—Es un error, que en ocasiones causa dificultades y penas suponer, o aún sustentar, que la
vida nos pertenece. El lugar común o el dicho corriente “es mi vida y con ella hago lo que se
me antoja”, es consecuencia de la no aceptación de un vínculo intangible, invisible, pero que
es verdadera trama universal que une a todos los seres. Nadie es propietario de “su”
vida. Apenas se es administrador de la misma.
—¿Para qué se administra?
—Para llevar a efecto el rol o las acciones, para uno mismo y para
los demás, razón fundamental de la presencia en este orden temporal.
—Un rol que no es de carácter material.
—De ningún modo. Lo material sólo es un vehículo, una herramienta
para el tallado de la gran obra. Por ejemplo: si doy un plato de comida a quien está a punto de
morir de hambre y lo salvo, esa entrega de lo material es un acto de orden espiritual que alimenta
el espíritu de las dos partes. Al que da lo sublima y al que recibe le permite seguir para que
consuma su obra, lleve a cabo su rol y se eleve.
—O se pierda.
—Será su decisión.
—En este mismo instante hay un lector que está pensando:
“Estos bobos creen estas cosas. ¿No tienen otro tema del qué hablar?”.
—Y lo entiendo. Hay en el mundo tanta injusticia, tanta hipocresía
(incluso de muchos líderes religiosos), tanto éxito aparente del mal que somos arrastrados a un
modo de vida, a una cultura que se caracteriza por la negación de la realización de uno en todos.
Entonces yace y subyace en la mente el fatal principio: “Cada uno que se arregle como
pueda”. Pero este principio es de vida corta y de fortaleza efímera, porque siempre algo le
sucede a quien lo sustenta. Y estos sucesos son avisos de la vida, manifestaciones de un estrato
superior que advierte de que por tal camino no se llega a destino y, lo que es peor para el orden
de las cosas, se impide que otros lleguen a la meta. Si la persona no medita y cambia su rumbo algo
sucede. A veces se cree en un castigo de orden superior, más yo creo que en realidad es la
intervención de tal orden para que el insensato no arruine la creación.
—A veces tal intervención no se ve, seamos sinceros.
—No se ve no implica que no exista, que no actúe. Por lo demás,
Inocencio, jamás crea en todo lo que ve, porque detrás del oro con frecuencia hay un subterráneo
vacío que nada llena y detrás de una sonrisa exitosa un corazón estrujado. Las luminarias del mundo
no siempre son luz, mi amigo.
—En definitiva que mi vida no es mía, pero eso atenta contra la
libertad y el libre albedrío que usted mismo propugna. Se contradice.
—Mañana le respondo.
Candi II
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