Hay millones de palabras para hacer referencia a Marco Ruben, pero la que mejor le cabe es una sola: gol. Minuto 7 del complemento, centro de Montoya, primer intento fallido, rápida corrección, mediavuelta, zurdazo y gol. Ese fue “el” momento de Marco en la noche en la que vivió cosas fuertes en la previa, durante el partido y ni qué hablar después del mismo, con un homenaje acorde a su trayectoria. Pero ese momento fue cuando se expresó de la forma que mejor sabe hacerlo. Fue en el instante en el que apareció ese estruendo casi divino cuando se quiebran todos los sentidos por un grito de gol (parafraseando la letra de Callejeros). No era cualquier gol, era un gol de Marco Ruben, uno más, el último de su carrera, y en el Gigante, donde decidió que fuera su despedida.
Fue una despedida soñada, la que imaginó en la previa, gritando un gol, festejando un triunfo del Central que amó de pibito y al que tantísimas alegrías le dio, especialmente después de su primer regreso, allá en 2015. Fue rodeado de sus afectos, de esa familia que siempre ponderó, a los que les agradeció de manera infinita el pasado miércoles en la conferencia de prensa. Allí estuvieron su mamá Alejandra, su esposa Gisel, su hermano Lucas, su abuela Haydeé y sus hijos Leo y Sara. Con estos dos últimos dio la vuelta al estadio, para el reconocimiento de un Gigante repleto, que no se cansó de mimarlo.
Futbolísticamente poco por agregar. Es que después de haber batido todos los récords posibles fue por algo más. Ya era el goleador histórico de Central, ya se había transformado en el máximo artillero de la ciudad con una misma camiseta y anoche le puso la yapa: alcanzó al Patón Bauza, con 52 goles, desde 1978 a la fecha, convirtiendo en el Gigante de Arroyito.
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Fueron 262 partidos con la camiseta de Central y 105 goles. Números que pueden dar una idea de una carrera “normal” para cualquier mortal, pero en todo ese tiempo y con todos esos gritos lo que hizo Ruben fue generar felicidad plena en esos hinchas que fueron al Gigante con un dejo de angustia porque ya no habrá más Marco Ruben en Arroyito, pero entendiendo que el gran goleador estaba feliz y en paz consigo mismo con la decisión que había tomado.
Cuatro ciclos en el club, desde aquel debut de muy chico al retorno de la mano del Chacho Coudet, la partida a Brasil y la posterior vuelta, la pausa que hizo por la pandemia y una nueva vuelta, en la que muchísimo tuvo que ver el Kily González.
Había contrato por seis meses más, pero Marco sintió que este era el momento de decir adiós, de colgar los botines, de ponerle punto final a una trayectoria intachable, con una humildad impropia de un grande. Esa humildad fue la que quiso y la exigió en este último partido de su vida como profesional. Porque es cierto, pudo ser mayor la fiesta, pero Marco rogó que fuera lo más sencillo posible, sin fanfarrias, que lo único que pretendía era que sólo su familia y algunos amigos pudieran entrar a la cancha después del partido.
No obstante, las muestras de cariño no cesaron. Porque antes del partido varias veces se proyectó un video con los hasta ahí 104 goles con la casaca canalla. Y en cada momento el Gigante halló una forma de hablar, de expresarse, fue con el incansable “olé, olé, olé, olé, Marco, Marco”, que anduvo a los empujones con el “y ya lo ve, y ya lo ve, el goleador de lacadé”.
En el partido el gol. Después del mismo el abrazo de los jugadores (lo lanzaron varias veces al aire) y el saludo de sus íntimos (entre ellos su representante Andrés Miranda) y la caminata eterna delante de las cuatro tribunas, que fueron el prólogo de los saludos finales y de la foto con todos ellos que quedará para la posteridad. También eternamente quedarán esos 105 gritos de un goleador que se despidió como debía, gritando un gol y propiciando ese estruendo divino, propio de un goleador.