Mi amigo es un experto en todas las modalidades de la tristeza contemporánea. Su objetivo es comprar la vida hecha. Para él la vida incluye comida, tabaco, sexo, música, literatura, fútbol. Todo eso, si puede, lo compra hecho. Y generalmente puede.
Mi amigo es un experto en todas las modalidades de la tristeza contemporánea. Su objetivo es comprar la vida hecha. Para él la vida incluye comida, tabaco, sexo, música, literatura, fútbol. Todo eso, si puede, lo compra hecho. Y generalmente puede.
•••
Noches pasadas pasé por su departamento y lo encontré como siempre se lo encuentra, solo, con los auriculares clavados en las orejas y delante de la notebook, chateando. Yo venía de una incursión nocturna por boliches vacíos. También solo.
•••
Con el primer whisky le di detalles de la recorrida. Ni aquí ni allá había encontrado a nadie. Porque no había nadie. Acaso los “alguien” (y sobre todo “las” alguien) que yo buscaba estaban haciendo lo mismo que él, sentados (sentadas) frente a una pantalla o manipulando nerviosamente un celular de última generación. Fue en ese momento que mi amigo soltó la frase. Señaló la notebook y disparó: “Seba, el boliche está acá”. Entonces sonó el timbre. Era el delivery.
•••
Una mujer me lo confesó días atrás: “No puedo no estar conectada”. Al parecer no soporta quedarse sola con su alma. Si es que la palabra alma aún le puede ser aplicada.
•••
La ciudad ha cambiado mucho en poco tiempo. Sobre todo, el centro. Después de cierta hora, no quedan lugares donde sentarse a compartir un café ni una copa. Un par de décadas atrás, se caminaba. El circuito incluía boliches como el viejo Savoy, el antiguo Cairo, la anterior Buena Medida, el extinto Saudades. Y se prolongaba en la alta noche hacia el río, para llegar a Barcelona o Luna, y terminar en El Barrilito.
•••
Pero ya no se camina. Ya no se sale a buscar. La caminata es virtual y se hace en Facebook o Twitter. Allí se encuentra. Si es que se puede hablar de encuentro cuando la que nos saluda es una selfie.
•••
Todo se está volviendo virtual, hasta el paisaje. Ella, por ejemplo, también es virtual. La “encontré” hace poco, navegando. Virtualmente, ella me buscó. Y charlamos un rato virtualmente. Nunca supe cómo eran sus manos, ni conocí el tono de su voz. Mucho menos, claro, pude saber del perfume de su cabello o la calidad de su aliento. Ella es virtual. En la virtualidad no se corren riesgos.
•••
Hace ya un tiempo que no salgo tanto. Me decidí a cambiar mi vetusto teléfono, canjeé mi prehistórica PC por una notebook que es un rayo. Y paso las noches “conversando”. Tengo un montón de nuevas amigas y ya no le toco el timbre a nadie ni me lo tocan a mí. Soy casi feliz. Lo único que necesito es una buena selfie.