¿Qué hubiese pasado si Juan José Saer seguía adelante después de aprobar raspando la materia “Introducción a la literatura” del profesorado de filosofía en la, por entonces, Facultad de Filosofía y Letras? ¿O si la madre de Tulio Halperín Donghi le aconsejaba a su hijo que no acepte postularse como decano de esa casa de estudios a sus 30 años? Si bien los eventuales desenlaces son contrafácticos, esos vestigios tienen su origen gracias al descubrimiento que realizó el programa de preservación de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), que se encargó de recuperar cientos de archivos con un enorme peso histórico. Todo fue plasmado en un libro del que participaron docentes y estudiantes de historia de la facultad, que se presentó esta semana.
El programa de preservación documental de la Facultad de Humanidades y Artes, compuesto por historiadoras y estudiantes, presentó el libro “La Facultad de Filosofía y Letras: de la Universidad Nacional del Litoral a la Universidad Nacional de Rosario. Estudios sobre su historia”, en el que se reconstruyen diversos fragmentos de la historia universitaria de esa casa de estudios, a partir del hallazgo de material de archivo que estaba abandonado en el sótano de la institución que, a su vez, fue un icónico reducto de resistencia por parte de los centros de estudiantes.
La preservación de los archivos arrancó con la idea de los integrantes del programa de resguardar de la mejor manera el material encontrado en más de 30 bolsas de consorcio en lo que fuera el sótano de la facultad: “Empezamos por la voluntad, que era mucha, y por saber que había materiales a los que había que hacerles un tratamiento especial, relevarlos, saber cuáles eran pasibles de expurgarlos y cuáles debían conservarse”. Al principio, las herramientas eran escasas y fueron “aprendiendo, escuchando y leyendo. Todo prueba y error. Hicimos cursos de capacitación sobre el tratamiento de estos materiales y buscamos un lugar para sacarlos de ahí”.
Encontraron cientos de legajos que “son de guarda permanente y no pueden tirarse porque resguardan derechos. Son importantísimos para saber quiénes pasaron por esta facultad, quiénes dejaron sus rastros acá. Es obligación de la institución conservarlos”, asegura Cristina Viano, docente de historia y directora del programa de preservación de la facultad.
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Celina Mutti Lovera/La Capital
La importancia de esos documentos se refuerza cuando la docente empieza a dar ejemplos. El primero que viene es el concurso con el que el destacado historiador Tulio Halperín Donghi resultó electo decano de la casa de estudios: “En el 57 se elige decano por primera vez de acuerdo a la metodología de la Reforma Universitaria: ahí eligen a Halperín Donghi, con 30 años. Era un joven que vivía con la mamá y que le consultó a ella, según los relatos orales, si debía presentarse o no (a elecciones para el decanato) porque el centro de estudiantes de entonces es el que le ofrece ser decano. Estuvo poco menos de dos años”.
Entre los cientos de legajos, se encontraron los de dos jóvenes estudiantes: Juan José Saer y Hebe Uhart, ambos en el profesorado de filosofía. El primero tuvo un paso fugaz, con una presentación el 22 de diciembre de 1960 en la mesa de Introducción a la literatura y una nota al borde de la reprobación. Uhart también transitó poco por el edificio de Entre Ríos y Córdoba, el mismo año que el oriundo de Serodino, y ya venía de haber cursado en la Universidad de Buenos Aires. Además, cientos de notas que resaltan la intensa actividad que Rubén Naranjo ejercía al frente del centro de estudiantes.
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Celina Mutti Lovera/La Capital
El sótano de los recuerdos
El sótano fue el sector donde comenzó a germinar el libro, o como dice Viano, donde “empezó a parirse”, un lugar icónico dentro del edificio ya que fue el reducto histórico del centro de estudiantes, donde se gestaron movimientos y protestas en las épocas más oscuras del país.
