–Hablemos del género de este Diario porque creo que allí está la clave de su singularidad. La princesa sos vos y a la vez no…
–Sí en principio habría que decir que se trata de una autoficción y también de un diario, pero sin las entradas que caracterizan a los diarios íntimos, es decir, sin fechas precisas, salvo las que identifican a cada uno de los tres capítulos. Pero esto no fue así siempre. En un primer momento fue material de un blog, matriz original de este texto. Cuando tiempo más tarde decidí irme a vivir a Alemania, en el momento en que dudaba de si ese blog que venía escribiendo podía considerarse un proyecto literario, tuve un instante de revelación y me dije sí, cómo que no, ese blog que vengo escribiendo es un diario, y así fue el proceso. Luego vinieron la segunda y la tercera partes, que es donde yo siento que ya he construido un pacto y una complicidad con el lector, entonces allí me largo a ficcionar, a novelar. La tercera parte, que es donde narro mi regreso a la Argentina, en 2016, con el objetivo de participar en los juicios por la desaparición de mis padres, es ahí donde vuelve el deseo de escribir desde la voz de aquella princesa montonera. Acaso de las tres partes que componen el libro, la segunda, en la que narro mi vida en Alemania, es la que más me costó escribir de las tres. Tal vez porque allí lo que hay es un diario de sueños.
–Sueños que aparecen de manera intermitente.
–Sí, los sueños son la contracara de lo más intelectualizado, de lo más elaborado. Podría decir que de día vivo la vida con sus sorpresas y de noche me ganan las pesadillas, y no hay manera de evitarlo. Y me gusta mostrar ese contrapunto que se produce entre la vigilia y el sueño que atormenta. Es algo que nunca deja de maravillarme porque los sueños no tienen nada de ficción, esas locuras que allí aparecen, las soñé de verdad mientras escribía el libro. Los sueños que aparecen allí narrados no son invento, son verdaderos en un ciento por ciento.
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Mariana Eva Pérez: a la caza de los estereotipos.
–Cuando se accede a este Diario uno ya sabe quién es Mariana Eva Pérez, un sujeto histórico que construye un personaje, y entonces aborda el texto en una dimensión testimonial.
–Desde la primera página del libro queda claro que esto no es testimonio, que es ficción. Allí se dice, “si esto fuera un testimonio habría cucarachas, pero es ficción”. Hay una decisión de no apegarme al testimonio a pesar de que sepa que los lectores puedan querer leerlo en ese registro. Yo juego todo el tiempo con esa expectativa. Y si hay algún lector desprevenido, ya se ocupó la editorial de poner en la tapa que la autora es hija de desaparecidos. El sello de hija de desaparecidos me antecede y yo juego con eso, juego a desarmarlo. Y claro que muchos lectores juegan a tratar de reconocer de quiénes hablo. A veces hay un personaje real, pero a veces son dos que convertí en una misma persona. Pero lo cierto es que hay un recorte ficcional que yo me esforcé en que quedara claro desde la primera página. Claro que el lector encontrará situaciones reconocibles, nombres propios, sitios que pertenecen al orden de lo real, de lo existente, pero ya lo digo, lo único ciento por ciento real de este libro son los sueños.
–Sin embargo Primo Levi, el referente por antonomasia del género testimonial, aparece en el comienzo, evocado como inspiración.
–Sí, pero no por eso lo que escribí debe ser considerado testimonio, porque lo que yo intento es ir tras la búsqueda de la verdad, pero otra, no la verdad de los hechos, la verdad fáctica, sino una verdad de otro carácter, más íntima, una verdad poética, aquella que uno solo puede encontrar en la literatura. La literatura, la ficción, le permite a uno hacer esos recorridos.
–En tu caso es una verdad provocativa...
–Yo no tuve la intención de provocar sino de interpelar, que es algo diferente, aunque debo confesar que con esta nueva edición me asaltaron los miedos que tuve cuando salió a la luz el primer Diario, un miedo asociado a pensar en que había quienes podían llegar a sentirse ofendidos o molestos por lo que yo decía, pero luego entendí que no podía hacerme cargo de eso. En estas páginas busqué crear un lenguaje propio, que estuviera por fuera de lo consagrado, que no tuviera nada que ver ni con el lenguaje institucional de las organizaciones, ni con el académico, con la idea de abordar un tema que todos sabemos es complejo. El libro interpela y en esa interpelación se dicen cosas que muchos no se atreven a decir, y ese decir, en muchos casos, aparece en estas páginas, entre otras cosas, a través del humor, de los sueños.
–¿Y esa interpelación tiene acaso un destinatario preciso, alguien a quien imaginaste como lector de estas páginas?
–Sí, este Diario tiene un destinatario en un “ustedes”. Y los ustedes en los que pensé al escribir este libro no son necesariamente las víctimas, los integrantes de la comunidad de afectados, sino aquellos que desde hace años están interesados en estos temas, que se sienten interpelados por este pasado y que a su vez están dispuestos a ir un poco más allá con sus reflexiones, los que no se sienten cómodos en la repetición de las consignas o ya no quieren participar de las ceremonias de siempre, aplaudiendo o celebrando a las mismas personas referenciales. Y no porque esas personas no se merezcan un justo reconocimiento, sino porque me parece que la memoria reclama otra cosa. La memoria social no se construye en la repetición y la liturgia que rodea a las conmemoraciones, lo sabemos, no contribuye a la construcción de una memoria activa. El rito, lo sagrado, las consignas forman parte de esa repetición. Y yo creo que hay mucha gente que tiene ganas de dar un paso más allá, de revisar qué pasó, en su vida, en su familia, en su pueblo, en su pasado, y hacer esa revisión de otro modo, sin pedir permiso a nadie para hacerlo. Y eso está muy bien. El respeto y la admiración por las figuras que resistieron en las condiciones más adversas, que lideraron luchas tan importantes en el pasado, no debería nunca obturar la posibilidad de elaborar y formular un pensamiento propio, alejado de las visiones cristalizadas.
