¿Quién y cómo era Claudio “Pájaro” Cantero? Cuando se habla con quienes lo conocieron desde chico y hasta que asumió la jefatura de la banda de Los Monos, coinciden en algo. “A pesar de ser casi analfabeto era muy inteligente, analítico y frío. Jamás tomaba una decisión en caliente y manejaba su ira como pocos pueden hacerlo. Era un regulador del juego que se jugaba en la ciudad al momento de su crimen. El único capaz de entablar diálogos con quienes por entonces manejaban el negocio narco en la ciudad para que no corriera sangre en las calles y cada uno ocupara el lugar que le correspondía. Y eso lo logró porque no era un tipo altanero, agrandado y mucho menos capaz de subirse al pedestal del rol que ocupaba. Lo hacía desde el llano y con simpleza”, dicen sin medias tintas sus amigos y allegados de siempre.
Todos saben que no hablan de un santo sino de un tipo que estuvo ligado a actividades ilícitas desde chico. El cobro de peajes a los repartidores y comerciantes del barrio que lo vio nacer como a aquellos que ya vendían drogas en la zona sur, sumaba unos pesos extras a la economía familiar que dependía de la venta de ropa en una pequeña tienda. Ya había terminado la disputa con Los Garompas y los Arriola en barrio Las Flores cuando su figura empezó a crecer. Por entonces ya había aprendido a jugar al ajedrez y en pocos meses le ganaba las partidas al viejo vecino ya fallecido que le enseñó el movimiento de las piezas del juego ciencia. Algo que el trasladó del tablero a las calles de la ciudad mientras su padre estaba purgando una condena de la Justicia correntina por transporte de drogas.
Algunos lo definieron como “un diamante en medio del barro, un tipo que a pesar de su juventud parecía haber tenido 20 vidas y que por eso tenía una mirada muy amplia de todo el escenario que lo rodeaba, a tal punto que no existía la posibilidad de que alguien pudiese anticipar sus decisiones”. Pero eran esas decisiones las que por aquellos años “evitaban todo tipo de conflictos, aunque si alguien intentaba pasarlo por arriba o pretendía invadir su territorio sabía que se exponía a una venganza”. Eso, quizás, fue lo que le permitió fortalecer su imagen sin debilitarla en reyertas ramplonas o domésticas. Porque los grandes jugadores del momento lo buscaban para que manejara la pelota. “Era el 10 del equipo”, dijo un amigo que cada 26 de mayo le deja su ofrenda en el cementerio donde descansa.
Desde ese perfil bajo que supo construir, el vecindario de los barrios La Granada, 17 de Agosto y Las Flores empezó a respetarlo. Incluso, acudían a él para pedir ayuda ante determinadas contingencias, y él jamás la negaba. Unos pesos para un plato de comida, conseguir recursos para velar y sepultar a un familiar, comprar remedios para algún enfermo, desmalezar un terreno para construir una canchita de fútbol para los pibes y no tan pibes que le pegaban a la redonda y que aún hoy perdura con un mural en su homenaje en Kantuta entre los pasajes 514 y 516
Así, “tejiendo contactos con quienes entonces traían y cocinaban droga en la ciudad, se convirtió en el gerente de la regulación del mercado narco”, sostuvo otro de los amigos del Pájaro que lo acompañó hasta horas antes de su muerte. Por entonces ya estaba en pareja con Mercedes Paz, la hermana de Martín, o “El fantasma”, como se conocía al asesinado hijo de Luis Paz, que en aquel momento ya era uno de los hombres que controlaba gran parte del negocio narco. “En ese momento Claudio advirtió que se armaba un frente de tormenta hacia su gente y supo que las consecuencias iban a ser imprevisibles aún para él, por lo que tuvo que tomar decisiones que en otro momento no hubiese adoptado”.
Y no se equivocó, “Luis Paz fue el único allegado al Pájaro que no fue a su velorio”, recordó un muchacho que compartió varios años de troplelías con él. Y agregó que fue ese hombre el que “convenció a unos lúmpenes de poder tener una vida mejor si se sacaba a Claudio del medio del juego porque él iría por todo y encima contaba con la protección de ciertos sectores de la policía y la política que le liberaban parte del territorio”. Ese fue el principio del fin o el comienzo de lo que hasta hoy se vive en Rosario. Un negocio anarquizado, bandas atomizadas, policías que juegan al mejor postor sin capacidad de regular nada y una sangría en la cual nadie sabe quién va a disparar el último tiro”.