Escribo todas las mañanas, metódicamente, desde hace más de diez años. Cuando no puedo hacerlo me siento bastante molesto, intranquilo, me falta algo Escribo todas las mañanas, metódicamente, desde hace más de diez años. Cuando no puedo hacerlo me siento bastante molesto, intranquilo, me falta algo
¿Cómo aparece el hábito de la escritura?
Escribí varias novelas editadas por mí mismo, con encuadernación y diseño propio. Pero siempre escribí, desde muy chico, ya que era un niño bastante -muy- introvertido. Dibujar, pintar y escribir era mi única pasión. Por esa razón mis padres me obligaban a hacer deportes. Hice todos: fútbol -el que más odié siempre-, rugby, básquet, judo, tenis y natación. Estos dos últimos fueron los que más me gustaban porque eran individuales. Seguí entrenándome en natación hasta que me echaron del Club Gimnasia y Esgrima por no pagar la cuota. Mi entrenador era Pedro Giordano, un capo. Cuando esto pasó, con casi cuarenta años empecé a practicar capoeira y wushu. Un poco antes, a los 35 años, había empezado con tai chi chuan. Estos tres deportes los sigo practicando hasta el día de hoy. Me cambiaron un poco la cabeza de la monotonía y elasticidad -muy extrema- de la natación. No recuerdo cuándo escribí mi primera obra teatral. Tengo gran cantidad escritas en todos los formatos: a mano, en máquina de escribir y por suerte en computadora: disquetes, CD, pendrives y nube. Muchas a mano o a máquina y las guardo en cajas. Mi primera novela quiso ser un relato sobre el teatro Caras y Caretas pero resultó una fantasía alucinante con poco asidero real. La escribí para un concurso que pedían 500 hojas. Escribí todas de cabo a rabo, sin siquiera dejar margen. La perdí antes de presentarla. Se la presté a un amigo que murió y nunca pude recuperarla. No siempre escribí teatro para niños, como Piripincho, sino también para adultos.
¿En qué te inspiraste para los distintos relatos de “Súper antihéroes”? ¿Fuiste testigo, protagonista, es ficción o una mezcla de todo eso?
La inspiración es justamente eso: inspiración o dictado. Dejarse llevar por el subconsciente. No sé de donde me nace la idea de cada cuento. No lo tengo premeditado. Me siento frente al teclado y me dejo llevar por lo que sale. A veces una frase o diálogo. En seguida me aparece el entorno y toda la historia. Para mí también es sorpresa. Luego, en las correcciones, voy redondeando la idea más a conciencia. Tengo que cambiar algunas cosas. Los lugares, por lo general, también aparecen. Como arquitecto soy un generador o captador de espacios. Trato de escribir sobre lugares que conozco porque me aparecen, pero a veces me viene un nombre o una imagen que tengo que googlear para ver dónde queda, si realmente existe para ponerle otros datos que no resulten inverosímiles. Ultimamente me aparecen muchos cuentos situados en Noruega, donde nunca estuve, pero el nombre del pueblo me surge en mi cabeza, entonces lo busco para ver si es real. Lo mismo me pasa con algunos hechos históricos que no tenía conscientes y compruebo que son reales... luego de googlearlos. Escribo todas las mañanas, metódicamente, desde hace más de diez años. Cuando no puedo hacerlo me siento bastante molesto, intranquilo, me falta algo...
Sos arquitecto y el espacio es central en tus puestas. ¿Encontrás algún vínculo entre la construcción de un relato, una obra de arquitectura, una obra de teatro y de un libro como objeto, ya que, además, hiciste el encuardenado de manera artesanal?
