Mirta Gómez espera saber algún día qué pasó con su hijo. El lunes 5 de abril Alejo "Pipi" Bravo, de 19 años, se fue de su casa en Empalme Graneros y unas horas después lo encontraron en un camino rural de la zona oeste: lo habían asesinado con tres disparos. La mujer entiende que los tiempos de la investigación judicial difieren de su urgencia por saber quiénes y por qué mataron de esa forma a Alejo, pero también la inquieta la falta de novedades. Está segura de que en el barrio hay mucha gente que tiene información y espera que los investigadores avancen en ese sentido.
Alejo Bravo había pasado la noche del domingo 4 de abril en la casa de su novia, con quien había comenzado una relación poco tiempo después de que el chico recuperara la libertad tras pasar un tiempo en prisión. Al mediodía del lunes siguiente fue a la casa de su madre, ubicada en Jacques al 900 bis, un pasaje angosto del barrio Empalme Graneros entre las calles Franklin y José Ingenieros. Ahí comió unas empanadas y antes de irse le pidió a su madre que preparara el calefón para darse una ducha cuando volviera.
Pasaron las horas, pasó el día y Mirta continuó esperando a su hijo. Pero llegó la noche y Alejo no volvió. Vio en el noticiero cómo en una plaza de Villa Banana habían asesinado a tiros a Enzo Moreno, un chico de 16 años atacado mientras jugaba a la pelota. Después vio que en un camino rural de Uriburu y Las Palmeras, en la zona oeste, habían encontrado el cadáver de otro joven asesinado a balazos, aunque para entonces no había sido identificado.
"Cuando miro de nuevo las noticias vi lo del cuerpo que estaban reconociendo. Vi un pedacito de la ropa porque mucho no enfocaron, no sé qué me agarró, un presentimiento de madre. Empecé a llorar, mi nena me preguntó qué me pasaba y le dije que su hermano no había vuelto porque era ese chico que estaba ahí", cuenta hoy Mirta. Ese presentimiento de madre se confirmó en el Instituto Médico Legal, adonde llegó por una serie de sugerencias.
El cadáver de Alejo Bravo fue hallado por un vecino de esa zona rural que cerca de las 16 de aquel lunes vio cómo un auto frenó y después de arrancar quedó un bulto tirado en el suelo. El cuerpo tenía un disparo en la cara y dos en el pecho. El testigo dijo que no escuchó disparos, por lo cual los investigadores sugirieron que el chico había sido asesinado en otro momento. Mirta dice que el horario de muerte que le confirmaron los médicos fue cerca de las 15.15 y recuerda que su hijo se fue de la casa pasadas las 14.30.
Dudas y sospechas
"Comió unas empanadas, salió caminando, me dijo 'vieja poneme el calefón'. Yo salgo y lo veo que dobla por Franklin caminando. Después no lo vi más", recuerda Mirta. Ella supone que en esos 45 minutos de alguna forma su hijo terminó arriba de un auto. A partir de ahí surgen sus dudas: si lo subieron por la fuerza o si lo hizo por su cuenta. "Yo pienso que él no se hubiese dejado agarrar. Si subió a un auto por su voluntad es porque sabía con quién iba. Si él llegaba a pensar que le iba a pasar algo se tiraba del auto", deduce Mirta.
>>Leer más: Identificaron al joven asesinado en el límite con Pérez
También sabe que a esa hora de la tarde el barrio suele estar en movimiento y cree que si a su hijo lo subieron al auto por la fuerza alguien debió haber visto algo. Aunque también cree en el miedo que puedan tener los vecinos al momento de aportar información.
Con el correr de los días a Mirta le llegaron rumores. Uno fue el de un video en el que Alejo aparecía apuntado con un arma de fuego mientras gritaba "ya fue, ya fue". Dice que a un vecino le llegó por Facebook, pero que luego fue borrado. En la Fiscalía le dijeron que es difícil recuperarlo. "Ese vecino le preguntó a mi hija si había visto el video y le dijo que mejor nos callemos, porque esto no es joda", cuenta Mirta.
