La soberbia es un voraz y desmesurado apetito por sobresalir o destacarse. Suele confundirse con la euforia, con el optimismo o con la autoestima alta. En la soberbia solemos hallar un delirio de autorrealización. Esta fantasía discursiva es opuesta al delirio de insignificancia, propio de la depresión. "Dime de qué te jactas, y te diré de qué careces", reza un conocido refrán. Al igual que el delirante, el soberbio cree poseer el bien que en realidad le falta, y con esa certeza procura llenar su vacío interior. El estado de exaltación propio de la soberbia suele ser consecuencia de un mecanismo psicológico defensivo, que le evita al aquejado deprimirse. Un alto grado de soberbia en la personalidad puede inclinar al afectado a profesar determinado tipo de ideologías; existe un peligroso vínculo entre la soberbia y el totalitarismo: cuando en un país se establece este régimen, casi nada logra oponerse a la conducción mesiánica de su líder. Ya los antiguos griegos habían detectado un notable valor antidemocrático en la soberbia, y desalentaban políticamente a aquellos que comenzaban a destacarse e imponerse entre los demás. Al cerrarse en el delirio, el pensamiento soberbio no da lugar a la emergencia del pensamiento sabio. Dejar de aferrarse a certezas imaginarias y poder asumir provisoriamente algunas dudas e inseguridades lleva a la excelencia: no sentirse dueño de la verdad, sino trabajar en su búsqueda. Si desde las "certezas" del poder conjugamos soberbia y baja calidad institucional, terminaremos por abismarnos en un sistema totalitario.