Me encantó lo del encuadernado que lo tuve que hacer por necesidad. Las novelas las había editado en tamaño A4 con tapas duras, que es la forma en que se pueden hacer en los negocios de gráfica. Luego de una sugerencia de Mirko Buchín, que me dijo, “Taie… Es muy pesado el libro para llevarlo a la cama y leerlo… Muy incómodo…”, decidí hacerlo en formato más chico (A5); entonces tuve que adentrarme en el arte de la encuadernación. Yo había aprendido en la escuela primaria, la Mariano Moreno, cuando íbamos enfrente, a un lugar donde los varones hacíamos las clases prácticas: encuadernación, mimbrería o carpintería. Algo sabía. Me puse a experimentar. Como yo soy de naturaleza barroca, cada vez le voy agregando más detalles. Si tuviera que cobrar mi trabajo debería quintuplicar el precio del libro. En realidad lo regalo. Lo vendo casi al costo de lo que me sale imprimirlo, y además lo llevo en bici a la casa del que me lo encarga. Eso también me parece un detalle artesanal: el mano a mano. La relación de la arquitectura con todo lo demás es por ser, como definición: la organización de las cosas en el espacio. Creo que de eso también depende todo: un cuento, una obra, una casa, lo que sea. Cuando se usa mal el espacio se jode hasta la psiquis. La otra cosa es el tiempo y la energía. Para el tiempo estoy entrenado con el teatro para niños, donde es fundamental el ritmo. Para la energía, con las artes marciales, proyectarla, generar sentimientos o emociones.
En algunos textos del libro aparece lo extraño en situaciones cotidianas. ¿Tiene alguna relación con Freud y la idea de lo siniestro?
La verdad que no tengo mucha idea del campo psi, ya que este campo fue el que me invadió a mí. Si me pongo a analizar, no puedo escribir. Me pasó de haber hecho un postítulo de Arte en la facultad de Humanidades. Era todo tan analista que me dejó sin resto para actuar, escribir, dirigir. Para mí fue nefasto ese periodo. Pensaba “Cuántos artistas... en vez de perder tiempo analizando por qué no hacemos una puesta escénica y usamos mejor le tiempo, el espacio y la energía…”. No pude terminarla a pesar de que me quedaba presentar un solo trabajo. No sé por lo tanto lo de Freud, pero a veces, en mis cuentos aparecen estos personajes conocidos que se ponen a hablar y yo los transfiero. Considero que soy una suerte de médium. Recibo y escribo. Luego ordeno un poco. Es mi forma. No tengo ninguna técnica, ni como actor, docente o escritor. Me baso en el azar y el caos…
Asistía al Mount Everett Arts School, una escuela de arte, donde por supuesto elegí teatro y tuve la suerte de tener maestros que venían del Living Theatre de New York, como Julian Beck y su equipo Asistía al Mount Everett Arts School, una escuela de arte, donde por supuesto elegí teatro y tuve la suerte de tener maestros que venían del Living Theatre de New York, como Julian Beck y su equipo
¿En qué situaciones cotidianas se manifiesta ese extrañamiento? Por ejemplo, si uno toma distancia de los hechos, de la necesidad de hacerlo, ¿puede resultar como algo “siniestro” el distanciamiento social impuesto por la pandemia?
A mí me vino de perillas. Era algo que estaba necesitando. Como te decía antes, siempre fui tan introspectivo que necesitaba esto impuesto desde afuera para no sentirme tan bicho raro. Pienso en la gente que no tiene la posibilidad de hacer algo como me pasa a mí, que simplemente me sale. Eso es muy preocupante, porque tienen que agarrarse de cosas externas para sobrevivir a su locura. En mi caso me meto para adentro y saco para afuera de todo, no sólo cuentos. El año pasado retomé las artesanías que había abandonado en 1972, cuando entré al teatro Universitario y no tuve más tiempo -ni pincita- para hacerlas. Me puse a construir lo que llamé “Amiguitorios”, especie de móviles traslúcidos divididos en diez pedazos para regalar a personas que a su vez lo regalasen a diez amigos. Hice un montón. Usaba objetos de desecho, intervenidos artísticamente con mi barroquismo existencial. Les di movimiento y brillo, lo necesario en cuarentena. Muy lindos con la luz, y también con las sombras.
