El presente de Central habla por sí solo, casi que no es necesario bucear demasiado para hallar explicaciones sesudas que ayuden a entender el empobrecimiento futbolístico y el decaimiento generalizado por el que transita el canalla. Razones hay a montones, que brotan de manera espontánea. Jugadores, cuerpo técnico, este y el anterior, y hasta la propia dirigencia se encuentran en un momento que a esta altura invita a la reflexión, pero no sirve de simple terapia para pasar el momento, sino para un replanteo con todas las letras. Porque de aquel equipo con ambiciones en el ciclo del Kily a este que parece arrastrarse en la cancha hay una distancia abismal. Quizá fueron desmedidas las proyecciones, pero en el medio pasaron cosas y no fueron buenas.
La manera más sencilla de graficar lo que vive hoy Central es un repaso por la tabla de posiciones de la zona B, donde prácticamente le dijo adiós a la chance de clasificación a los cuartos de final. Se sabía incluso antes del partido de Aldosivi, pero esta nueva derrota que el equipo canalla sufrió a orillas del mar potenció la sensación que Central es un equipo desvencijado futbolística y anímicamente. Porque puede parecer duro a más de uno, pero ya a cinco fechas del final Central sabía que lo que le iba a quedar por delante era simplemente la obligación de calzarse los cortos y salir a la cancha para cumplir con el fixture. Es Duro, pero real. Y de este presente no se escapa nadie. A la luz de los resultados gran parte de las responsabilidades recaen sobre la espalda del cuerpo técnico anterior comandado por el Kily González, quien fue el que comandó los destinos futbolísticos hasta que desde la comisión directiva le dijeron “basta”. Ese cuerpo técnico fue el que armó este plantel, el que les dio el visto a la llegada de los refuerzos y el que conformó un equipo con nombres que no parecen inferiores a muchos equipos del fútbol argentino, pero que sí demostró ingenuidad o incapacidad frente al desafío de darle una identidad futbolística acorde a las pretensiones de protagonismo. Es que la salida del Kily no fue producto de un momento de inconsciencia de parte de la dirigencia, sino que fue como consecuencia del gran descontento que su trabajo generaba en la mayoría de los hinchas y que tuvo como corolario la derrota en el clásico.
Ahora bien, la comisión directiva fue la misma que apenas siete partidos antes había tomado la decisión de renovarle la confianza y ponerle sobre la mesa la extensión del contrato, a fines de 2021. En ese momento nadie pensó que lo que venía iba a tener este color, en caso contrario se hubiera actuado de otra manera. Lo cierto es que hoy se marcan muchas cosas como “errores” cometidos, pero en su momento hubo respaldo.
Los jugadores son los mismos de aquel proceso a este y sin dudas a ellos también les cabe una gran cuota de responsabilidad. Si la frase “cuando un técnico se va es porque nosotros no supimos respaldarlo adentro de la cancha” es dicha a conciencia, a este grupo de jugadores es imposible no sentarlos en el banquillo de los acusados. No sólo no se fue nadie y eso que el Kily presionó muchísimo para que no le vendieron jugadores, especialmente a Emmanuel Ojeda), sino que llegaron ocho refuerzos para potenciar lo que ya había. Es más, varios de esos nombres generaron entusiasmo entre los hinchas. Lo cierto es que jamás se logró dar ese salto de calidad que se buscó con un equipo que de a poco empezaba a dejar de lado la inclusión de los juveniles para darle paso a la experiencia, a partir de la cual, se creyó, se allanarían los caminos hacia el éxito.
Pero, como se dijo, pasaron cosas. Porque cuando desde el club consideraron que el ciclo del Kily no daba para más se fue en busca de un reemplazante, que resultó ser un entrenador que, dato puro y duro, venía a hacer su primera experiencia como entrenador a un club que estaba atravesando uno de los momentos más complicados de los últimos años. El elegido fue Leandro Somoza.
Van apenas tres partidos con el nuevo entrenador, pero los síntomas de mejora no se presentan de manera convincente, mucho menos sostenida. ¿Está bien caerle a Somoza con dureza? Seguramente no porque quizás sea, al menos hasta hoy, el menos responsable en toda esta historia, pero después de tres partidos, con dos derrotas y apenas un empate, él también empieza a meter los pies en el barro.
Hasta aquí el único golpe de efecto importante que pareció dar fue poner a correr a Emiliano Vecchio para que el diez recupere la forma física cuanto antes, pero no más que eso, porque desde lo futbolístico hay cuestiones que realmente sorprenden.
Lo de Tigre fue pésimo, contra Colón pudo frenar los cambios y esperar para ver qué le pedía el partido luego que Central se pusiera en ventaja y no lo hizo. Y lo hecho en Mar del Plata resultó más de lo mismo, con algunas tomas de decisiones que resultaron extrañas, como jugar un largo rato con Lucas Gamba de enganche. Algunos simples ejemplos, aislados si se quiere, en medio de un proceso corto pero sin signos de cambios.
Pero la cosa no es sólo si Somoza arma bien el equipo o realiza bien o mal los cambios, sino en entender que ya es parte de este problema que sufre Central. Nadie puede mirar hacia el costado y hacerse el distraído, Somoza tampoco.
Y en medio de todo eso la dirigencia, que se jugó una carta importante primero con la salida del Kily (pareció ser la carta que todo el mundo le pedía que jugara), y después con la contratación de un técnico sin experiencia. Ningún entrenador, por más avezado que sea, es garantía de algo, pero hay apuestas que resultan más riesgosas que otras. Desde el inicio mismo de este nuevo ciclo, lo que hubo de parte de la dirigencia fue el respaldo absoluto frente a la medida que quisiera tomar, con lo que sea y con quien sea.
Empantanado y sin poder dar un paso al frente, Central se encuentra en medio de una situación delicada, con pésimos resultados en el medio y con todos los actores, del primero al último metidos en el mismo lodo.