La aparición de nuevos basurales y la persistencia de los crónicos no sólo están
ligadas a la pobreza en Rosario. Hay calles y avenidas, habitadas por mayoría de clase media, que
amanecen día tras día con insólitas acumulaciones de basura: escombros, ramas y hasta objetos
domésticos en desuso. Sobre esos restos otros vecinos depositan los desechos diarios y el
resultado, como el que pudo constatar LaCapital a lo largo de bulevar Seguí, sólo para tomar un
ejemplo, es que las esquinas del cantero central quedan atiborradas de basura, con los cordones
rotos por el trabajo de la recolección para levantarla: al menos un minibasural por cuadra. La
postal se repite en muchas otras avenidas.
La proliferación de basurales suele asociarse a la pobreza. En gran medida por
razones económicas —una buena porción de los recursos de cada hogar carenciado suele provenir
justamente del cirujeo— y en parte por razones culturales que no ayudan a visualizar como
valor el cuidado del patrimonio urbano y el espacio público. Algo que, dado el lugar donde vive la
mayoría de esas familias, no puede sino ser comprensible.
Hace unos meses, incluso, un estudio impulsado por el Estado nacional en
ciudades del país —entre ellas Rosario— reveló que el 90 por ciento de los encuestados
asumía como muy pobre el cuidado de lo que es común, como contenedores y limpieza de calles. Y una
semana atrás el municipio lanzó el programa Convivir Rosario, un plan que apunta a mejorar la
calidad de vida mediante un cambio cultural que combine el respeto y la convivencia en el espacio
público con la consigna de que si se asumen responsabilidades sociales, también se pueden asumir
las soluciones.
Al menos tres de los cuatro ejes sobre los que se estructura el programa tocan
de cerca la problemática de la limpieza urbana: bienes y usos de los espacios públicos,
comportamiento y actitudes, y medio ambiente e higiene. Las estrategias de intervención giran en
torno a la comunicación y educación, el trabajo territorial, la participación comunitaria y la
acción coordinada con otras instancias estatales.
A simple vista. No hace falta ser especialista para advertir que las zonas con
más residuos dispersos y basurales crónicos están casi siempre cerca de asentamientos irregulares y
terrenos ferroviarios. ¿Pero qué ocurre cuando es la clase media la que decide podar enredaderas o
encarar tareas de albañilería y arroja esos residuos a la vía pública en vez de alquilar un
volquete? (ver aparte).
Pueden pasar varias cosas: que los deposite alegremente en la vereda o la de
algún vecino, que si vive en un bulevar o avenida los deje en el cantero central, o que se libere
de sus desechos pagándole al conductor de un carro sin preocuparse de que el destino final sea la
esquina o la vía del tren.
"Realmente es un tema que nos preocupa y nos ocupa", afirmó la subsecretaria de
Medio Ambiente, Daniela Mastrángelo, cuando se le relató que a lo largo de bulevar Seguí se
contabiliza al menos un minibasural por cuadra. De hecho, el tramo sobre esa arteria entre Ovidio
Lagos y Ayacucho figura entre los 35 basurales crónicos que la firma Lime (una de las
concesionarias de la recolección, junto a Cliba, que se ocupa de otros 39) identifica en la
ciudad.
"¿Y a quién le vamos a echar la culpa? Si somos nosotros mismos los que sacamos
los escombros de adentro, los tiramos en el bulevar y arriba los adornamos con botellas...",
autoironiza Alberto (52), un viejo comerciante de Seguí.
Para Mastrángelo, esos minibasurales reincidentes en zonas de clase media son un
buen ejemplo de comportamientos colectivos que hay que modificar. "En la base existe una cuestión
cultural por la que los vecinos no logran apropiarse del espacio público, el mobiliario urbano ni
el cuidado del medio ambiente", admitió.
Como respuesta, aparte de las acciones que su área encarará en el marco del
programa Convivir Rosario, preparan una "campaña masiva de fuerte llegada y con continuidad" que se
lanzará en dos semanas. La idea, dijo Mastrángelo, es educar y concientizar sobre problemáticas que
ponen piedras a la convivencia. Y a eso también contribuirá, recordó, que con la próxima concesión
(se espera que empiece antes de fin de año) las firmas adjudicatarias deberán destinar el 10 por
ciento de su inversión "a comprometer a la ciudadanía en el cuidado de la limpieza y el medio
ambiente".
El lema, aprendido de las regiones del mundo que están a la vanguardia en este
tema, es que "la ciudad más limpia no es la que más se limpia, sino la que menos se ensucia".