El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, inauguró ayer en la sede del
organismo en Ginebra el nuevo Salón de los Derechos Humanos, que cuenta con una cúpula espectacular
creada por el artista español Miquel Barceló, con la presencia del rey Juan Carlos de España y el
jefe del gobier no español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Algunos críticos ya compararon la obra de Barceló con la capilla Sixtina del
Vaticano.
Ban Ki-moon destacó que la sala, cuyo nombre completo es Salón de los Derechos
Humanos y de la Alianza de las Culturas, es un símbolo del multilateralismo y la cooperación más
allá de las fronteras.
El secretario dijo que el trabajo de Barceló, un mallorquín de 51 años, "es una
obra innovadora y brillante, que supone un importante aporte a Naciones Unidas".
La obra generó polémica a causa de su financiación. Tras dos años y 35 mil
kilogramos de pintura, se supo que el costo de la remodelación de la sala, financiada por España,
ascendió a unos 20 millones de euros (unos 25 millones de dólares), de los cuales medio millón
(casi 650 mil dólares) corresponde a los fondos de ayuda al desarrollo (FAD), destinados a luchar
contra la pobreza en el Tercer Mundo.
Desde el Ministerio de Exteriores de España se insistió, sin embargo, en que esa
suma no computa como ayuda oficial al desarrollo y que, por lo tanto, es falso afirmar que se haya
desviado a un proyecto artístico dinero destinado a proyectos de solidaridad internacional.
Tiende al infinito. Barceló, nacido en la isla de Mallorca y uno de los artistas
contemporáneos más cotizados del mundo, sufrió mucho con la cúpula de la ONU, que en sus palabras
"tiende al infinito y aporta una multiplicidad de puntos de vista".
El artista convirtió esa cúpula, una superficie de 1.400 metros cuadrados, en
una especie de orografía del mundo, en una cueva repleta de estalactitas de hasta dos metros de
largo y 50 kilogramos de peso, y en un inmenso mar con olas que se mueven de sur a norte, de Africa
a Europa. Y todo ello en vivos colores, 26 en total. "La experiencia fue larga, difícil, divertida
y finalmente orgiástica", dijo. El mayor reto fue la técnica, ya que tenía que pintar un techo
desafiando la gravedad.
Una vez acabada la obra, Barceló, un enamorado de Africa con talleres en Mali,
Mallorca y París, dejó claro que no piensa pasarse la vida haciendo "obras faraónicas" de este
tipo. Y también rechazó cualquier comparación con la Capilla Sixtina: "Tengo demasiada devoción por
Miguel Angel como para dejarme abrumar por esas comparaciones". l (DPA)