Por todo el predio, de uno y del otro lado, circuló La Capital de modo presencial en una visita que en rigor fue virtual, organizada por la Subsecretaría de Cultura del municipio y guiada por la docente Mariana Rossi, quien no se define como investigadora, sino como “apasionada” de la ciudad y sus sitios icónicos.
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La llegada de la noche envuelve al sitio en otra atmòsfera.
La recorrida
La visita virtual de este viernes comenzó, justamente, por el cementerio de la Unión Hebraica, que no tiene iluminación y por lo tanto se vio todavía con luz natural. Cuentan en el cementerio que incluso hoy, muy esporádicamente, suelen ir personas a visitar a sus antepasados en ese lugar, aunque son presencias muy aisladas. Es que esa pequeña necrópolis está directamente vinculada a la proliferación del rufianismo y la prostitución en Granadero Baigorria, adonde se trasladó desde Rosario cuando se desarticuló la Zwi Migdal, organización delictiva que tenía como antecedente a la Varsovia y se dedicaba a la “trata de blancas”, como se le llamaba en ese momento a la trata de personas con fines de explotación sexual.
De los dos cementerios hebraicos de su tipo que se levantan el país (el otro está en la ciudad bonaerense de Avellaneda) el de Granadero Baigorria “es el único que conserva el lugar donde se trataban los cuerpos antes de ser enterrados: un recinto que todavía conserva la piedra, que hoy lamentablemente está partida, donde eran previamente acondicionados los cadáveres de acuerdo a la tradición judía”, cuenta la docente. “Sofía Prais, Anita Baran, Rosa Waisman…donaron esta sala…septiembre de 1935”, reza una placa de mármol pegada a la entrada del espacio.
El cementerio hebraico tiene una estética y una ética particulares. A diferencia de otras tumbas, donde varios cuerpos pueden ir a capas distintas de una misma fosa, en este caso cada una tiene un solo difunto. Las lápidas se orientan al oeste, de manera simétrica y paralela a dos hileras de cipreses que, en principio, dividen el sector de hombres del de mujeres, aunque los restos de algunas de ellas reposan en el sector de ellos. Tanto las lápidas como las tapas de los enterratorios son de mármol, muchas tienen inscripciones en hebreo (no en Idish, aclara la guía) y otras en español.
Lina Linetzke murió el 9 de octubre de 1952, a los 71 años. Jaia Kuperman, hija de Jakirde Lods (de Polonia) falleció el 28 de junio de 1946, a los 81. Natalio Leucovich, el 26 de agosto del 53, a los 61, y Mauricio Grinsberg, el 27 de abril de 1950, a los 81. Son algunas de las lápidas que están en español, y que aún pueden leerse, porque muchas otras fueron vandalizadas o corroídas por el tiempo.
Ignacio Engel murió cuando tenía 71 años, el 7 de septiembre de 1935. Leonor Bubinstein perdió la vida más joven, a los 41 años, l 20 de junio de 1934. Albina Bedenko de Sigman falleció a los 78, el 24 de diciembre de 1948. Bernardo Gold tenía 66, cuando murió el 28 de diciembre de 1957.
Los nombres siguen. No se advierte que haya gente fallecida prematuramente, al menos para los años que corrían, con otra medicina, otros tratamientos y otros sistemas de prevención sanitarios. En una lápida, la de Emma Fischman, su esposo hizo levantar una lápida en su dedicatoria donde se ve a dos leones posando las lenguas sobre la Estrella de David.
No hay registros de que en el lugar estén enterradas las “prostitutas polacas”, con cuyo nombre corrió de boca en boca este lugar escondido, aunque se sabe que no todas eran de aquella nacionalidad, sino que había de otros lugares de Europa y de la misma América latina. Las tumbas, se infiere, son de proxenetas, madamas y familiares de los miembros de la organización.
“¿Y dónde están entonces las trabajadoras sexuales de la época?”, pregunta una periodista y estudiante de historia. Rossi reconoce que eso no se sabe a ciencia cierta: “Muchas mujeres vinieron engañadas; otra no, sabían para qué las traían. Algunas llegaron con nombres falsos, otras cambiaron su identidad, es algo que se perdió en la historia”, afirma.
Lo cierto es que aquellas mujeres, bastante poco consideradas en vida, no lo iban a ser después de muertas, y menos sepultadas en un lugar sagrado. Rossi reflexiona: “No hay que negar la historia, pero si me lo preguntan, yo hubiese preferido que este lugar no haya existido, y no porque haya gente que no merezca sepultura, sino por lo que significó en el pasado”.
El cementerio ha sido objeto de vandalismo desde hace tiempo. La misma docente advierte que hace dos años, en la hilera de cipreses, había bancos de mármol que ahora no están. Muchas lápidas y tapas están rotas, igual que la mesa ceremonial donde se trataban los cuerpos de los difuntos. Por eso, y aunque la guía lo explica, no tiene mucho sentido difundir cómo se puede acceder desde afuera del predio. Ladrones, vándalos y antisemitas de todas las calañas quedarían avivados.
El viejo Redentor
El sol se va poniendo y es hora de recorrer más. La reja herrumbrada del cementerio hebraico se cierra para abrir paso al Redentor más antiguo, el de la calle principal donde responsan las familias más conocidas de la ciudad, el que se extiende laberínticamente hacia el norte de Baigorria.
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El cementerio de Baigorria creció de manera un tanto anárquica. "Es fácil perderse en el Redentor", aseguran.