Dos contextos
El 21 de noviembre de 2020 fue asesinado a balazos Cristian Ángel Brulé, de 26 años. Cerca de las 22 fue abordado por tres personas en Pasaje 6 de Diciembre al 7300, en la puerta de su casa, en lo que para los investigadores en un principio fue un robo.
Un día después de ese hecho la policía detuvo a Alejo Bravo, quien llevaba consigo un arma de fuego. Lo buscaban porque por el homicidio de Brulé se había abierto una segunda línea de investigación a partir de una serie de amenazas que el joven había recibido de parte de la ex pareja de su novia. En esas amenazas se mencionaba a "Pipi", el apodo de Alejo. Sin embargo el chico no quedó vinculado al crimen porque el arma secuestrada no coincidió con la utilizada para matar a Brulé y además no hubo más evidencias para relacionarlo. Las amenazas a Brulé por ahora tienen su curso en otra causa sin vinculación al homicidio.
>>Leer más: Nueva línea de investigación en el crimen de Cristian Brulé
A Mirta le llegaron comentarios sobre una venganza por el homicidio de Brulé que se estaba planificando contra Alejo. El chico, por una serie de infracciones a medidas cautelares vinculadas a varias causas por robo y agresiones que tenía en un Juzgado de Menores, ya siendo mayor de edad había quedado preso en la cárcel de Piñero. Hasta allí le llegó el rumor de que lo andaban buscando: a Alejo le ofrecieron pasarse de un pabellón a otro para estar a resguardo.
La madre de Alejo también piensa en el vínculo complicado que el chico mantuvo con los policías de su barrio, precisamente de la Comisaría 20. "Cuando lo vea a su hijo se lo mato", dice que le dijeron los policías le dijeron en más de una ocasión. "Como quien dice él era un cancherito. Cuando estaba con los amigos y pasaba un patrullero él se les reía", recuerda la mujer. Eso, sumado al historial de robos por el cual el joven había sido identificado por la policía, hicieron que en algún momento Mirta le diera otro sentido a las amenazas de parte de los uniformados.
Una vida que se escapó
Mirta reconstruye la vida de su hijo. Alejo tenía 4 años cuando su papá falleció, y aunque esa pérdida ocurrió hace mucho tiempo él siempre lo recordó en las redes sociales. El paso por la escuela fue hasta los 14 años, después de terminar la primaría hizo un tiempo más y luego abandonó. Para entonces Alejo ya estaba atravesando las primeras consecuencias de un consumo problemático.
Empalme Graneros, uno de los barrios más populosos de la ciudad, fue donde en 2008 se desbarató la primer cocina de cocaína en una casa de Cullen y La República. En su adolescencia en ese barrio Alejo tuvo acceso al eslabón más ruin de esa cadena de comercialización: el consumo de la pasta base de la cocaína. "Me empezaron a desaparecer las cucharas. Un día voy a donde él dormía y cuando empiezo a barrer saco cucharas y estaban todas negras", cuenta Mirta en referencia al modo en que se se prepara la pasta base antes de ser consumida.
>>Leer más: Cómo funcionaba la "cocina" de droga desbaratada en Empalme Graneros
En paralelo al consumo aparecieron los primeros casos de robos y las primeras causas en el Juzgado de Menores. Ese proceso siempre fue acompañado por las áreas de Desarrollo Social del Estado. Mirta recuerda el paso de Alejo por el Centro de Día La Posta, luego un taller de carpintería y más adelante en el tiempo los trabajos de albañilería que había empezado a hacer con la pareja de su madre.
Sin embargo el chico siempre se mantuvo en ese ida y vuelta entre la intención de dar un giro en su vida y la reincidencia con el delito. El 3 de marzo pasado había recuperado la libertad. "Estaba con otro pensamiento, se quería independizar, se había puesto de novio con una chica", dice su madre acerca de este último tiempo. Poco más de un mes más tarde fue asesinado en un contexto todavía no esclarecido.
Así como Mirta siguió el paso de su hijo por distintas instituciones del Estado, tanto del área penal como de desarrollo social, y anotó fecha de detenciones y salidas, ahora le falta saber quiénes y por qué mataron a Alejo. "En me opinión la prisión para estos asesinos no me va a devolver a mi hijo pero puede salvar otras vidas", dice.