coactivas a tiros para presionar a una familia a abandonar su casa e intento de homicidio por el ataque con disparos en el que joven y la hija de su mujer resultaron heridas.
Joan estaba convencido que se marcharía en libertad. Tenía trabajo demostrable, no tenía prontuario penal y estaba convencido de que nadie conocía las duplicidades de su vida. Pero se equivocaba. El juez Florentino Malaponte le impuso preventiva por un máximo de dos años. Hacía casi dos meses que lo estaban escuchando. Sabían que Sebastián Aguirre se lo había recomendado a Brandon Bay, líder de la banda de Los Gorditos, para hacer trabajos que implicaban acribillar lugares o personas.
El nombre de Brandon Gabriel Bay se mencionó con abundancia la semana pasada a nivel nacional. Es quien quedó bajo sospecha de ordenar las ejecuciones de dos hombres que aparecieron descuartizados en barrio Saladillo. “Escuchame, de paso van a buscar la Tornado (por la moto) y de paso matamos a un par de zombies. Te mando un video con una motosierra fijate cómo lo voy a cortar en pedazos, bien a lo mexicano le voy a dar”, le dice Brandon desde la cárcel de Piñero a su cuñado Sebastián Aguirre, a la vez preso en la Unidad 3 de Riccheri y Zeballos.
En una escucha del 8 de octubre pasado el mismo Brandon habla con Sebastián para requerirle le gestione alguien que tire tiros. Sebastián, que es pareja de la hermana de Brandon, le responde: “El loco tiene que terminar porque labura legal pero le está haciendo la guerra hace tiempo a la banda de la pelada (por otro grupo rival en el mismo territorio). Me dijo que cuando vos lo necesites él se quiere enganchar”.
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Los fiscales Federico Rébola, Matías Socca y Valeria Haurigot no dudan de que la alusión al trabajo legal es el que tiene Joan en la verdulería. Que fue él quien disparó a Alexis Luján y a su hija hace tres semanas parece elocuente porque es el propio Joan quien lo revela por lo menos en tres escuchas captadas. En uno se lo oye en forma diáfana decirle a alguien. “A tres le clavamos: dos pibes y una nenita. A un pibe en el pecho y en la pierna y a la nenita en la mano. Uno me parece que ya murió”.
Pese a la falta de antecedentes penales, el muchacho muestra no ser ajeno a las precauciones de quien aspira a no caer en problemas con la ley. Por eso dice que se deshace regularmente de los teléfonos que utiliza. Y además de las armas que según él mismo porta cuando la verdulería de su tío baja la persiana. Sabe que tiene que ser muy precavido en sus movimientos. Entiende que sus nuevas actividades implican riesgos y se aflige porque le acribillaron el frente de la casa a su madre, una mujer que se muestra muy afligida por la vida que empieza a llevar su hijo y se lo recrimina vivamente según lo exponen las escuchas.
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Un compañero de celda con Sebastián Aguirre le pide a Joan que haga la denuncia de la balacera a la casa de su madre, le dice que se suba al techo, vigile el paso del auto que lo tiroteó porque ocurrirá de nuevo y que le tome la patente. También le deja claro que Brandon le va a dar una mano pero que en un relieve de rivalidades sangrientas él debe ser muy consciente de sus elecciones “Vamos a hablar bien boludo porque sivas a seguir con la otra gente va a haber guerra y después va a ser distinto. Yo ya estoy por salir. Yo te voy a agarrar la mano pero vos tenés que pensar e qué lado vas a estar. Porque en este momento estás más solo que un perro”, le advierte.
En una ciudad en la que el año 2020 tuvo en las balaceras el delito más reiterado, el más grave como problema de orden público, los fiscales actuantes entrevén que las evidencias de este legajo albergan el resumen de una historia que en Rosario se repite cada vez más temprana y dramáticamente: la construcción de un sicario. En este caso es un chico de 19 años que declara él mismo cómo disparó, contra quién, con qué resultados. Que revela en su testimonio el parte provisorio de una batalla sin bandos fijos, que deja una cantidad de muertos en facciones cambiantes, donde las oportunidades son raquíticas, la violencia es mucha y las nociones de la ley están borroneadas.