Cuatro aviones, 14 mil kilómetros de distancia, una pandemia de por medio, una relación que no era la mejor y tres años sin verse. Silvina, la madre, decidió visitar a Maia, su hija, que hacía varias temporadas que residía en Australia. Ese viaje penetró hasta las vísceras, tanto que no quiso guardarse la experiencia, que es la misma que cada padre tiene con sus “hijos golondrinas”. El próximo jueves llega a Rosario un libro que expone el lado B de buscar nuevos rumbos en el exterior.
Silvina Scheiner es una mamá, como tantas otras, que tiene a su hija en otro continente. Los océanos de distancia la llevaron a repesar y comprender su realidad. A Maia también. Así nació Distancias del Corazón, un libro que narra la travesía de la mujer por Oceanía donde el único afecto que le quedaba se desarrollaba.
La historia de Scheiner representa a las decenas, y hasta cientos de padres, que ven avanzar a sus hijos en tierras lejanas. Luego de su publicación nació un grupo de WhatsApp con familiares de todo el país que se apoya y comparte experiencias de cómo es vivir a la distancia.
El libro Distancias del Corazón llegará a Rosario, donde los "hijos golondrinas” se repiten en todos los barrios, y será presentado, a las 18.30, en el Museo Estevez. “Un hijo golondrina es una manera metafórica de hablar, de estos hijos que andan por el mundo y que van saltando de país en país. Son ciudadanos del mundo”, explicó Scheiner a La Capital.
La historia de Argentina marca una fuerte corriente migratoria de Europa desde la invasión del imperio español hasta el éxodo de europeos debido a las guerras. También interna, de propios argentinos o de pueblos originarios que cambiaban su lugar en busca de oportunidades. Hoy la realidad expone que un rebote que lleva a esos descendientes a retomar el camino de sus antepasados y saltar a lo desconocido.
Verlos crecer afuera
Nora Nicotera es quilmeña de la Provincia de Buenos Aires, pero rosarina por adopción. Hace más de cuatro décadas que trabaja en los medios de Rosario y viaja todos los años a España en busca del tan ansiado encuentro con sus hijos: Juan Manuel de 48 años y Eugenio, de 44.
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La crisis del 2001 estalló en el país y ella asustada por la coyuntura viajó con Eugenio hacia Barcelona. Del otro lado del Atlántico la esperaba una amiga con una paella y una oportunidad para su familia. Juan Manuel se quedó en Rosario administrando la radio Clásica, que era el sustento familiar. A los tres meses, ella se volvió; para ese entonces Eugenio ya trabajaba y fue la puerta que Juan Manuel emigrara en 2003. Desde hace más de 20 años Nora sufre la distancia como ninguna, pero rescata en diálogo con La Capital que “no me preocupé por su crecimiento personal porque una cosa era irte en esa época y otra es ahora”.
Con gracia recuerda la primera vez que los fue a visitar. Nora llevaba cortinas, sábanas y otras cosas de la vida cotidiana. Sus manos llenas nunca se pudieron vaciar: “Tenían todo en poco tiempo, fue ridículo llevarle eso”. Ella, a pesar de más de 20 años de distancia, sigue haciendo compras para una familia de a tres, no puede despegarlos de su sentir y reconoce que el paso del tiempo no soluciona “nada de la ausencia”.
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Nora esquiva decir su edad, pero se sabe con experiencia. “Leo el grupo de Silvina y ya pasé un montón de esas etapas, que parecen pavadas, sin embargo, es el sentir nuestro, el de los padres”, expresa.
Los años no pasan solos, las necesidades afectivas aumentan, la comunicación, a pesar de la tecnología, se hace difícil. Nora reconoce que le repercute en el cuerpo. En la otra vereda, la llena de paz saber que sus hijos pudieron hacer carrera en Barcelona y disfruta de sus dos nietos, con los cuales pudo entablar una relación fuerte pese a los más de 10 mil kilómetros de distancia.
