"¿Cómo te puede gustar la Argentina?" o "¡¿Pero qué hacés acá?!" (siempre acompañado por el infalible gesto tano de la mano en cucurucho señalizando el disparate). Después sigue el "¿Cuándo te volvés?". Suelo retrucar: "¿Adónde?", más que nada como acto de rebeldía. Sé que se refieren a Alemania. Pretenden que me vuelva a Alemania por más que el año que viene voy a haber pasado la mitad de mi existencia fuera de mi país natal. Por más que toda mi vida adulta, mis amistades, mis amores y mis desamores han transcurrido en Argentina. "Si acá está todo mal y estamos cada día peor...". Esta creencia se encuentra tan arraigada en el imaginario argentino que aunque hable de vos con "yoyeo" incluido, se me responde con "tu" y otras características del habla gallego, o peor, directamente con una gramática para infradotados (¿Tu gustar carne argentina?"...). Porque resulta inconcebible que alguien oriundo de otro país pueda servirse de un lenguaje perteneciente a un lugar de supuesta inferioridad. Sigue la frutilla de la torta. Después de media hora de conversación en castellano, a veces después de haber contado que soy escritora, que escribo en castellano, me preguntan si entiendo español, si lo sé leer. Mi editorial madrileña aceptó editar mi libro con todos los modismos argentinos. Al principio argumentaron que podían dificultar la lectura a los lectores peninsulares, pero al final entendieron que se trataba de preservar mi voz con "yoyeo" y sin erre, la única forma que tengo de relatar la Argentina y mi vida. Posiblemente no sirva de nada discutir con aquellos que insisten que "acá está todo mal" (y de paso se encargan de fomentar una profecía autocumplida). Aun así y por más que me vuelvan a cortar la luz, voy a seguir escribiendo desde la ciudad porteña de mi único querer.