¡Cómo pasa el tiempo! Hace ya un año de aquella terrible madrugada —¿a las cuatro y media, a las cinco?, no lo sabemos— en que milagrosamente salvaras tu vida. Seguramente estarás muy contento, como cualquier persona normal a la que el destino hace pasar por experiencia tan terrible y, sin embargo, logra sortearla y sale de ella ileso. Y sostengo que lo que te pasó fue una cruel trampa del destino. No puedo atribuir el accidente —que eso fue, y no algo evitable— al hipotético exceso de velocidad mezclado con el pavimento mojado y la falsa seguridad que da el alcohol, todo batido con bastante impericia y mucha soberbia. Habladurías. No señor, nada de eso: fue el destino y debés, por eso, quedarte tranquilo. Claro, sabemos que algunas pérdidas son irreparables, pero estás vivo. Mirá, autos hay muchos y, seguramente, ya tendrás otro, puesto que conservás tu carné de conducir (otra demostración de tu inocencia). El Marea era hermoso, casi para elegidos y debés haberlo llorado largamente. Es que las personas sensibles son muy vulnerables a veces. Y si de algo no me cabe duda, es de tu exquisita sensibilidad: sabemos bien que si no conocemos tu rostro ni tu voz es porque ella, tu sensibilidad, te impidió presentarte ante nosotros: el vernos te hubiera disparado de inmediato el recuerdo de tu bello auto destruido. ¡Feliz cumpleaños! Por nosotros no te preocupes, estamos bien. Sólo lamentamos que Juan, nuestro hijo, no pueda festejar con vos. El muy ingrato se murió después de estar en coma 19 días, y estoy seguro de que lo hizo para perjudicarte. ¡A vos, justamente a vos! Tampoco podrá festejar mi madre, que fingiendo tristeza murió seis días más tarde. Pero eso es harina de otro costal: ustedes no se conocían. En fin, perdoname si dije algo inconveniente, no quiero velar la alegría de este día. Por eso, ¡Feliz cumpleaños, Pablo Godofredo Barta!