El Papa Francisco atravesó un estrecho pasillo en Nayaf, la ciudad sagrada shiíta del sur de Irak, para una histórica reunión con el principal clérigo de esta rama del islam del país, el gran ayatolá Ali al-Sistani. Entre ambos, emitieron un poderoso mensaje de coexistencia pacífica en un país que padece los sangrientos conflictos religiosos y étnicos de siglos de duración y que estallaron en toda su magnitud luego de la invasión estadounidense en 2003. Los shiítas, que son mayoría entre la población iraquí, vivieron sometidos por el terror bajo Saddam Hussein. Desde 2006 presiden el gobierno de Irak, dado que dominan el Parlamento, donde son amplia mayoría.
En un gesto tan sencillo como profundo, el gran ayatolá Ali al-Sistani recibió a Francisco en su austera casa, tras lo cual dijo que las las autoridades religiosas deben proteger a los cristianos de Irak y que los cristianos deben vivir en paz y disfrutar de los mismos derechos que los demás iraquíes. El Vaticano dijo que Francisco agradeció a al-Sistani por haber “alzado la voz en defensa de los más débiles y perseguidos’’ durante algunos de los momentos más violentos de la historia reciente de Irak.
Al-Sistani, de 90 años, es uno de los clérigos más importantes del islam shiíta, y sin dudas el más importante en el mundo árabe. Sus escasas pero poderosas intervenciones políticas han ayudado a dar forma al Irak actual. Es una figura profundamente venerada en Irak, un país de mayoría shiíta, y los shiítas de todo el mundo buscan sus opiniones sobre cuestiones religiosas y politicas. Pero no puede ocultarse que en Irak hay otras fuertes influencias shiítas, y son mucho más virulentas: el partido del clérigo Muktada al Sadr, el más votado y el que más diputados tiene en el Parlamento iraquí, y el vecino Irán, la gran potencia shiíta, que tiene un peso evidente en la agenda política de Irak, donde arma y moviliza a potentes milicias shiítas.
En la planicie de Ur
Horas después del histórico encuentro, el Papa se reunió con líderes religiosos iraquíes a la sombra de un símbolo del pasado antiguo del país: el Zigurat de 6.000 años de antigüedad en la planicie de Ur, también el lugar de nacimiento tradicional de Abraham, el patriarca bíblico venerado por judíos, cristianos y musulmanes.
Estas reuniones interreligiosas son comunes en los viajes de Francisco. Pero en Irak, devastado por los conflictos, las reuniones televisadas de personalidades de todo el espectro religioso del país prácticamente son inauditas: ayer se vieron musulmanes shiítas, sunitas y cristianos, yazidíes y zoroastrianos, y las religiones más pequeñas y menos conocidas, antiguas y esotéricas, como los kaikai, una secta de los kurdos étnicos. En la imagen faltó un representante de la alguna vez floreciente y ahora prácticamente diezmada, comunidad judía, aunque sí fueron invitados, según el Vaticano. Es que la guerra crónica entre las dos ramas del islam, sunitas y shiítas, no evita que ambas ramas del islam vean al pueblo judío como un enemigo común. De hecho, en la reunión de Francisco con Sistani, la cuestión de Israel y Palestina fue un tema que se tocó con mucho cuidado, puesto que ambos difieren en sus visiones del problema.
Los dos principales eventos del día dieron un impulso simbólico y práctico al centro del mensaje de la visita de Francisco, pidiendo que Irak aceptara su diversidad. Es un mensaje que el pontífice espera que pueda preservar el lugar de la menguante población cristiana en la rica complejidad iraquí. Aun así, será complicado de hacerlo aceptar en un país en donde cada comunidad ha sido traumatizada por matanzas y discriminación sectarias y en donde los políticos representan a las diversas facciones religiosas y étnicas.
En al-Sistani, Francisco buscó la ayuda de una figura ascética y respetada que está inmersa en esas identidades sectarias, pero también es una poderosa voz sobre ellos. La reunión en la humilde casa de al-Sistani, la primera en la historia entre un Papa y un gran ayatolá, tardó meses en prepararse, con cada detalle minuciosamente analizado y negociado de antemano.
El pontífice de 84 años llegó en un Mercedes-Benz a prueba de balas a la calle Rasool de Nayaf, estrecha y bordeada de columnas y que culmina en el santuario del Imán Ali, de cúpula dorada, uno de los lugares más venerados en el islam shiíta. Luego caminó los pocos metros hasta la casa de al-Sistani. Cuando Francisco entró por la puerta, portando mascarilla, se liberaron algunas palomas blancas en señal de paz. Salió poco menos de una hora después, todavía cojeando por su dolor en el nervio ciático, que le dificultaba caminar. La reunión duró un total de 40 minutos y fue “muy positiva’’, dijo un funcionario religioso en Nayaf.
El encuentro estuvo cargado de gestos que mostraron la sintonía entre los dos líderes y la importancia de la reunión para el acercamiento entre el catolicismo y el islam, pero también para la geopolítica regional. El Papa entró a la casa del líder shiita descalzo, en señal de respeto a las tradiciones musulmanas, y al-Sistani correspondió el gesto recibiéndolo de pie pese a sus 90 años.
Luego, en los comunicados de las respectivas oficinas de prensa, los dos líderes religiosos expusieron los puntos de acuerdo tras una reunión que originalmente iba a ser solo una visita “de cortesía” y que se estiró unos 40 minutos. Los dos coincidieron en la necesidad de “colaboración y de la amistad” entre las religiones no solo para Irak, sino para toda la región y el mundo. La referencia del líder musulmán a los “territorios ocupados” en Palestina, frase que, en la fraseología islámica, incluye a Israel, frente a un Vaticano que reconoce el derecho pleno de Israel a su existencia, fue quizás la única disonancia entre los dos.
El gesto del encuentro es sin dudas histórico, pero no removerá al núcleo duro de shiítas belicosos iraquíes que lidera Muktada al Sadr, ni a las milicias shiítas que responden a otros ayatolás: los que gobiernan del otro lado del Golfo Pérsico, en Teherán.