El pasado martes se marcó un punto de inflexión en la historia contemporánea del fútbol argentino. Ese día el vocero de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), el periodista Ernesto Cherquis Bialo (otrora acérrimo crítico de Julio Grondona), anunció la decisión de la AFA de romper el contrato que la vinculaba con Televisión Satelital Codificada (TSC), la empresa que hasta ayer se encargaba de la televisación del fútbol. Fue a comienzos de los noventa que se creó el monopolio privado del fútbol. No fue casualidad. La Argentina había ingresado, de la mano de Carlos Menem, en la vorágine del neoliberalismo. El negocio del fútbol no podía ser la excepción. A partir de entonces Torneos y Competencias (TyC) se transformó en el único dueño de la televisión deportiva. Respecto al fútbol, cabe señalar, como destacó el ahora "grondonista" Cherquis Bialo, que los goles sólo podían verse en la pantalla chica recién a partir de las 22 de cada domingo, hora de comienzo del popular programa conducido por el eficiente e histórico Enrique Macaya Márquez. Además, era grotesco ver por varios canales de cable sólo las imágenes del público y escuchar la voz del relator, ya que sólo un canal (TyC Sports) lo hacía. Ojalá que a partir de ahora la televisación del fútbol sea genuinamente democrática, es decir, que englobe a todos los televidentes del país (sin importar si poseen o no televisión codificada). También sería fantástico que los televidentes puedan optar entre la televisación pública o privada del fútbol. En mi opinión, ello hace a la esencia de la democracia. Sería, por ende, nefasto que el monopolio privado que acaba de terminar fuese reemplazado por otro monopolio privado o el monopolio estatal. Si ello aconteciera estaríamos en presencia de un burdo gatopardismo. Monopolio y democracia, conviene siempre recordarlo, son como el agua y el aceite.