Pocos días atrás, una amiga lanzó una pregunta en su perfil de Facebook que provocó una inmediata catarata de respuestas. Lo que quería saber mi amiga (periodista, para más datos) es cuál "lector electrónico" era el más recomendable. Prácticamente, no hubo demora. En minutos, una legión de expertos lanzó una cantidad proporcional de consejos. Quedé estupefacto ante la complejidad del saber expuesto: yo, sinceramente, soy uno de aquellos que para leer un libro aún sigue apelando a eso, a los libros. Sí, ya sé. Ustedes corregirán: "a los libros en papel" o "a los libros físicos". Y sí, lo admito, soy de los que todavía van a las librerías. Y siento un estremecimiento de terror cuando alguien alude a la "tinta electrónica".
Hace largo tiempo, Rainer Maria Rilke escribió este párrafo: "Para nuestros abuelos, una torre familiar, una morada, una fuente, hasta su propia vestimenta, su manto, eran aún infinitamente, infinitamente más familiares; cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano y agregaban su ahorro de humano. He aquí que hasta nosotros se precipitan, llegadas de América, cosas vacías, indiferentes, apariencias de cosas, trampas de vida... Una morada en la acepción americana, una manzana, una manzana americana, o una viña americana nada de común tienen con la morada, el fruto, el racimo en los cuales habían penetrado la esperanza y meditación de nuestros abuelos... Las cosas dotadas de vida, las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en su declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no sólo su recuerdo (lo que sería poco y no de fiar) sino su valor humano y lárico (en el sentido de los dioses domésticos)...".
Los libros (de ahora en adelante diré "los libros" para referirme a los libros en papel) son uno de los inventos más maravillosos del hombre. Fue gracias a ellos que se produjeron los cambios sociales más trascendentes de la historia, revoluciones incluidas. Fue por ellos que muchos de nosotros somos quienes somos.
Los libros tienen peso, tienen color, tienen perfume. Caben en nuestras manos. Duermen junto a nosotros. Nos acompañan en los viajes, en las caminatas, yacen junto a la copa en las mesas de los bares. Yo miro los largos estantes de mi biblioteca y allí está mi vida, están las palabras que me dan sentido. Entiendo perfectamente que lo importante es que los textos circulen, bajo el soporte o formato que sea. Pero, igual que Rilke, yo creo en los libros. Tengo miedo de las "apariencias de cosas, trampas de vida". Quiero el objeto libro, que no necesita de ningún reproductor externo, que sólo reclama nuestros ojos abiertos.
"He aquí que hasta nosotros se precipitan, llegadas de América, cosas vacías, indiferentes, apariencias de cosas, trampas de vida..." / Rainer María Rilke, escritor.
Afuera, en eso que aún llaman realidad, todo se vuelve progresivamente "virtual". En cualquier momento vamos a disponer de cuerpos virtuales, árboles virtuales, vino virtual. ¿O no tenemos ya amigos virtuales?
Desde la ventanilla del 133 contemplo la multitud de cabezas gachas —hombres y mujeres jóvenes enfrascados en la pantalla de su teléfono, que no se miran entre sí—. Entonces, de pronto, surge un lapacho en flor. Sonrío y bajo la vista, para dar vuelta la página y seguir leyendo.
Me rebelo contra las "cosas vacías, indiferentes". En casa, sigo tomando vino en las altas copas que heredé de mis abuelos.