La nena tendrá unos seis años y juguetea con una cinta blanca y roja que dice “peligro”. Una cinta de esas con las que se marca el perímetro de la escena de un homicidio, que en manos de la niña parece un juguete mágico. Envuelve la cinta en sus pies y baila a metros del lugar donde catorce horas antes, el viernes cerca de las 21.30, balearon con al menos cuatro tiros a Juan Martín Zuviría. Según contaron los familiares de la víctima, el vecino de 34 años y padre de cinco hijos había salido a hacer un mandado cuando se topó con la muerte a manos de al menos tres tipos armados que lo ejecutaron a sangre fría en Piceda al 3700, en el barrio Villa Manuelita. Sus parientes le pidieron a la policía que llevaran al hombre al hospital Roque Saénz Peña donde llegó agonizante y nada pudieron hacer por él.
“No sabemos porqué pasó. El no tenía problemas con nadie”, dijo con las palabras atragantadas la abuela de Juan. Además del cometer el asesinato, el mismo trío atacó y destruyó parcialmente una vivienda en la que, según confiaron vecinos de la zona, reside un mujer sola con sus hijos.
Calles y campeones
Amelio Piceda fue un campeón argentino de boxeo de la categoría welter en la década del 40, dirigente del Sindicato de Trabajadores Municipales, concejal peronista y perseguido político tras el golpe militar del 55. Desde mayo de 2018 el pasaje 409, un callejón sin salida de 200 metros, lleva el nombre de este hombre que si bien nació en Las Toscas vivió toda su vida en Villa Manuelita.
La calle Piceda —parelela a Convención— es la primera hacia el río una vez atravesado el puente de bulevar Seguí que se hizo un lugar en las crónicas policiales por “la banda del puente”, una gavilla integrada por los hermanos Joel, “Checho” y “Caballo” Alcaraz, entre otros, que supo estar encarnizadamente enfrentada a la banda de Los Benavente. Una disputa que manchó con sangre las calles de Tablada y los monoblocks de Seguí y Grandoli en la era anterior al asesinato de Claudio “Pájaro” Cantero, el crimen que allá por mayo de 2013 cambió el mundo del hampa rosarino.
Hoy se dice que esa zona está “gerenciada” desde la cárcel por “Chucky Monedita”, tal el apodo de Alejandro Núñez, imputado la semana pasada al frente de una banda que le atribuyen manejar tras las rejas. A 200 metros de ese puente están los monoblocks de Grandoli y Seguí, un barrio que los vecinos reconocen como “Grandoli”. Si bien la ex 409 no tiene salida, si se toma el pasillo correcto se puede salir a calle Spiro al 300 bis, un sector donde en los últimos tiempos se han reclutado tiratiros como “Cantita” o el “Gordo Iván”, entre otros. Alguno terminaron presos y otros asesinados.
Para llegar a la escena del crimen hubo que caminar alrededor de 200 metros por la zigzagueante calle Piceda ante la mirada de decenas de ojos que no entendían —o al menos así parecía— cómo un equipo periodístico se internaba hasta las entrañas de las calles más cerradas de la zona. “No se queden mucho tiempo más”, resopló un vecino en moto que pasó junto al cronista y la fotoperiodista de este medio que llevaban unos diez minutos en el lugar. En esa cuadra estrecha, vivía Juan Martín Zuviría.
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Pasillos en la noche
Según se pudo reconstruir alrededor de las 21.30, Zuviría salía del pasillo en el que vivía, a escasos 10 metros donde la calle se transforma en pasillo, cuando se topó con “entre dos y tres hombres armados”, según coincidieron los vecinos. Al salir y sin media palabras los tiratiros acribillaron a Zuviría impactándolo mayoritariamente en el tórax. “Cuatro balazos le pegaron a mi nieto”, había advertido ya la abuela del hombre asesinado.
“Tome doña, para usted”, sorprendió un nene de 9 años a la fotoperiodista de La Capital. El pibito le dio un plomo deformado contra el cemento que muy posiblemente haya sido uno de los que perforó el cuerpo de Zuviría. La naturalización de la muerte en algunos barrios de la ciudad espanta y llena de desesperanza. Luego el nene dobló hacia Convención por el puente mientras la fotoperiodista le decía “cuidate”.
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Foto: Celina Mutti Lovera.
La desembocadura de Piceda al convertirse en pasillo transformaba el final del callejón en una especie de patio grande en el que confluyen media docena de viviendas y al menos tres bocas de pasillos. “Estos pasillos te llevan a Spiro, pero también a otras calles”, alertaban los vecinos en una especie de Villa Manuelita tour. Los vecinos estiman que los agresores llegaron en motos, que dejaron esperando sobre el puente de Seguí, e ingresaron al callejón sin salida caminando unos 200 metros.
“El (por Zuviría) estudió para chef pero después le descubrieron diabetes y no pudo conseguir trabajo. Y se dedicó al cirujeo. Y con eso le daba de comer a su familia: su mujer y cinco chicos de entre 15 y 2 años. Ahora quién va a ayudar a esa mujer que ni siquiera tiene para pagar el entierro de su marido”, contó la abuela del hombre asesinado.
A los círculos de tiza, en realidad hechos con algún ladrillo, se le sumaban otros elementos que daban cuenta de que por el lugar no sólo había ocurrido el homicidio de Zuviría. "Los mismos que mataron al hombre rompieron la casa de una vecina. Una mujer que vive con sus hijos y que no tiene problemas con nadie” relató un residente de la zona. A la vecina, que a media mañana de este sábado no estaban en su casa, le destruyeron la puerta de ingreso dejándole la mitad, del lado de arriba.
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Foto: Celina Mutti Lovera.
Zuviría fue asesinado a pocos metros del lugar en el que la noche del viernes 26 de febrero pasado fue ultimada Gabriela Alejandra Frasoli, de 24 años e integrantes de la Corriente Clasista y Combativa (CCC). La mujer, que estaba junto a una amiga, fue atacada por dos hombres armados a la salida de uno de los pasillos de Cepeda y Spiro. Frasoli recibió impactos en el cráneo, pecho y un brazo, heridas que le causaron la muerte tras dos horas de intentos de salvarla por parte de los médicos del Roque Sáenz Peña. La hija de Gabriela, una nena de cuatro años, recibió un impacto en uno de sus glúteos y que asistida en el Hospital de Niños Víctor J. Vilela. Y Andrea Lorena G., de 44 años, recibió un disparo en el muslo de la pierna derecha. Ingresó al Sáenz Peña y luego fue derivada al Hospital Provincial.
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Los vecinos de Piceda al 3700 estaban muertos de miedo y quien llegaba hasta las manchas de sangres que Zuviría dejó sobre el cemento se quedaba al menos 30 segundos mirando. Pero el equipo periodístico de este diario tensó la media mañana de sol cálido de invierno. A la salida de Piceda las caras habían cambiado y todo estaba tenso, de miradas con sospecha. El móvil en el que se llegó al lugar estaba custodiado por dos muchachos que no hacían nada. Ningún vecino volvió a hablar con los periodistas.
La investigación quedó en manos del fiscal Adrián Spelta, quien comisionó a efectivos de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) para que recabaran testimonios y relevaran la existencia de cámaras de videovigilancia, algo que a simple vista no se visualizaba. En la escena del crimen fueron recolectadas media docena de vainas 9 milímetros que fueron enviadas a peritaje. Y en un paisaje de desesperanza y muerte, quedó la imagen en las retinas de una nena que hizo de una cinta de peligro un juguete que quizás le hizo más llevadero su día.