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Como madre se da cuenta: Eugenio extraña, quiere ir a ver a Newell’s al Coloso Marcelo Bielsa y hasta intentó regresar y asentarse en el país; Juan Manuel, todo lo contrario, “es un catalán más”, desliza. Mientras tanto se lamenta “perder lo cotidiano”.
De aquí para allá
Valentín trabajó un año en Vaca Muerta. Juntó el dinero necesario y regresó a su casa en Rosario, pero no por mucho tiempo. El siguiente paso era el norte de Italia a mediados de 2024 con el objetivo claro de conseguir la ciudadanía italiana. Y aunque su madre Silvana ya había vivido una situación similar con su hermano Fabian, la partida del joven de 24 años a Europa fue difícil.
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Silvana Bessone tiene 52 años y había formado una familia tipo en Rosario. Con su esposo Diego criaron a Valentín y Lautaro, que hasta el momento sigue a su lado. Los domingos eran de asados, para luego partir hacia el Coloso del parque Independía a seguir a Newell’s.
En tanto, Valentín vivió en Turín y el 24 de diciembre de 2024, a horas de la Navidad, recibió la noticia que consiguió su ciudadanía cuando estaba en Roma con un amigo de Rosario. La siguiente parada fue Palmas de Mallorca en España para el verano europeo de 2025. Ya en octubre de este año Australia fue el siguiente check-in que realizó.
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Ella atravesó esta situación cuando Fabian salió expulsado por la crisis de 2001 en Argentina y llegó a Granada, donde hace más de 20 años que vive. “No fue fácil, sobre todo para mis padres. Yo lo puedo entender ahora, lo que vivieron ellos”, reconoce Silvana a La Capital. Los Bessone son de San Jorge y vieron como sus tres hijos partieron a Rosario para desarrollarse, años más tarde, la mujer de 52 años atraviesa una situación idéntica, pero con un continente de distancia. “Cuando estaba en Rosario lo único que quería era volver a San Jorge. Los domingos son los más difíciles. Sé que Valentín extraña mucho. El primer año fue lo peor, pero sé que sigue su camino y está contento de lograr independencia, conocer y crecer. No es fácil separarse de un día para el otro”.
Al menos hasta octubre de 2026 Valentín podrá estar en Australia. Al menos hasta esa fecha Silvana estará en Rosario, trabajando y juntando peso por peso para poder ir a visitar a su hijo. Ya lo consiguió en abril para el cumpleaños del joven, donde aprovechó para ver a toda la familia junta en Granada.
“Los padres de hijos golondrinas tenemos que aceptar que los hijos vinieron a hacer su propio camino. Duele no verlo todos los días, pero se supera. Si ellos sienten que vos estás bien, ellos también lo están”, explica Bessone.
Un libro que generó comunidad
“Distancias del corazón mira el lado B de la inmigración. Siempre se habla de la valentía o de la calidad de vida que tienen, pero muy pocas veces se habla de lo que pasa con las familias que se quedan, divididas en esa sensación de la felicidad por tu hijo y la desazón de que se desarman”, explica la escritora Silvina Scheiner a La Capital.
El libro trata de la historia de Scheiner con su hija Maia, que residía en Australia. A pesar de no tener una buena relación en Argentina, la madre e hija conformaban el último lazo sanguíneo que les quedaba a ambas. De todas formas, acordaron encontrarse en el país de Oceanía.
La madre tomó cuatro vuelos y desde allí comienza a contar su viaje, los lugares que visita y su relación con Maia, a la cual no veía hace tres años. A lo largo de la historia van surgiendo incógnitas y respuestas. Scheiner piensa en seguir a su hija por el mundo y en cómo será el futuro de su familia cuando la natalidad baja año a año a nivel mundial y la posibilidad de tener nietos se va descolorando. El libro finaliza cuando la escritora se recupera del jet lag del viaje.
El libro derivó en un grupo de WhatsApp con integrantes de todo el país que comparten experiencias de ser padres con hijos golondrinas. Una comunidad que sirvió para sostener el vacío que dejó el viaje de un familiar. Así fue como se encontró con distintas repercusiones, tanto de padres como de hijos que se sentían identificados en el texto de Scheiner.