Japón, la tercera economía más grande del mundo, se enfrenta a otro verano boreal de cortes energéticos, luego de apagar su última central nuclear en funcionamiento y tras el fracaso del gobierno en convencer a un público a reanudar la producción en decenas de reactores.
En tanto, varias escuelas de la región japonesa de Fukushima, donde se halla el reactor afectado tras el tsunami, presentan altas dosis de radiación a más de un año del accidente nuclear. El último de los 50 reactores japonés, Hokkaido Electric Power, cerró el sábado último su planta nuclear, dejando al país sin energía nuclear por primera vez desde 1970.
Durante décadas, la economía japonesa de 5 billones de dólares ha dependido mucho de la energía nuclear, con casi un 30 por ciento de sus necesidades de electricidad cubiertas por reactores, pero el gran terremoto del año pasado y la crisis nuclear consiguiente provocaron un fuerte sentimiento público contra la energía atómica.
Los ministros del gabinete no han conseguido convencer al público para que permita el reenganche de las plantas japonesas, cerradas una a una para trabajos de mantenimiento previstos y que no han podido reanudar sus operaciones por preocupaciones sobre la seguridad.
El diario japonés Asahi dijo que el sentimiento público "oscila entre dos fuentes de ansiedad", el miedo por la seguridad de la energía nuclear y las dudas de si Japón puede vivir sin ella.
"El público no debería sólo criticar al gobierno sino tomar su propia decisión sobre política energética, lo que implica carga y responsabilidad, como una cooperación importante en el ahorro de energía", señaló el periódico en un editorial publicado el domingo.
Mediciones preocupantes. Una organización ciudadana de la ciudad de Koriyama reveló que en más de 20 escuelas de la zona, las mediciones realizadas en abril hallaron numerosos "hot spots", es decir lugares donde la radiación supera los 20 milisieverts anuales, el máximo recomendado a nivel internacional, informó ayer la agencia Kyodo.
En enero se había pedido a las escuelas que además de las mediciones habituales en patios y aulas debían realizarlas también en pozos y arbustos. Al inicio del curso escolar en abril las autoridades levantaron una prohibición, que regía tras la tragedia, según la cual los niños no podían jugar más de tres horas por día en los patios de los colegios. (Télam y Reuters)