En “Anselmo”, ambientado en la actualidad de pandemia, te referís al DNI como “archivo existencial personal”. ¿Al fin y al cabo no somos más que un número que nos es asignado en una tarjeta de plástico?
Peor. Un código. Un archivo. La verdad que en este momento ni me acuerdo del cuento. Tuve la idea cuando tuve un accidente en la ruta: somos duplicaciones de un original que está en un disco rígido guardado quién sabe en qué lugar del universo. Podemos ser una copia berreta, una en color, o en papel ilustración de alta densidad.
El año pasado me puse a filmar. Esa era realmente mi vocación: actor de cine. Me armaba sets en Caras y Caretas. Escribía guiones y los actuaba, además de autofilmarlos. Fue una vuelta a los ocho años cuando hacía lo mismo con una cámara de fotos en blanco y negro. Luego revelaba y pegaba haciendo secuencias El año pasado me puse a filmar. Esa era realmente mi vocación: actor de cine. Me armaba sets en Caras y Caretas. Escribía guiones y los actuaba, además de autofilmarlos. Fue una vuelta a los ocho años cuando hacía lo mismo con una cámara de fotos en blanco y negro. Luego revelaba y pegaba haciendo secuencias
¿Cómo estás atravesando la pandemia, las restricciones y todas las situaciones “extrañas” o anómalas que hoy están naturalizadas? ¿Cómo te afecta como creador?
Como creador me potencia. Como actor me perturba, porque nunca me pasó en los 56 años que llevo de teatro que haya tenido que parar un año de no hacer funciones. De todas formas el año pasado me puse a filmar. Esa era realmente mi vocación: actor de cine. Me armaba sets en Caras y Caretas. Escribía guiones y los actuaba, además de autofilmarlos. Estaba solo haciendo todo. Fue una vuelta a los ocho años cuando hacía lo mismo con una cámara de fotos en blanco y negro, con rollo. Luego revelaba y pegaba haciendo secuencias. Como dije, también hice artesanías y reformé un poco Caras y Caretas en cuanto a la estructura arquitectónica. Me sigue faltando tiempo. Haría aún más cosas. Ahora, que habíamos empezado con las clases presenciales y armé unos grupos maravillosos para la creatividad escénica, tuve que cortar de golpe. Coitus interruptus… Horrible…
Como creador, ¿qué tipo de obra harías sobre esta etapa? Y sobre todo, ¿qué le diría Piripincho a los chicos que ven interrumpida su vida social y cotidiana, sus juegos y sus estudios desde hace más de un año?
Escribí una obra para hacer con Piripincho estas vacaciones invernales 2021. Veremos si se puede. No todo pasa por lo económico. Cuando se suspenden las actividades para un actor pasa por su espíritu, su psiquis y su cuerpo, a veces más grave que el propio Covid. En el 2019 ya me había adelantado. En julio había estrenado “Piripincho con burbujas”. ¿No es premonitorio? No creas que eso es una ventaja... Todo lo contrario… Creo que los niños -por suerte- ya saben que debemos considerarnos parte del universo y no separados y dominantes. A esta pandemia, por más que haya sido creada artificialmente, sólo se resiste con ganas de vivir realmente, en armonía con todo… No con miedo a morir. Los niños son sabios… Hasta que los sientan en sillas ortogonales, obligándolos a permanecer en una posición recta a la que el cuerpo no resiste. Así se va transformando también su mente: ortogonal y binaria.
Piri es bastante perverso, como todo niño, en su inocencia. A mí me gusta explotar esa parte sarcástica que tienen los niños, pero lo digo desde su inocencia. La mente de los demás lo toma como errado Piri es bastante perverso, como todo niño, en su inocencia. A mí me gusta explotar esa parte sarcástica que tienen los niños, pero lo digo desde su inocencia. La mente de los demás lo toma como errado
¿Cómo se llevan el humor negro y la ironía de varios de los cuentos con la ternura de Piripincho?
