Vale 20 millones de euros o más. Tal vez su cotización sea 10 palos verdes. Quizás cueste 5 millones de dólares. O el módico precio de 30 pelotas oficiales. Las cifran suben y bajan al ritmo de un electrocardiograma. Bienvenidos al capitalismo salvaje del fútbol, donde todo se compra, todo se vende y todo tiene precio. Y casi nadie mira a los ojos al pibe de 17 años, al enorme pichón de crack que es Facundo Buonanotte, que quedó en medio de la puja de intereses descarnada que significó su venta truncada al exterior.
Facu comete el “pecado” de jugar muy bien a la pelota, de ser un atrevido con el balón en su poder, de tirar caños y gambetear a rivales como conos. De ser de los pocos futbolistas que hoy le sacan un aplauso al hincha de cualquier camiseta.
Y qué será de su futuro nadie lo sabe. Si jugará un Mundial, si será el sucesor de Lionel Messi o si tirará paredes con sus amigos de siempre. Lo más importante de todo es que sea feliz y que cumpla sus sueños, algo que al mercado del fútbol no le interesa en lo más mínimo y que quedó demostrado con el manoseo.
Con 17 años es un león dentro de la cancha, pero un chiquilín en la vida cotidiana. Sin dudas esta semana su cabeza estuvo a mil. Porque le dijeron que estaba vendido a la Premier League de Inglaterra y allí sería rival del Manchester City de Guardiola y del gigante Erling Haaland. Pero al momento de la firma le cambiaron la bocha.
Si bien jugar en Central es un sueño y un placer para él, está clarísimo que lo ilusionaron con un salto profesional tremendo para su carrera que luego se truncó.
Buonanotte quedó en el medio del río revuelto de las elecciones en Central. Lo tironearon de todos lados, lo usaron políticamente, coquetearon con su nombre, le pusieron precio a su cabeza y casi nadie se ocupó de la persona, del pibe, de lo que debería ser lo más importante y lo fundamental: el ser humano.
Facundo creció de golpe. Ojalá que su cabeza inocente no sienta el impacto y logre gambetear esta situación desprolija y frustrante que le tocó vivir. Porque el club a último momento se acordó de cuidar su patrimonio y está perfecto, pero casi nadie protegió a la persona, al pibe.
En el mercado del fútbol los jugadores se convierten en mercaderías, en fetiches cuyos valores suben y bajan por la oferta y la demanda, por las urgencias y las proyecciones.
El futbolista se cosifica y se vende como cualquier producto de la góndola de un supermercado. Es así, no es nuevo y estas son las reglas de juego que todos aceptan. Pero acá se trata de un pibe, de un cachorro de crack y casi nadie lo preservó de la danza de los millones. Fue un botín de guerra.