La codirectora del programa, Laura Luciani, aporta: “Es el sótano de los recuerdos. Según lo que cuentan los estudiantes que militaron en la época del rosariazo, desde ahí se organizaban las marchas”. Esto se vincula con otro hallazgo por parte del programa de preservación entre la documentación abandonada en el sótano: “Encontramos muchos apercibimientos para estudiantes que hacían estas actividades y que, después, desaparecieron”.
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Celina Mutti Lovera/La Capital
Pero el sótano modificó su impronta a partir de diversos trabajos que encararon las historiadoras, algo que expone cómo un lugar puede tener interpretaciones diferentes según quién lo mire. Luciani afirma que conoció la importancia del lugar gracias a los diálogos que tuvo con estudiantes, en el marco del desarrollo de actividades para recordar el Rosariazo. Y Viano aporta: “Íbamos a ver videos. Había una memoria que no se transmitió sobre el sótano, que era el lugar del centro de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras durante larguísimos años”.
“Era una docente muy joven cuando estaba la sala de videos, que era novedosísima en ese momento, pero no sabíamos que ahí había funcionado el centro de estudiantes en los 60”, agrega.
Cambio de roles para conservar la historia
En el proceso de preservar los archivos, los historiadores, que en general acuden a registros ya conformados, se volvieron fundamentales según Viano: “Paradójicamente, tuvimos que empezar a asumir prácticas de archivo y ampliar nuestro espectro”. Y a pesar de que el trabajo comenzó hace más de cinco años, ambas afirman que se siguen sorprendiendo con las cosas que encuentran.
Luciani destaca que el hecho de que la UNR sea una universidad joven por superar apenas el medio siglo (cumplió 53 años el 29 de noviembre) puede ser un factor para no darles la real importancia que merecen a los archivos. Sin embargo, manifiesta: “Acá hay medio siglo de historia de la universidad en un país que ha tenido una intensa vida política y social, en donde las universidades no han sido ajenas a ese proceso. Mucha documentación tiene que ver con eso, con pensar qué rol tuvo la universidad, los intelectuales, docentes y estudiantes”.
A medida que se iban retirando cajas destruidas del sótano, se inventariaba cada archivo que se encontraba “en el orden original con el que lo encontramos”, señala Viano, ya que “no se puede alterar”. Distinta fue la manera del tratamiento con los elementos encontrados en las bolsas de consorcio: “Fue más aleatorio porque no había numeración y hubo cosas que tuvimos que tirar porque eran irrecuperables, entre humedad y guano de murciélago”.
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El libro presentado esta semana es un punto y aparte de todo lo que falta hacer con el material encontrado, ya que todavía queda revisar todo el inventariado que se hizo y digitalizar los documentos más significativos, entre otras cuestiones que mencionaron las historiadoras. Y uno de los capítulos de la edición que más rescatan es el que describe la experiencia colectiva de cómo los estudiantes llevaron adelante la tareas de preservación. “Hicieron un proceso inverso: aprendieron el oficio de historiar desde una práctica de archivo, al tiempo que hacían sus carreras”, cuenta Viano. Y detalla cómo transcurrían los viernes, en especial: “Eran jornadas de trabajo, donde ellos me consultaban sobre si algún documento era importante, y de ahí surgían los relatos de la historia. Era un repaso constante”.
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Celina Mutti Lovera/La Capital
Luciani remarca que los hallazgos "adquirieron muchas dimensiones. Tantas, que cuando nos dimos cuenta de todo lo que había, pensamos en que había que transmitir todo esto en una producción académica. No nos podíamos quedar con el relato entre nosotros. Ahora, mucha gente puede venir a preguntarnos qué hay”.
“El libro y las distintas instancias que hicimos mediaron para difundir cuál es la historia de la facultad y qué otros problemas se podrían iluminar”, considera Luciani, y Viano apoya para concluir: “Le dimos luz a un archivo, que no era un archivo, para recuperar papeles que a nadie le servían hasta que empezamos a intuir su significación”.