A los doce años tuvo su bautismo de navegación a vela, junto a un amigo de la misma edad, en una travesía de cuatro días hasta Gaboto, durmiendo en las islas, tutelados por un tío del amigo que iba en su propio barco.

A Carlos Rodríguez, Charly para sus amigos, lo consideran un conocedor del tema. Navega desde los 12 años y está pronto a cumplir 70
Carlos Rodríguez navega desde los 12 años en el río.
A los doce años tuvo su bautismo de navegación a vela, junto a un amigo de la misma edad, en una travesía de cuatro días hasta Gaboto, durmiendo en las islas, tutelados por un tío del amigo que iba en su propio barco.
Carlos Rodríguez, Charly para sus amigos, quienes lo consideran un referente del tema, mira el Paraná desde su ventana al dialogar con La Capital. Así de indisociable es la pasión que siente por el río y el deporte donde el propio cuerpo funge de herramienta.
Ya a los 15 años, y en el Club de Velas, se había hecho de un velero norteamericano monotipo. Así comenzó la competencia que nunca abandonó y que ejercía sobre él un desafío: “La habilidad del regatista es lo que te lleva a la victoria buscando el viento con tu físico”.
Cuando llegó el furor de la tabla con vela (windsurf), se aplicó a navegar concentrado en controlar dirección, velocidad y equilibrio. “Ahí navegué bastante, fue un furor como lo es ahora el kitesurf, una tabla como un barrilete, algo que se ve mucho en La Florida”, comentó sobre esta actividad de pura adrenalina por la sensación de casi volar sobre el agua. “Son modas, distintos tipos de navegación que van cambiando con el tiempo”, dijo.
Al windsurf le siguieron los barcos con tripulación, con los que corrió varias regatas de Buenos Aires a Punta del Este. “No tengo registrada la cantidad de regatas desde los doce años y estoy por cumplir setenta; navegué un poco”, añadió entre risas.
“Hoy mi hijo Franco está en España, navegando un barco de 79 pies (una embarcación grande), y comenzó con este deporte a los siete años, en un barco de iniciación a la vela”, comentó luego.
“Sigo navegando y también comencé a dedicarme a la reparación y puesta a punto de las embarcaciones, hice otros deportes en el río, pero me encantó lo de las velas. Cuando éramos chicos íbamos a la isla y no había nadie; hoy encontrás un millón de personas”, relató.
Para Rodríguez, el río es una terapia: “Cuando tenía problemas, subía a la tabla, me iba a navegar y volvía como si hubiera ido a un psicólogo”.


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