En la madrugada del jueves 15 de julio el Senado dio sanción a la ley que consagra el matrimonio igualitario. A mi entender el país dio un paso gigantesco en pos de una sociedad libre de dogmatismos anquilosantes, de mentiras vitales que obnubilan la mente, que atentan contra la libertad de pensamiento. Treinta y tres senadores apostaron por la igualdad de género, por el derecho que le asiste a cualquier persona a contraer matrimonio al margen de su sexualidad. En buena hora. Lamentablemente, el cardenal Bergoglio creyó que el país estaba en la época de las Cruzadas y llamó a la grey católica a librar una guerra santa contra los infieles. En una carta plagada de oscurantismo y fanatismo, había acusado a quienes propician el matrimonio igualitario de ser agentes de Satanás, enemigos de la Verdad de Dios. Una atrocidad. En las horas previas al trascendental debate una multitud fervorosa había copado la Plaza de los Dos Congresos manifestando su oposición al matrimonio igualitario y exaltando el "carácter natural" de la familia compuesta por "papá" y "mamá". Esta manera de pensar viene de lejos. Los estoicos fueron los primeros en plantear la existencia de un derecho natural teológico, idea que luego fue sistematizada por el eminente Santo Tomás de Aquino. La única ley verdadera proviene de Dios y es eterna, inmutable, válida para todo tiempo y lugar. Lo que contradice a la ley natural es contrario a la voluntad del Creador: el matrimonio igualitario, el aborto, el casamiento de los sacerdotes, etcétera. El dogma, consagrado por las Santas Escrituras, recibió en la madrugada del jueves 15 de julio una sonora bofetada. La doctrina del derecho natural teológico quedó reducida a lo que es en verdad: una ideología como cualquier otra, relativa y circunstancial, sujeta permanentemente a recusación. La palabra del Santo Padre es tan relativa y circunstancial como la de cualquier ideólogo liberal, anarquista, conservador o marxista. Por más que predique desde la majestuosidad de la Basílica de San Pedro, sus palabras pueden estar plagadas de errores y contradicciones como las de cualquier mortal. En la madrugada del jueves 15 de julio el pueblo argentino avanzó hacia una sociedad sin dogmas, relativista, más abierta y plural. La tolerancia, el respeto y la igualdad del género humano cantaron victoria. Desde el más allá, Giordano Bruno, Juana de Arco, las Brujas de Salem y los miles y miles que sufrieron en carne propia la crueldad de "La Santa Inquisición", seguramente festejaron a rabiar.