Gracias Messi. Gracias Leo. Gracias crack. Gracias Pulga. Gracias diez. Gracias capitán. Gracias fenómeno. Gracias totales. Al final Lionel Messi, a los 35 años, logró su máximo sueño deportivo y, a la vez, cumplió el deseo de todo un país entero: ser campeón del mundo. En el reciente Mundial de Qatar de este 2022 que llega a su fin, el pibe de oro surgido de las canchitas de la zona sur de Rosario llegó a la cima del fútbol planetario, al escalón más alto y selecto que se pueda aspirar. Allí mismo, en la noche inolvidable de Lusail del 18 de diciembre, se convirtió para siempre en leyenda, en futbolista de culto, en mojón histórico referencial, como antes lo fueron los ya fallecidos Pelé y Diego Armando Maradona. Sin dudas esta es la era Messi, es el reinado absoluto de Lionel, ya que el título ecuménico lo consagró definitivamente como el nuevo genio del fútbol mundial. Por todo esto, por la alegría única que generó en todo el pueblo argentino y porque decidió pasar el momento más feliz de su vida en su casa, acá en Rosario, con sus afectos, no hay más palabras que: “gracias Messi”.
Leo y la gran Scaloneta de los sueños hicieron y aún hacen explotar de felicidad a todos los argentinos por tamaña conquista. Y si bien el fútbol es un deporte grupal como pocos y cada jugador albiceleste aportó a la causa, sin dudas que el pueblo celebró a lo grande porque el diez al fin fue campeón mundial. Luego de tanta lucha, cachetazos, finales perdidas y sabiendo que Qatar era la última ficha que tenía para jugársela en la ruleta de la gloria. Y tras la final infartante ante Francia hubo justicia divina y ganaron los mejores, es decir, el equipo argentino todo y Messi como figura excluyente.
El rosarino fue el líder de la epopeya, el guía a la gloria, el gran hacedor de la épica, siempre desde la humildad, la pasión, buscando revancha a las frustraciones anteriores y nunca renunciando al desafío. En Qatar fue por todo, se puso de pie una y otra vez en la adversidad, como cuando parecía que se venía la noche en los empates inmerecidos de Holanda y Francia, pero él siguió encarando, fue guapo para gambetear y no falló al momento de ir a dirimir la suerte en los penales. Messi jugó un Mundial consagratorio, comparable y tal vez a la misma o mayor altura futbolística, con que lo hicieron Maradona en México 1986 o Mario Alberto Kempes en Argentina 1978, en las dos grandes conquistas anteriores de la selección. Por ello llegó la ansiada tercera corona, de la mano de un Messi brillante.
Leo había debutado en Mundiales en 2006, con cara de nene y pelo largo, en el buen equipo que había conformado José Pekerman. Pero allí aún corría desde atrás y por ello vio la eliminación argentina ante Alemania en cuartos de final sentado en el banco de suplentes, rogando con poder saltar a la cancha al menos unos minutos, pero nunca sucedió.
Luego en 2010, Leo fue el líder del equipo de Diego Maradona, aunque en la etapa decisiva Alemania en los cuartos de final fue demasiado escollo para la albiceleste y el Mundial otra vez le quedó lejos a Messi.
Su tercer intento mundialista fue el de Brasil 2014, donde Argentina sí llegó a la final dirigida por Alejandro Sabella, pero otra vez los germanos arruinaron la fiesta. Fue derrota y golpazo para el rosarino en tiempo extra. Nunca Leo había estado tan cerca de la gloria, pero el destino le dio la espalda. Un tremendo impacto que debió digerir con el tiempo.
Su cuarta Copa del Mundo fue en Rusia 2018, en un equipo de Jorge Sampaoli donde la relación entre el plantel y el cuerpo técnico estaba quebrada. Se notó en la cancha con un rendimiento colectivo y de Messi muy por debajo de las expectativas de la previa. El límite fue Francia en los octavos de final.
Y en este 2022 llegó lo que desde la lógica era su último intento de ganar el Mundial. Encima la Scaloneta se fue a la banquina en la primera fecha con la inesperada derrota ante Arabia Saudita. Pero Messi no se rindió. Avisó que el equipo “no iba a dejar tirados a los argentinos” y se convirtió en el gran líder del grupo, con y sin la pelota.
