Fue una semana dificil, dura, de las peores de los ultimos tiempos. Solo comparable con la del Bicentenario después que se habia consumado el descenso. Y lo peor que esta vez fue impensado, porque fui uno de los miles que fui al Gigante con mis hijos el domingo, a festejar el Día del Padre y quede paralizado por la acción del funebrero, que hizo
honor a su macabro nombre.
Como un racionalista nato me cuesta creer que aún es posible que se concrete nuestra suba, pero contradictoriamente hay algo que me invita a soñar en el milagro.
Atinadamente la Rosarina de Futbol adelantó la fecha de mi hijo más pequeño por lo que a esa hora estaremos los tres Comi hombres juntos frente a la TV en mi casa. No quiero a nadie más. Prefiero pararme de manos al destino en familia. Si hay milagro el sábado a la noche será interminable porque soy de los que creen que si debe festejarse el día
que despertemos de esta pesadilla, y a lo grande.
Y firmaria como el Fausto cualquier pacto que me asegurara esa felicidad. Sí, estaría dispuesto a todo. Hasta a renunciar por escrito a pasar el verano siguiente sin picadas y sin cerveza. Una felicidad asi vale una ofrenda de semejante magnitud.