Rossi explica que la necrópolis tuvo un crecimiento explosivo a fines del siglo XIX y principios del XX, y que por eso se fue expandiendo de manera un tanto anárquica. No está organizado en cuadrículas ni tiene sus calles paralelas. “Es fácil perderse en el Redentor”, dice, cuando ya está cayendo la noche y nadie quiere desprenderse del “rebaño.”.
“¿Hay historias de fantasmas?”, pregunta una chica, con curiosidad joven. La docente no lo niega ni lo afirma. Prefiere ajustarse “a la historia”. Un poco más lejos, desde la oscuridad, alguien contesta: “Sí, las hay, y muchas”.
La arquitectura del Redentor en sencilla, sin grandes ornamentos. Lo que ya se advierte es que las tumbas miran en otra dirección.
Allí se ve, casi en el ingreso el panteón de la familia Orsetti, con el nombre de Edgardo, el primer jefe comunal del pueblo, aunque su padre, Giovanni, era el puestero de Baigorria y el primero en ser inhumado en el ahora sitio de responso familiar.
Cruzando Orsetti se levanta el otro cementerio, el “nuevo”, que ya data de la década de 1950. Cuentan que es muy probable que muchos de los fallecidos de la colectividad judía hayan sido sepultados finalmente en este nuevo sitio, ya que, en la década del 70, el cementerio de la Unión Hebraica se cerró, luego de la muerte de Pedro Flum, fallecido a los 67 años el 9 de marzo de 1971.
Otra impronta
El “nuevo” Redentor ya tiene otra impronta. Conforme cambiaron las costumbres y las tradiciones, ya es más un cementerio de nichos, muchos de ellos adquiridos por instituciones (mutuales, sindicatos) para sepultar a sus socios o afiliados. Pero éstos se levantan en los límites. La estructura tradicional conserva aún la estética y la arquitectura de un camposanto común, aunque sin grandes ornamentaciones.
Lo cierto es que los límites ya casi ni se ven, salvo por los grandes panteones. El cementerio parece no tener fin, y menos de noche. Una noche que se ha hecho espesa y que sólo se alumbra de manera artificial sólo en algunas partes.
De la recorrida, resumida, queda muchísimo por decir. Como que un hombre, llamado León Duckler, adquirió a principios del siglo pasado terrenos en lo que hoy se conoce como barrio San Fernando, y generó ahí un loteo que podría haber sido un pueblo distinto a Baigorria y a Capitán Bermúdez, con el que linda. Que este señor, conocido proxeneta, levantó en el predio adquirido dos casas de tolerancia; que había alrededor del negocio unas 400 personas; que la prostitución fue un negocio privado pero también una fuente de ingresos públicos que le dieron a Pueblo Paganini cierta prosperidad, a costa de unas infelices que ponían su cuerpo. Que hasta hace pocos años, la hoy plaza 25 de Noviembre llevó el nombre del cafiso. Y una cosa bastante difícil de digerir: el significado de la palabra “mina”, con la que muchos hombres identifican a las mujeres, sobre todo jóvenes. “Cada prostituta que caía a un burdel era una mina de oro y plata, sólo había que darle de comer y ella generaba las ganancias”, dice Rossi. Y revela: “De ahí viene, lamentablemente, el apelativo”.
La docente deja para el final una invitación, que es al mismo tiempo reflexiva y coherente: “Vengan, recorran, busquen símbolos, conozcan la historia de la región. El Redentor tiene mucho, muchísimo para contarles, si lo saben descubrir”.
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La presencia de la comunidad judía se ve en los panteones.
La recorrida, hay que recordarlo, fue organizada por la Subsecretaría de Cultura de Granadero Baigorria, con Eliana Trivisonno a la cabeza, y contó con la presencia de Patricia Leguizamón, encargada del cementerio. Se siguió tiempo real, por la plataforma Instagram del municipio. Y ahora está plasmada en un video que puede verse en la misma red, en Facebook y en YouTube.
Una apuesta mayor
Tal cual lo publicó La Capital en el anuncio de la actividad, Trivisonno afirma que “el contar de dónde venimos es una forma de identificarnos, de no volver a cometer errores, pero además es una forma de que mucha gente sepa cosas que realmente desconocía, y dentro de la misma ciudad. Historias que se esconden, justamente, en los cementerios, que a pesar de su silencio sepulcral, tienen cosas para decirnos. Hay que saber escucharlas”.
Por lo que cuenta, “en el Redentor hay muchas cosas que la comunidad desconoce, hay cuerpos que reposan allí y que son de personalidades contemporáneas, más las otras, desconocidas, o directamente vueltas a enterrar por el olvido”.
A su juicio, “las batallas son culturales, y conocer nuestras raíces, nuestra historia como pueblo, es indispensable para la construcción de la comunidad”.
Durante la recorrida por el Redentor, Rossi afirmó que este cementerio, como tantos proyectos inmobiliarios de Lisandro Paganini, fueron un negocio.
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Las siluetas de las tumbas se dibujan bajo la noche.
La visita virtual de este viernes fue la primera después de la que se realizada de manera presencial el sábado 19 de octubre de 2019. En aquella ocasión, de la que también participó La Capital, sólo se visitó el cementerio de la Unión Hebraica. Esta vez, la apuesta fue mayor, y más enriquecedora, porque ayuda a entender por qué una ciudad como Baigorria tiene un cementerio tan, pero tan grande.