A las patadas, creo. Pero Piri es bastante perverso, como todo niño, en su inocencia. A mí me gusta explotar esa parte sarcástica que tienen los niños. A veces mis compañeros de elenco me lo reprochan, “Eh… ¿cómo vas a decir eso?”, pero yo, siendo un niño como Piri, lo digo desde su inocencia. La mente de los demás lo toma como errado.
En “Efraín” hay una referencia a la política de Venezuela. ¿Cómo surge ese cuento? ¿Te inspiró la actualidad?
Me vas a matar, pero ni me acuerdo… Tendría que buscar un libro y releerlo. No lo tengo en mi haber... Como te dije, cada uno “aparece”. Seguramente alguien de Venezuela me empezó a dictar cosas… ¿Parezco un loco no?... Lo soy en realidad (risas). Como dije, no analizo nada. No sirvo para eso… Mucho menos en lo político.
En “Guadaluppo” se cruzan la muerte, el sexo y lo fantástico, un combo que en muchas ficciones es la base para el drama o el thriller, pero sin embargo el final es feliz. ¿La ficción ofrece una versión idealizada de la vida? ¿O vivir es más complejo, como lo estaría indicando el cuento?
Todo es complejo hasta que se penetra en el engranaje y se descubre la salida. Si uno no entra a algo, nunca podrá salir. Piripincho tiene una frase: “Vine para irme, si no hubiera venido no podría irme”... En realidad se la copié a un personaje para niños de una obra de Mirko Buchín que fue la primera que hice para niños en 1972, “El tucán escocés”.
“Joy” es el más extenso y transcurre en un pueblo de Estados Unidos, Great Barrington. ¿Qué podés contar de esa etapa en Estados Unidos? ¿Cómo fue la experiencia de vivir en una cultura distinta a la nuestra?
Por suerte ese pueblo está en el estado de Massachusetts, que no es tan yanqui. Tenía una cultura más europea, inglesa o irlandesa. Bastante fascinante. Para mí fue una etapa muy importante. Tenía 14 años y por primera vez pude estar en contacto con “El teatro” que venía buscando desde los 6 años. Asistía al Mount Everett Arts School, una escuela de arte, donde por supuesto elegí teatro y tuve la suerte de tener maestros que venían del Living Theatre de New York, como Julian Beck y su equipo. Una experiencia de happening que me alucinó. Pensá que era la época de los hippies auténticos. Tuve que vivir una sola semana entre yanquis verdaderos, cuando fuimos a New York en un tour. Fue espantoso. Para mí irresistible. Además, en Massachusetts todos los habitantes estaban conectados con la magia. Un flash…
Alguna vez mencionaste que en la sala de Caras y Caretas sentiste la presencia de algo sobrenatural. ¿Cómo es es esa historia?
Es que si no sintiera presencias sobrenaturales creo que no podría escribir. Uno se acostumbra. Es como cambiar el dial de una radio a otra frecuencia, entonces aparecen cosas que están en otro plano. Ojo que esto no tiene nada que ver con la superchería. Tengo muy en claro el aspecto espiritual que es el más importante. Creo que en cualquier lugar, y en un teatro mucho más, ha habido muchos corazones latiendo. Mucha emoción. Eso va quedado en algún lado. Hay que saber canalizarlo para no llevarlo para el lado de la superchería sino de la creación positiva. En mi novela “El captor” está todo muy bien reproducido. También en “El Walker”.
Cumpliste 56 años con el teatro. ¿Qué balance hacés?
Hacer balances en esta etapa no me levaría a buenos lugares, porque como dije, ésta fue la época, teatralmente hablando, más nefasta: sin funciones ni clases… nada. Pero sobrevivimos. Te imaginas que en 56 años pasé por todas las etapas políticas, sociales y económicas. Sin embargo el aspecto teatral no cambió un ápice. Siempre seguirá. Será porque es eterno…