Con carácter, decisión, liderazgo, fútbol de alto vuelo, asistencias, gambetas y golazos notables volvió a poner a la selección en la final del mundo.
Y allí, ante la poderosa y temible Francia de Mbappé, Leo jugó el partido de su vida, el que no tenía revancha, el que era gloria o frustración, el que lo coronaba o lo dejaba en el lote de los grandes que no fueron campeones del mundo, como por ejemplo, Michel Platini o Johan Cruyff.
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Coronados de gloria. Messi alza la copa y sus compañeros desatan el festejo loco. Un equipo humilde, de perfil bajo, que llegó a la cima del mundo.
Con dos goles durante el juego y otro en la definición por penales, Messi fue el gladiador en la final, jugando con un corazón enorme al igual que sus compañeros, entre ellos, otro guerrero de oro como Ángel Di María.
Así, con la pasión a flor de piel, Messi se coronó campeón del mundo. Y tal vez si había un futbolista en toda la historia del fútbol que lo merecía era justamente el rosarino, que a nivel clubes ganó todo lo que jugó en su época dorada de Barcelona. Y con la selección tenía la medalla de oro de los Juegos Olímpicos y la última Copa América, pero le faltaba en la vitrina el máximo trofeo. Y vaya si lo levantó de manera más que merecida.
El rostro feliz de Messi en el momento de alzar la copa tenía la misma sonrisa inmensa que la de todos los argentinos, que salieron en masa a copar las calles en cada rincón del país y a gritar “dale campeón”. Un estruendo ecuménico que no se daba desde hacía 36 años, desde esa foto de Diego en andas levantado el trofeo en el estadio Azteca, en México 1986.
Ahora la imagen era la de Messi entre sus compañeros besando la copa en el estadio Lusail, en las afueras de Doha, en una foto que fue tapa de todos los diarios del mundo, no sólo por Argentina, sino especialmente porque Messi logró alzar el máximo trofeo, el que todos sueñan con tenerlo desde que empiezan a patear una pelota.
Justamente Messi comenzó a hacerlo en los potreros de la zona sur de Rosario, con toda su inocencia y picardía para eludir rivales y hacer goles con la misma naturalidad que comer caramelos. Luego emigró a España para terminar de formarse en Barcelona y nunca dudó que la camiseta de selecciones a defender sería la argentina, más allá de las tentaciones que recibió.
Por este sentimiento de pertenencia Leo siempre regresa a pasar sus vacaciones en Rosario y ahora en la zona aledaña como es Funes. Se casó también en nuestra ciudad y la fiesta fue a escasas cuadras de su casa natal en la zona sur. Ser campeón del mundo no le modificó el GPS y por eso ahora pasa las fiestas en familia en su patria chica, antes de volver a Francia a sumarse al PSG. Invita a amigos a su casa como Luis Suárez, fue al cumpleaños de quince de su sobrina y organizó una fiesta para celebrar el título con sus afectos. Todo acá en Rosario y la zona.
Está claro que el fútbol y un resultado no le cambian la vida a la nadie, pero en un país y una ciudad golpeados en varios frentes, sin dudas que la alegría que regaló Messi y sus compañeros de la Scaloneta al menos cambió por un rato el humor de todos, hubo sonrisas y festejos colectivos masivos en el país. Con cinco millones de personas movilizadas en las calles cuando los campeones llegaron de Qatar. Y todo gracias a un equipo que fue tal, con un Lionel Scaloni que organizó la tropa y la estrategia desde su rol de DT, y con un Messi sensacional que guió el camino a la gloria.
Tal vez haya más Messi en la selección, al menos en el corto plazo. Tal vez la Scaloneta siga escribiendo páginas épicas. Pero más allá de lo que depare el futuro, en este brindis de final del 2022, entre otros deseos, las copas chocarán en muchas mesas argentinas en forma de agradecimiento a Messi, por hacernos sentir al menos por un rato, por un instante, los mejores del mundo en algo. No es poco para un país goleado y golpeado por muchos lados. Por eso gracias, Scaloneta. Gracias, Messi. Gracias a la vida.