El primer servicio de catering inclusivo de la ciudad nació a partir de una idea de la Asociación de Padres por la Igualdad Rosario (Applir). Sus integrantes advirtieron que los chicos con discapacidad no tenían oportunidades laborales. Entonces, crearon un microemprendimiento.
Se trata de un servicio de catering para eventos. Ya lleva tres años funcionando con intensa actividad. Atiende coffee breaks, lunchs, almuerzos y cenas, además de desayunos empresariales. Hoy, no dan abasto.
Los 15 chicos que atienden los servicios tienen alguna discapacidad motriz, pero eso no les impide trabajar. Al contrario, lo hacen con entusiasmo y mucho orgullo. Además, todos hicieron cursos de capacitación para poder salir al campo laboral.
"No queremos que la gente les tenga lástima, porque ellos trabajan en serio y con responsabilidad", manifestó María Rosa Julián, presidenta de Applir y mamá de una de las integrantes del catering.
"A veces en los eventos la gente se acerca donde están los mozos para sacarse fotos y ellos les tienen que explicar que están trabajando, que están atendiendo el lugar", comentó Juan Ignacio Mandolesi, vicepresidente de la entidad.
Entre los clientes del servicio de catering se cuentan empresas como San Cristóbal (atendieron un evento con más de 400 personas), la Municipalidad, la Universidad Nacional de Rosario (UNR), el Instituto de Altos Estudios Empresariales (IAE), Cáritas Rosario y Terminal 6, entre otros.
Cambios para siempre. El hecho de poseer un trabajo por el cual se cobra un sueldo recompensa a toda persona. Lo mismo les pasa a los chicos de Applir.
María Emilia Capriotti, de 26 años, tiene síndrome de Down. Hizo el curso de capacitación y trabaja en el catering. "Sirvo café y lo que más me gusta es ordenar las cosas en la mesa", cuenta. Y cuando cobró su primer sueldo le dijo a su mamá que quería comprarse ropa "para ir a trabajar".
"Yo tengo más currículum que mis hermanos", afirma Daniel Hernández, un chico de 27 años con la misma discapacidad, que cuenta con gran experiencia en su desempeño como mozo. Se desempeñó en el ex Barrancas Dorrego y ahora lo hace en el bar El Cairo. Allí es auxiliar de mozo y trabaja varias horas por día y también cubre los viernes hasta la madrugada, cuando hace falta.
"Con la plata me compré una computadora, también un DVD y ahora estoy ahorrando, porque estoy comprometido y me quiero casar" cuenta con una sonrisa mientras muestra el anillo que luce en su dedo anular.
Muchos lo conocen por servir en El Cairo, pero, además de este trabajo, él siempre está dispuesto para hacer tareas en el servicio de catering.
Por su parte, Leonel Cefarelli, de 25 años y también con síndrome de Down, es un asiduo trabajador del servicio de coffee break. "Con lo que gano voy a ayudar a mi familia a pagar los impuestos y a comprar ropa", cuenta.
Román Guarde, de 29 años, también cumple funciones en el catering. Con su amigo Leonel, además de trabajar, se las rebusca para comprar sus cosas. Román toca el clarinete y juntos se suben a los colectivos y, mientras Román interpreta su música, Leonel pasa la gorra. Así logran sus pesitos más para el quiosco.
Para las familias también es un viraje de 180 grados que los hijos con discapacidad se inserten en el campo laboral.
"Les permite tener un proyecto de vida", confiesa la mamá de Leonel y la de María Emilia coincide, y no puede dejar de evidenciar su emoción: "A mí se me hace un nudo en el estómago cada vez que veo a mi hija vestida de blanco y negro para ir a trabajar", concluye.