Comenzó en Colombia en los ochenta, con la cultura “traqueta” de Medellín y Cali, con el culto a la ostentación y la idolatría de unos pocos que de un día para otro se hicieron millonarios despachando cargamentos a EE UU. Para muchos la muerte de Pablo Escobar significó el fin de una época, y puede que lo haya sido, pero en realidad era el nacimiento de otra. Muerto Escobar, la acción del tráfico de drogas a gran escala se mudó a otros países de Sudamérica, principalmente México, donde son bien conocidos sus estragos, y últimamente y digamos tristemente y también inevitablemente, al nuestro. Así, a la par del reguero de muertos, corrupción y violencia indiscriminada que acostumbra acarrear el narcotráfico donde quiera que va, nacía una subcultura (cultura dentro de una cultura) que en apenas un poco más de una década daría a luz una innumerable cantidad de películas, novelas, libros y estilos musicales. El periodismo, para facilitar su identificación, a todo le agregó el prefijo narco, el narco-cine (Rosario Tijeras), la narco-televisión (Escobar, el patrón del mal), la narco-literatura (La virgen de los sicarios), las narco-cumbias o narco-corridos (Los Tigres del Norte), la narco-religión (el culto a Sanlamuerte y Jesús Malverde) y hasta la narco-arquitectura, un cocoliche de estilos arquitectónicos presente en muchas mansiones de Cali y Ciudad Juárez. Al lector promedio quizás estas cosas le parezcan abstractas y lejanas, como me parecían a mí, pero hoy me puse a pensar que no, que no son cosas tan lejanas, porque hace unos días leí en el diario que unos periodistas fueron sacados de raje por estar “jodiendo” en el barrio del “Pájaro” Canteros, anoche prendo la tele y en el horario pico están dando la telenovela de Escobar con éxito de rating. Esta mañana salí a dar una vuelta y hablé con un pibe que me recitó de memoria todos los modelos de autos que tenía el “capo de la efedrina” en el garaje de su mansión de Fisherton; esta tarde hablé con un señor que se asombró de lo buena que estaba la difunta modelo que paseaba con el empresario baleado, y después fui a la verdulería y el verdulero justo le está comentando a una buena vecina como se “están dando plomo” todos los días en Rosario. Sin darnos cuenta, la cultura narco, invención de la prensa o no, maniobra política o no, se nos fue infiltrando día a día, hasta el punto de que convivimos con ella como si fuese algo normal. Hoy todos hablamos de soldaditos, bunkers y bandas, hoy todos coincidimos en que el narcotráfico es imparable en países corruptos, porque tiene plata y compra voluntades, y es verdad, pero no sólo tiene plata, también tiene cosas más importantes, también tiene peso cultural, y un país como el nuestro, cuyos cimientos están erigidos sobre la “cultura del más vivo”, se torna particularmente susceptible a verse apabullado por ese alud que es la narcocultura. Una “cultura” que ya está acá, que ya llegó, nos torció el brazo y se nos instaló de prepo en nuestro imaginario, porque cuando se empieza a idolatrar la plata, la violencia y la muerte, la batalla por una cultura mejor está irremediablemente perdida.
Martín Raúl Racca
DNI 27.115.250
Casilda