Para muchos, 15 años es demasiado tiempo. Para Fabián Gallardo es “el tiempo necesario”. Ese es el período que le llevó gestar “Babel”, su séptimo disco de estudio, con distribución de Melopea, el sello de Litto Nebbia, que está semana está en las bateas de todo el país. “Voy donde la música me lleva”, dijo el cantante, compositor, guitarrista y productor rosarino. “Sólo vuelve lo que va” canta Fabián en una de las perlitas de “Babel”. La música lo lleva y él allá va.
Fabián atiende a Escenario en su casa. Es una tarde soleada en Rosario, pero prefiere que la entrevista se haga en el altillo, con apenas una luz tenue que ilumina el ambiente. Como si fuera el spot de un escenario en pleno show. Hay dos guitarras eléctricas, una Epiphone con caja que compró hace poco y otra, una Parker, que “es igual a la que usaba Charly y Cerati”. Sin embargo, confesará que la que más usa es una Scheckter: “Con esa hice casi todas las giras y los discos de Fito”. También se ven en ese espacio un par de teclados, una compu, fotos de su mujer, musa de muchas de sus canciones, otras de su amada hija, una tarjeta de la película “¿De quién es el portaligas?”, de Fito Páez, con quien tocó diez años en una etapa que lo marcó a fuego en su carrera.
Gallardo está chocho con “Babel”, un disco de 19 canciones y casi 75 minutos. “Más temas no podían entrar, pero estoy orgulloso de todas estas canciones, creo que todas me representan”, dijo mientras cebaba un mate amargo de palo santo, compañero fiel de una larga tarde en la que el autor de “Estoy hablando de ella” (hasta el momento de esta nota, con más de 780.000 vistas en youtube) recorrió un abanico de temas.
Desde cómo lleva este ADN de la música rosarina hasta la camaradería y calidad de los rockeros de la ciudad, desde su debilidad por las canciones de amor hasta el día que decidió no hacer una canción de amor y creó “El árbol”. Desde el día que tocó el cielo con las manos al compartir escena con Charly García y con Luis Alberto Spinetta hasta el día que vio la Tierra desde el cielo, cuando casi pierde la vida en medio de un show: “Vi la luz como Víctor Sueyro y miré la escena de arriba”.
—¿Puede ser que “Babel” sea el disco en que mejor interpretás tus canciones?
—Creo que tiene que ver más lo que uno está diciendo. Toda mi vida hice canciones de amor, historias. El amor es algo muy amplio para escribir, hay películas de amor, hay libros de amor, es inagotable, lo que pasa es que está la manera de contarlo. Mi manera de contar las canciones de amor era quizá muy sencilla, uno de los temas más escuchados que tuve “Esperando por tí” dice: “Y no sé por qué te dejé partir, y ahora estoy esperando, esperando por tí”, o sea, una frase más boluda que esa difícilmente haya, pero es un tema que toqué durante mucho tiempo de mi vida.
—¿Entonces?
—Entonces digo que a lo mejor en este disco, me parece que traté de que las historias fueran otra cosa. Me gustó pensar en cosas no tan lineales, en lo que no tenga que ver con el amor, en mi pasado. Hay letras que salieron muy largas, por ejemplo “El árbol” es casi un manifiesto. Es como decir, bueno, esto es lo que yo quiero. Y yo quiero plantar un árbol, quiero hacer tal cosa, y estoy acá por esta otra. Entonces si uno lee esa letra te das cuenta que es un tipo que tiene cosas para decir, que a lo mejor no ha dicho en otro momento y quiere decirlas ahora también.
—¿Cómo gestaste “Babel”?
—Empezaron a salir cosas que me gustan, y es más, va como apéndice esto, esto me dispara a escribir un libro, que ya lo empecé, porque me parece que las cosas que quise decir en las canciones siempre fueron más música que letra. Pese a que sigo recibiendo felicitaciones por temas como “Estoy hablando de ella”, por ejemplo, de tipos que me dicen “esto es lo que le quiero decir a mi mujer”, o mujeres que me dicen “ojalá alguien me hubiese escrito esto alguna vez”. O sea, no es que está mal lo que escribí, pero en canciones como “El árbol” o “Caminar” (que canta junto a Claudia Puyó), y en otras canciones, tienen un giro que va más allá de la clásica historia. Eso fue lo que me hizo encarar esto con un objetivo claro.
