El estadounidense Robert “Bobby” Fischer, campeón del mundo de ajedrez entre 1972 y
1975, falleció ayer en Reykjavik, Islandia, a los 64 años, víctima de una enfermedad renal.
La genialidad de Fischer, nacido el 9 de marzo de 1943 en la ciudad de
Chicago, tenía su génesis en un coeficiente intelectual de 184, cuando la generalidad tiene entre
100 y 110. Su padre, Gerard Fischer, fue un físico alemán que se había refugiado en EEUU y que en
1945 abandonó a su familia. La madre de Bobby, Regina, era una enfermera judía criada en Suiza,
quien debió trasladarse a Nueva York con el pequeño y su otra hija, Joan, seis años mayor que
Robert.
Joan le regaló a Bobby un juego de ajedrez. Ambos aprendieron a jugar y
a mover las piezas leyendo las instrucciones de la caja que contenía el tablero.
El ajedrez atrapó al genio y se convirtió en una pasión irrefrenable que
lo llevó a abandonar la escuela, pese a los ruegos de su madre y Joan, y dedicar el día entero a
estudiar el juego.
A los 7 años se unió al club de ajedrez de Brooklyn, donde su
presidente, Carmine Nigro, se encargó personalmente de su formación.
Esa obstinación y amor por el ajedrez lo llevó a convertirse a los 14 en
campeón de los Estados Unidos y a los 15 en Gran Maestro, en el torneo interzonal de Portoroz
(Yugoslavia).
Ya nada detendría al estadounidense, un hombre generalmente malhumorado,
con problemas de conducta y que sentía rechazo por la prensa. A los 17 años aseguró que sería
campeón mundial.
En 1971 Fischer estuvo en Buenos Aires (visitó cinco veces nuestro país)
jugando el match que lo clasificó para enfrentar al soviético campeón Boris Spassky en la búsqueda
del título mundial. Fisher venció al armenio Tigran Petrosian, en la sala Martín Coronado del
Teatro General San Martín, al sumar 6 puntos y medio en la novena partida.
Pero la gloria llegó para Fischer el 1º de septiembre de 1972 cuando
luego de 21 partidas, se consagró campeón mundial al superar a Boris Spassky en Reykjavik.
La vida de Fischer penduló de extremo a extremo, sin dejar indiferente a
nadie: fue héroe de Estados Unidos durante la Guerra Fría, “villano” que rozó la
paranoia al festejar los atentados del 11-S y siempre una de las más importantes figuras del
ajedrez y del deporte mundial.
En 1972, al ganar el título mundial se convirtió en el héroe que
necesitaba Estados Unidos en la permanente batalla de símbolos que tenía con la Unión Soviética.
Fue en Reykjavik donde comenzó su leyenda y terminó su vida.
Aquel duelo con Spassky en plena Guerra Fría entre un estadounidense y
un soviético era mucho más que una partida de ajedrez. Además del reto mental, el tablero adquirió
una connotación política. EEUU lo encumbró a la categoría de héroe nacional a la altura del
astronauta Neil Armstrong tras pisar la Luna.
“No me gustaría ser inmodesto, pero el mejor jugador del mundo soy
yo”, dijo el ajedrecista, ya convertido en icono. “Soy un individuo detestable. Mis
ideales son el ajedrez y el dinero. Quiero ser riquísimo. Todos quieren serlo, pero ninguno lo
dice. ¿Es pecado?”.
Su pasión/obsesión por el dinero fue la que hizo que en 1975 no aceptase
las condiciones económicas y se negara a defender su título ante el joven soviético Anatoli Karpov,
que se convirtió así en campeón mundial sin mover una pieza.
>> Otra patada al tablero
Fischer desapareció de competiciones y torneos. Y apareció en 1992, cuando se enfrentó en
Yugoslavia de nuevo a Spassky, 20 años después del primer duelo. Fischer ganó otra vez con diez
triunfos, cinco derrotas y diez tablas y, sobre todo, llenó su bolsillo con más de tres millones de
dólares.
En contrapartida, su país, Estados Unidos, le declaró “enemigo
público” por haber violado el embargo decretado entonces por la administración de Bill
Clinton contra el gobierno yugoslavo de Slobodan Milosevic en plena guerra de los Balcanes.
Así, vivió de país en país promoviendo su ajedrez aleatorio, en el que
la posición inicial de las piezas (excepto los peones) se sortea antes de la partida, invalidando
así la teoría de las aperturas.
Fischer burló la orden de búsqueda y captura que pesaba contra él hasta
que en julio de 2005 fue apresado en Japón al tratar de viajar a Filipinas con un pasaporte falso
Ocho meses estuvo arrestado en Japón, al que Estados Unidos reclamó la
extradición. Fischer solicitó asilo político, renunció a su ciudadanía norteamericana y hasta se
casó con su amiga y presidenta de la Federación Japonesa de Ajedrez para evitar ser trasladado a
Estados Unidos.
En Islandia, donde en parte encontró la paz, dejó de huir, pero su mente maravillosa se vio
afectada por la paranoia. Durante años estuvo convencido de que la CIA estaba tras un complot para
llevarlo de regreso a Estados Unidos.