Con la lógica bajo el brazo, Argentina mereció volverse a casa con los tres puntos, a pesar de haber estado al borde de un papelón que no fue tal porque enfrente hubo un equipo livianito como Venezuela y porque en ese intento hasta el final al menos le alcanzó para empate, aunque no para mantener la condición de líder. En un partido flojo del equipo de Bauza el punto terminó cotizando, aunque, se insiste, la endeble vinotinto no es un buen argumento para sacar pecho y hacer gala de la audacia y tenacidad por haber remontado dos goles.
La chapa pareció ser todo cuando la pelota se puso en juego. Pero casi. Porque Argentina fue la encargada de asumir los riesgos e intentar ponerle al partido la marcha que había sigo pergeñada en la previa, aun con las deficiencias que mostraba por esa falta de desequilibrio constante. Igual complicó, pero de a ratos. Porque fueron más arrestos individualidades que combinaciones con lucidez.
Banega fue el primero que intentó algo distinto, con un remate desde fuera que lamió el palo derecho. Y a partir de ahí Argentina entendió que la llave estaba por el lado de un Di María que de a ratos se pareció al de otras épocas. De sus pies llegaron aproximaciones interesantes. Primero con un gran desborde y centro bajo que Pratto no pudo conectar (18') y al minuto con un centro al corazón del área, pero el delantero del Mineiro no alcanzó pese a la volea que tiró.
A esa altura, mientras la banda derecha del ataque argentino tenía menos peso que una tostada light (Lamela casi no participó del juego), la defensa comenzaba a dar signos de inseguridad. Porque el tándem Mascherano-Biglia retrocedía demasiado contra los centrales y tanto Otamendi como Funes Mori dudaban más de lo habitual.
Y llegó una de las joyitas de la noche: ese tremendo zapatazo que Añor clavó en el ángulo derecho de Romero. De allí en más, nerviosismo. Demasiado. Y eso que el desborde de González y la estirada de Martínez no terminó en el gol que todo el Metropolitano imaginó y hasta gritó. Era la segunda zozobra en el arco argentino, lo que provocó que el Patón mandara a todos los suplentes a calentar.
Pareció un golpe de nocaut el que Martínez pegó a los 4' del complemento, ridiculizando a Romero luego de que Rondón hiciera lo propio contra todos aquellos que intentaron pararlo. Fue la mojada de oreja que necesitó Argentina. El terrible aguacero no lo había podido hacer. Con el juego volcado sobre la izquierda, Argentina fue una y mil veces. Sin demasiada claridad, pero queriendo evitar el papelón. Así, llegó rápido el descuento de Pratto (primer gol con la selección) y siguió esa búsqueda que pudo tener premio antes del toque de Otamendi tras córner de Di María, cuando Bauza ya había quemado las naves con los cambios. Hernández fue en ese lapso el artífice de que Argentina no torciera el resultado y le pusiera un ribete más notorio a lo que fue un partido que sin dudas mereció ganar, pero que alcanzó para el empate. Tuvo algo de dignidad y punto.
Seguridad en el arco
No tuvo una actuación sobresaliente pero sí determinante. Dani Hernández tapó dos remates de gol a Di María en el complemento y en el primer tiempo Rojo metió un centro que salió al arco y despejó bien con los puños. Siempre dio sensación de seguridad, que no tuvo tanto correlato con el resto de la defensa. Sin brillar, se destacó sobre el resto pese a los dos goles recibidos. Venía de atajar dos penales a Colombia.