Nuestra preocupación hace referencia a la nota del diario La Capital del pasado domingo 9 de febrero que trata del proyecto de demolición del antiguo edificio del molino Minetti (Salta y Cafferatta), a fin de elevar en el lugar cinco torres de veinte pisos cada una. Si bien el edificio aparece sin molduras ni belleza aparente en su fachada, es sólido, fuerte, permanece en buen estado e ignoramos si ha sufrido antiguas modificaciones en sus paredes, posee también detalles de rejas, puente con ménsulas, una cúpula y ornamentos que lo hacen singular; detalles de herrería artística como era común realizar aun para los edificios industriales a principios del siglo pasado. Es, además, muy antiguo, ya que el señor Domingo Minetti lo había comprado edificado, de modo que hablaría de un pasado cerealero anterior a la empresa o de una edificación realizada con otros fines, pero, ni siquiera le daremos tiempo y posibilidad de conocer su origen. Leímos también que no se lo considera patrimonial, al no estar catalogado o puesto en valor, lo que justificaría su sacrificio. Pero me pregunto qué definición tenemos de patrimonio, ya que éste es tangible e intangible y en esta última definición van la historia y la identidad de una ciudad. El molino es parte del patrimonio urbano de todo un sector que fue refinería, alguna vez, el corazón cerealero que llevó nuestras riquezas al puerto de la ciudad a través de las nervaduras de sus vías, que aún persisten. Un barrio que poco o nada se protegió y cayó con la desindustrialización, la pérdida de las aceiteras, centeneras, malterías, algodoneras y fábricas de bolsas. El edificio forma parte de un patrimonio urbano no monumental pero lleno de riqueza. Consideramos que la presencia de tiempos diferentes en la ciudad da un significado más profundo y rico al espacio urbano, ya que ese patrimonio está intimamente relacionado con la identidad de quienes conviven en determinado espacio, y la desaparición de esos lugares que generaron mojones históricos importantes crea una sensación de falta de identidad, de anomia, de desarraigo y de contacto entre las personas, a las que deja sin techos ni referencias. El borramiento absoluto de rastros, de datos de lo que fue esta ciudad, de cómo surgió, de qué tareas se desarrollaron en las zonas portuarias y sus alrededores nos deja sin particularidades. Desde la década del 70 venimos asesinando edificios que fueron hitos históricos importantes y muestras de estilos arquitectónicos diferentes y es triste no poder lograr una relectura de datos del lugar, de reciclar y de refuncionalizar los mismos. Rosario es ella misma un libro a cielo abierto, una ciudad letrada en la que aparecen diferentes capas y momentos, y tiempos que la atravesaron. Descubrirlas es armar el rompecabezas de su historia, y reconstruirla. ¿Por qué destruir esos mojones, esas capas? En ningún lugar del mundo se derrumbaría la identidad que deja sin referencias y sin nombre y convierte a sus habitantes en un ladrillo en la pared. El edificio del molino, su cúpula, sus rejas y el puente con su herrería merecen sobrevivir, si es fuerte y sigue en pie. ¿A nadie se le ocurre refuncionalizarlo? Esas capas y mojones de momentos diferentes constituyen el mejor libro guía urbanístico de la ciudad que queremos ofrecer al turismo.