De pie, señores. Aplausos. Es lo mínimo que merecen los que pusieron la idea y el cuerpo para llevar adelante algo que, de tan acostumbrados a que no sea, parecía imposible: jugar un clásico con ambas parcialidades. Lo probaron Argentino y Córdoba primero en el Gabino y había que ratificarlo en el Olaeta. Lo hicieron. Sacaron un sobresaliente. Se pudo.
Bien por las dirigencias de ambos, por Daniel Mariatti del lado salaíto, por Omar Vicente (y antes Carlos Lancelotti) del lado charrúa. Y muy bien por los jugadores, que tanto en la ida como ahora en el vibrante 1 a 1, dieron la talla con un comportamiento ejemplar además del deportivo.
Hace rato que la ciudad está tipificada como violenta. Hace rato que los grifos de la convivencia se fueron cerrando, que los temores se adueñaron del paisaje y más en el fútbol, donde se exacerban las pasiones y mucho más cuando de clásicos se trata.
Es cierto que nada se compara a un Central-Newell’s (que tendrá su nuevo capítulo en apenas una semana) en arraigo popular y desplazamiento ciudadano. Pero este globo de ensayo de salaítos y charrúas bien debe tenerse en cuenta, porque también la ecuación estadios del ascenso-cantidad de público son proporcionales.
El folclore del clásico en barrio Sarmiento
Y en barrio Sarmiento, como antes en Tablada, los hinchas le pusieron todo el folclore desde muy temprano, con su cotillón, sus cánticos y su pirotecnia también. Las calles alrededor del Olaeta fueron ornamentadas con banderines albiazules desde el día anterior, los choripaneros se instalaron desde la mañana en las esquinas convenientes sabiendo que la convocatoria venía al pelo por la hora para hacer la pausa necesaria antes de ingresar a las tribunas.
Leer más: Una justa igualdad en barrio Sarmiento
Hasta el operativo de seguridad funcionó también a la altura, tanto en la zona norte como en el traslado de los simpatizantes charrúas en los micros desde la zona sur. Todo el mundo pudo moverse con comodidad, sin apretujones, tanto en el ingreso donde todo el mundo, de un lado y otro, llegó con la ilusión del triunfo, como en el egreso con el empate consumado que los conformó también.
El dispositivo de tránsito hizo lo suyo también, más allá de incomodar lógicamente a los habitantes de la zona. Pero la fiesta de toda la jornada hizo que todo valiera la pena, más allá de cuestiones que siempre deban mejorarse.
Hubo en definitiva una organización acorde, con el visto bueno de los funcionarios locales para que todo se desarrollara en paz, para que sólo la celebración pagana fuera la que quedara en primera plana.
La camaradería de Argentino y Córdoba
Y para que todo ello fuera posible, la camaradería entre las instituciones indispensable se construyó mucho antes de estos clásicos. Como en las presentaciones de la indumentaria de ambos equipos, donde estuvieron presentes las dirigencias rivales.
Todo eso desembocó entonces en que la fiesta de afuera dejara paso sin ningún condicionante a la fiesta de adentro de la cancha. A que los jugadores solo se dedicaran a jugar, a pugnar por una victoria que no los premió pero que a juzgar por los aplausos finales, desde la repleta tribuna charrúa de Mazzini y desde la repleta tribuna salaíta de Mercante, los dejó satisfechos igual.
Es que los equipos de los Danieles, Fagiani y Teglia, entregaron todo como en todo clásico que se precie de tal. Mejor el team del visitante en el primer tiempo, con reacción el del local para alcanzar la igualdad cerca del final.
El aplauso conmovedor al 10
Y con el moño final del aplauso conmovedor de la hinchada salaíta hacia ese raro 10 del ascenso, por su calidad y capacidad goleadora, que dará el salto a primera división sin escalas desde barrio Sarmiento: Juan Cruz Vega. Más allá de que dejará un vacío difícil de llenar en el conjunto de Fagiani, para toda la institución alba será un motivo de gran orgullo que un futbolista que potenció en los últimos años dé semejante salto en su carrera.
Por supuesto que el clásico Argentino-Córdoba tiene características que le son propias y que hoy no podrían trasladarse a un Newell’s-Central, pero que sí pasó en otros momentos de la historia. Por ejemplo, que en los equipos haya ex de uno y otro, como los charrúas Francisco Duré, Agustín Príncipe y Agustín Flores de un lado, o el salaíto Gastón Fernández del otro. Ningún pecado, como así se vería hoy en el clásico grande de la ciudad, aunque hasta los 80 al menos a nadie hubiera escandalizado, mostrando así una involución en la tolerancia.
Por eso fue tan valioso que este segundo capítulo de Argentino-Central Córdoba en el Olaeta se viviera como se vivió. Que se tomaran los riesgos. Porque proyectan hacia adelante un espejo donde todo el que se anime pueda mirarse, siempre con vocación constructiva sin mezquindades. Así de importante fue que el resto del país viera que en Rosario pudo volver a celebrarse el clásico chico a lo grande.