La imagen es cruda: cientos de personas peregrinando para pedir justicia por Gabriel Aguirre, el pibe asesinado después del clásico rosarino jugado en octubre pasado en el barrio Ludueña. Las marchas se multiplican en cada barrio donde chicas y chicos son asesinados.
Otra imagen no menos cruda. Hace unas semanas me comentaba un compañero docente que en su escuela optaron por el minuto de silencio ante la muerte de un alumno, me decía que sino una o dos veces por semana no darían clases por duelo.
Tristes postales que vemos a diario y nos invitan a pensar estrategias para revertir esta situación que reviste un doble desafío: ¿Cómo trabajar con nuestros alumnos para que no sean las próximas víctimas? ¿Cómo trabajar con ellos para que no sean los próximos victimarios?
En pie. En los noventa, ante el repliegue del Estado, la Escuela fue una de las pocas instituciones, que con muchas dificultades, se mantuvo en pie. Se le exigió que dé respuestas para las que no estaba preparada, y por fin, se le hizo el mayor de los daños: se la encasillo/utilizó como "contenedora".
Al pensarla como contenedora, la Escuela pierde uno de sus mandatos fundacionales: formar a los ciudadanos. Si trabajamos para que chicas y chicos estén dentro de la escuela, sólo con el objetivo de que no estén en la calle, para mejorar algunas estadísticas y/o para que estén "contenidos", reproducimos al interior de las escuelas los mismos conflictos, las formas de resolverlos y las desigualdades que viven los chicos fuera de ella.
Si revisamos este "paradigma contenedor" podemos preguntarnos: ¿Qué posibilidades les damos a nuestros alumnos para conocerse?, ¿pueden adquirir los rudimentos necesarios que los ayuden a resolver pacíficamente sus conflictos? ¿ los podemos invitar a soñar? Y por último ¿podemos ayudarlos a proyectarse?
La ley de educación nacional Nº 26.206 (sancionada en 2006) determinó, entre otras cosas, la obligatoriedad de la educación secundaria. Obligatoriedad que se traduce en derecho para los chicos. Esta excelente decisión complejiza el panorama y nos interpela. Todos dentro de la Escuela, ¿pero haciendo qué?
"Exploración". Para que hoy la Escuela pueda dar respuestas ayudando a los alumnos a crecer; invitarlos a transitar esta etapa con ganas; con ojos curiosos y a recuperar la satisfacción que implica sentirse autónomos (que se da, entre otras oportunidades, por ejemplo, durante la escolaridad primaria aprendiendo a leer y a escribir), nuestras escuelas deben transformarse en un espacio que favorezcan la "exploración". Una "expedición" que los invite a recorrer los intrincados caminos interiores y los que favorecen el encuentro con otros.
En esta realidad la "contención" es encorsetamiento, estancamiento, no permite la movilidad. La "exploración", en cambio, necesita de una disposición activa por parte del explorador, de una particular forma de relacionarse con el medio que lo rodea, que está allí para ser conocido y porque no, transformado. También necesita de un territorio con caminos a explorar, y en esto, somos los docentes sin dudas los grandes habilitadores de recorridos.
Pero, ¿cómo logramos esto? También generando en las escuelas actividades del interés de los chicos, que les den la oportunidad de vivir experiencias (que van a ser únicas para cada uno de los participantes) que los hagan conocer sus potencialidades ("¿Para qué soy bueno?") y cómo explotar eso que tiene ("¿Cómo utilizo esto en mi favor?"). Actividades que, históricamente fueron relegadas en la educación formal por carecer del halo de "seriedad", y parsimonia propios del salón de clases y que la educación no formal ha utilizado durante muchos años con excelentes resultados. Estoy hablando entre otras cosas del trabajo áulico en la modalidad de taller, los campamentos y salidas educativas, de incorporar el juego (esa mala palabra) dentro de los salones de clases, como mediador entre alumnos, docentes y conocimiento. También de resignificar los "contenidos" integrándolos y asociándolos con los conocimientos adquiridos en las actividades antes mencionadas.
Esta es una de las puntas para empezar a desenmarañar el ovillo. Una madeja donde la muerte lo cruza todo y se impone gracias a la inacción de los que todavía podemos hacer algo. Se hace necesario y urgente ayudar a nuestros alumnos a recuperar la satisfacción de sentirse autónomos, ahora, aprendiendo a leer y escribir su propia historia.
(*) Profesor en historia y educador scout en Scouts de Argentina.