—¿Por qué tanta variedad de géneros?
—En las baladas y en el mid tempo es donde más cómodo me siento cantando, me gusta el rock duro, pero no lo sé cantar bien. Pero el tema de los estilos es porque las canciones yo no las busco, vienen. Es muy raro que te diga me gustaría hacer esto así (y garabatea una melodía en el piano). A mí me viene algo a la cabeza y desde ahí llega a las manos, primero llega la idea y ahí la empiezo a traducir, primero con el piano o con la guitarra, después algún papel, una frase, una palabra. Pero nunca me limito, y si viene algo con electrónica lo dejo salir, si viene con aire de chacarera, lo dejo salir. Por eso quizá se llama “Babel”, es una mezcla de lenguajes, que termina teniendo una lógica y lo digo con total sinceridad: cada tema y cada estilo lo hice con honestidad. No es que lo planeo para que pegue, no, te digo la verdad, la música viene, y en el formato que viene la respeto. No puedo decir “ah, no, esta la voy a transformar en rock duro”. No, la canción ya vino con un ADN, vino con eso, entonces en este disco, que encima son 19 temas, hay muchos estilos y formatos diferentes, pero creo que todos me representan, y es cien por ciento sincero.
—¿Esa sinceridad te motivó para escribir el libro?
—Mi libro se va a llamar “Detrás de las canciones”, y ahí está lo que pasa antes, después o durante la canción, pero no está ahí. La idea es mostrar el otro lado de la canción, hay anécdotas fuertes, como la del tema “Nada es tan claro como lo que no se ve”, en el que toco muy tangencialmente el momento en el que me quedé pegado en un escenario en Mar del Plata en un show con Fito. Fue un accidente en el que estuve realmente muy cerca de la muerte, en el año 87, me acuerdo que salió en tapa de Crónica: “Músico de Fito Páez casi muere en el escenario”, y chiquito decía “Fabián Gallardo”. Nunca lo conté exactamente cómo fue, es más, tiempo después escribió el libro Víctor Sueyro y yo vi un montón de cosas parecidas.
—¿Qué viste?
—Y...vi una luz, me fui y volví, miré la escena de arriba y todo eso. Tuve muchas etapas, una etapa muy negativa, otra positiva, pero me refiero a ese tipo de cosas, que describo cosas de las canciones que no llegué a decir, o la historia que hubo antes de esa canción.
—¿Cuál es tu vínculo con tus canciones?
—Las canciones se abren paso, son como el agua, el agua va, andá a frenarla, y las canciones van. Cuando las ponés en consideración toman su rumbo. Me pasó con Baglietto, con “Los días por vivir” y “La música me ayuda”, es emocionante que te lo cante gente así, tuve fortuna; una española, Marina Rossell grabó una versión maravillosa de “La música me ayuda”, también hay grabadas versiones de “Estoy hablando de ella” y “Un mundo divino”. En este disco metí 19 temas para que formaran parte de mi patrimonio musical. “Babel” tiene giros armónicos que no puedo ni quiero evitarlos. Tiene que ver con ese sello musical que tenemos algunos y no reniego de eso. Me parece que está bien, escuchás “11 y 6” y es rosarino. Y hay temas míos que tienen esa vueltita también, es casi un ADN. Estas canciones tienen un resumen de lo que quiero decir y tocar, desde algo medio David Guetta de cabotaje hasta un aire de chacarera; en “El árbol” me dijo Iván (Tarabelli) “vos sabés que acá hiciste una milonga?”, y esa mezcla está bien. En “Babel” hay un panorama muy cercano a lo que podría ser un retrato mío. Hay una foto panorámica de la música que hice y me representa. Yo voy a acompañar a la música, ella me abre paso y atrás voy yo, voy donde la música me lleva.