Desde su creación, a fines de la década del 60, barrio Las Flores fue un lugar áspero. Primero porque se forjó con vecinos que llegaban de núcleos duros de barrio La Tablada. Gente que trabajaba con los frigoríficos o el puerto. Vecinos pobres pero laburantes. Luego pasaron las debacles económicas, la difusión de una criminalidad precaria, la estigmatización del barrio y la enseñanza desde un sector de la dirigiencia política y social de que el vecino excluido para hacerse visible debía adoptar el método del piquete. Todo esto, sumado a que una porción pequeña de la barriada creció teniendo una fuerte identificación con algunos bandidos locales, se generó en el inconsciente colectivo del resto de los rosarinos la idea de que Las Flores está repleta de delincuentes. Y para ellos, mano dura. Es cierto también que Las Flores conoció bandas de vendedores de drogas como la del Colorado; la guerra entre Los Monos y Los Garompas, y más en nuestros días, los Cambichos. Una gavilla despreciada por los vecinos que en su accionar llenaron el barrio de mortajas, entre víctimas ajenas y propias.