El Barco Ciudad de Rosario fue la primera embarcación hecha desde cero en la ciudad en 1971. Ahora bien, a más de 50 años de sus primeros recorridos, su destino la llevó a estar anclada frente al centro rosarino, en la isla El Charigüé, aguardando alguna señal para reactivarse.
Fue el primer y único barco de turismo construido completamente en la ciudad, la Cámara de Diputados de la Nación y el Concejo de Rosario lo declararon “de interés turístico” y el municipio lo designó “de interés cultural”; pero sobre todo la embarcación forma parte de la memoria colectiva de los miles de rosarinos a quienes acompañó en su primer travesía por el río (ver aparte).
El símbolo del turismo fluvial local lleva más de cuatro años varado frente al Monumento a la Bandera. Tras medio siglo de paseos por el Paraná, la pandemia y la histórica bajante del río lo dejaron fuera de servicio. Hoy su dueña busca apoyo o comprador para evitar que el ícono construido en Rosario termine en otra provincia.
Cómo nació el primer barco turístico construido en Rosario
El proyecto del Barco Ciudad de Rosario comenzó en la década del 60, cuando Raúl Oficialdegui compró en Brasil una embarcación en desuso con el sueño de reconstruirla por completo.
Durante siete años, el astillero Riguetti fue testigo de su construcción hasta que, en febrero de 1971, realizó su primer viaje. Con capacidad para 300 pasajeros, dos motores, usina eléctrica propia, salones, bar y pista de baile, el barco se convirtió en un emblem del turismo fluvial.
Durante décadas zarpó todos los fines de semana y feriados, con paseos de dos horas por el Paraná, y también organizó salidas educativas para escuelas, contingentes de jubilados y eventos privados. Ahora bien, a lo largo de los años sus recorridos se adaptaron a los niveles del río: cuando la bajante impedía transitar por riachos internos, el itinerario se ajustaba al canal principal y las islas más cercanas a la costa urbana.
Por qué quedó varado en el canal La Lechiguana
Fue la pandemia de 2020 la que obligó al Barco Ciudad de Rosario a suspender sus tradicionales paseos. Poco después, la histórica bajante del Paraná lo dejó encallado frente al centro rosarino, en el canal La Lechiguana. Desde entonces permanece inmóvil en la isla El Charigüé, sin actividad turística ni recursos para su mantenimiento.
Ese mismo año, en una nota del periodista Tomás Barrandeguy para este medio, Guillermo Alcaraz, capitán del barco por más de 20 años, describió la situación: "Vengo una vez por semana a verlo, pongo el motor en marcha por las baterías".
Cinco años después, la embarcación sigue en el mismo lugar. Tal como detalló el periodista Lucas Ameriso, la situación se agravó por el certificado de navegación, que requiere una revisión obligatoria cada cuatro años en tierra, con un costo estimado de 45 mil dólares. Pese a las prórrogas, los dueños no lograron obtenerla.
"Cuando vino el Covid-19 me dediqué a pagar sueldos a los 12 empleados que teníamos, luego no pudimos trabajar por la bajante y encima nos habían autorizado un cupo del 40 por ciento de los 335 pasajeros. No salvamos ni los costos. Me quedé con una mano adelante y otra atrás", contó Haydée Oficialdegui, hija de Raúl, creador de la emblemática embarcación.
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Los altos costos para activarlo y el pedido de ayuda
La embarcación necesita una revisión obligatoria en tierra que cuesta alrededor de 45 mil dólares, monto imposible de afrontar para su propietaria, Haydée Oficialdegui.
“El barco es de acá, y debería quedarse acá, pero yo no puedo sola. No me queda otra, con todo el dolor del alma. Siempre intenté hablar con las autoridades, pero nunca pasó nada", expresó en diálogo con el periodista Lucas Ameriso.
Qué dicen los proyectos
El Régimen de la Navegación Marítima, Fluvial y Lacustre establece la revisión de buques en tierra cada cuatro años, con un costo muy elevado para los propietarios, el cual ronda los 45.000 dólares y los propietarios están en tiempo de realizar esa revisión, según lo establece la reglamentación, pero sin ingresos se les hace imposible. Y ahora pidieron una prórroga y auxilio a las autoridades.
"La experiencia de destinos consolidados como el Delta del Tigre, en nuestro país, evidencia la viabilidad económica y social de proyectos similares, donde el turismo fluvial ha demostrado ser un motor de desarrollo regional", fundamentó Lisandro Cavatorta quien pide al Ejecutivo local arbitre medidas para la refuncionalización y puesta en valor del barco.
En su iniciativa establece varias alternativas de puesta en marcha: un convenio público-privado con los propietarios; entrega de subsidios destinados al mejoramiento y puesta en valor de la embarcación; articulación público-privada, involucrando a actores locales, para la planificación, financiamiento, operación y promoción del circuito turístico.
También la implementación de programas de viajes educativos, orientados a la formación de los ciudadanos sobre la importancia de la preservación de los ecosistemas fluviales, la historia local, y el fomento de prácticas sostenibles. Y la celebración de convenios con la Municipalidad de Victoria (Entre Ríos), y con los concesionarios, locatarios y propietarios de los paradores isleños, para el fomento del turismo y la gastronomía en la zona ribereña regional
El segundo proyecto es un reconocimiento histórico y cultural al servicio prestado durante más de cincuenta años, siendo un símbolo de nuestra ciudad, que también avanzó en el Palacio Vasallo.