Miércoles 21. Junto al mar. Podría ser banana y chocolate, pero el sitio se llamaba así: chokolate. También podría ser pato vica, banana y chocolate. Mejor tejas, pato vica, banana y chocolate.
Por Raúl Acosta
Miércoles 21. Junto al mar. Podría ser banana y chocolate, pero el sitio se llamaba así: chokolate. También podría ser pato vica, banana y chocolate. Mejor tejas, pato vica, banana y chocolate.
En la puerta de "La Normandina", el complejo social, cultural y gastronómico de MDQ donde comienza Playa Grande, el que cuida la puerta, Sergio, en conversación tranquila de la mañana de diciembre comenta: "Eran otros tiempos...". Todos tienen nostalgias, aun el joven que cubre sus músculos con un uniforme de empresa de vigilancia.
Recuerdo, le digo, aquellos días en que, en la década del 70, la zona de Constitución (años de "flecha juventud") concentraba los boliches nocturnos, la movida joven, el esplendor del verano en la costa y los cuerpos de baile convocados por esa marca de zapatillas. Evoco que ya entonces había grupos de señoritas, muy jóvenes, bailando los temas mas difundidos de una música tan desfachatada como elemental.
El evoca lo suyo, el fin, sobre los 90 y tantos, cuando "Chokolate" expulsaba gente pasados los 5.000 mil residentes de una noche interminable. "Todo aflojó. Chokolate, sobre el final de su época, cuando juntaba 1,500 festejaba...".
Le indico que la movida, sobre el fin de siglo, se trasladó a Alem, una calle elegida por los jóvenes. Me aclara que "si, pero Alem nunca tuvo boliches bailables grosos, eran bares para la previa y después salir lanzados a otra parte...". Resuelta su vida como empleado fijo de una empresa de vigilancia que atiende grandes complejos, lo suyo es nostalgia de aquellos años. La movida nocturna sigue, pero Sergio se acuesta temprano. Los "pato vica" aflojan sus bíceps y como en el tango: "el músculo duerme..." y los pibes lloran de noche.
En MDQ, como en todo el país, como en buena parte del mundo, cada quien mira las cosas con su vidrio pero aquí, cuestión de premura o claridad, nadie lo oculta.
La mirada de Mario, tejista, es diferente. "Menos mal que llovió un poco, el mejor anunciante que tengo es la lluvia, apenas llueve todos se avivan que hay goteras, que el techo se llueve, tiene filtraciones...yo paso y dejo la tarjeta... es increíble cómo se olvidan de los arreglos en invierno y me llenan de trabajo en verano... en fin, menos mal que llovió un poco, algo es algo...".
Eduardo es el que tiene a su cargo "la banana". Quien conozca las playas del centro de MDQ y tenga hijos chicos sabe de que estoy hablando. Una suerte de barcaza, gomón, piragua, bañadera es "la banana".
Buen tiempo, mar calmo y sale (al mar) sobre la costa y sin oleajes. Paseíto para primerizos, mini bautismo de mar. Lindo. Inocente. Imposible con vientos fuertes, lluvias o frío. Aviso: sigue funcionando.
El mismo tiempo que ayuda a vivir a Mario, el de las tejas y las goteras, quita recaudación al del mar calmo, día soleado y paseo en banana. Al revés lo mismo.
Así es Argentina, así somos. Para unos la nostalgia de aquella juventud alocada le quita optimismo (como yo no estoy ya nada es como antes) y para otros la cuestión es simple: el mismo sol y la misma lluvia quitan y ponen el monedero en MDQ, como en el país.
Bonus track. Se cuenta que en la década del '50 aparecieron unos "patos doble pechuga", una marca (se cuenta) denominada Vica. Esos patos Vica eran de buenos muslos y como se dice: doble pechuga. Los físico culturistas (los de la revista Muscle Power) desarrollaban su masa muscular y eran visibles bíceps y pectorales trabajados a mancuerna y gimnasio. Cuenta la leyenda que así apareció el remoquete: pato vica. Parecían doble pechuga. Puede ser pura leyenda o invención y todo, verdad y/o mentirita literaria, todo es anterior a la milanesa de soja y el azúcar light, dos ejemplos clarísimos de cómo el posmodernismo gastronómico arruinó el pecado.