–Es que convengamos que la oficialización de la memoria de ese dolor es parte de la realidad política y cultural argentina.
–Claro, y esa oficialización de la memoria del período más oscuro de nuestra historia, lejos de fortalecer el recuerdo termina debilitándolo, y lo que se termina debilitando es nada más ni nada menos que el potencial interpelador que tiene este tema o el temita, como lo llamo en el libro.
–Exacto, ¿y no sentís acaso que esa libertad que vos ejercés en tu escritura para decir lo que decís, les es negada a aquellos que no son parte de la gran familia de las víctimas?
–Sí, claro que funciona así, pero es algo que va más allá de mi voluntad. Estoy condenada (como hija de desaparecidos, como nieta de una de las fundadoras históricas de Abuelas) a ser leída en esa clave y entonces es poco lo que puedo hacer para correrme de ese lugar. Yo hago chistes que acaso son observables si los cuenta alguien que no es hijo de desaparecidos, eso es cierto, pero yo no puedo despojarme de mi identidad. Como familiares de desaparecidos, en nuestro quehacer cotidiano, apelamos al humor. Yo escribo desde donde soy y digo esto, y además, por sobre todas las cosas, vuelvo a decirlo, el Diario es un texto de ficción, y como tal no debería haber lugar para que nadie se sienta ofendido por lo que allí se dice. Hablo de esto con palabras que no son solemnes, abordando la vieja pregunta de si se puede hacer humor con los desaparecidos, tratando de ensayar una respuesta. Me interesa saber cómo funciona eso en los lectores, me da mucha curiosidad. En el libro incluí la anécdota de lo que ocurrió con el investigador y colega Gabriel Gatti, en el marco de un congreso sobre desapariciones y violencias que tuvo lugar en Madrid. En ese Congreso, en el panel de cierre, Gatti le reclamó a Pilar Calveiro y al resto de los expositores por el carácter solemne que había dominado ese encuentro, por la falta de humor, y cuento cómo, luego de que él dijera esto, hubo que calmar a un funcionario de la Embajada argentina que estaba en el auditorio quien sintió esa intervención de Gatti como una ofensa, como algo indebido, que no debía ser dicho porque para él, el tema de las desapariciones, la represión y el humor eran incompatibles. Y cuento cómo hubo que correr a decirle, para que calmara de una buena vez su enojo, que Gatti era familiar de desaparecidos “de la más exquisita y uruguaya sangre azul revolucionaria”. Y allí entonces terminó todo, en la apelación a su linaje.
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–Te pregunto cómo fue leído este texto fuera del campo de los afectados directos o por aquellos que no pertenecen al llamado campo de los estudios de la memoria.
–En algún momento temí cómo iba a funcionar este texto frente a una lectura extranjera y me sorprendió que funcionara bien, que tuviera una buena recepción. No fue traducido aún a otra lengua. Hubo una edición en Barcelona, con prólogo de Patricio Pron, que hizo de puente con esa otra orilla, y allí también fue bien recibido, y los que lo leyeron, que no necesariamente son lectores que están inmersos en los temas y las discusiones propias del campo de la memoria en Argentina, muchos de ellos colegas europeos que hablan la lengua española, pudieron seguir estas páginas, seguramente perdiendo el sentido de algunas palabras, de algunas referencias muy locales, de algunos guiños, a pesar del uso del lunfardo. El libro atravesó ese desafío y eso me alegra mucho.
–Cuando uno escribe ficción construye hermandades literarias, autores o libros que lo acompañan a uno en el proceso de escritura. ¿Quiénes son, si los hubo, esos textos y autores?
–En este libro fueron a parar todas las lecturas de estos últimos años, y podría decir que el Diario puede ser considerado el “lado b” de la tesis de licenciatura que escribí en Alemania y que está dedicada a los “estudios espectrales”. En la última etapa de escritura de este libro me encontré releyendo Los sorrentinos de Virginia Higa, un texto que me ayudó por su frescura, por lo ágil de su prosa. Cuando sentía que se me caía la pluma, volver a leer alguna página de Los sorrentinos ofició de una ayuda o impulso inestimable porque lograba rescatarme de lo más oscuro. Y después hubo lo que yo llamo una lectora fantasma, pero fundamental, que fue María Vásquez, digo fue porque ha fallecido. Ella fue lectora de aquel blog donde comenzó todo. Es decir, estuvo en la génesis misma de estas páginas. Y mientras escribía no dejaba de pensar en ella porque era una lectora increíblemente lúcida, alguien que no estaba atravesado por esta historia y con quien yo logré establecer un vínculo que fue fundamental para la escritura de este Diario. Fue ella, in ausencia, mi compañía literaria, con quien dialogaba a medida que escribía, quien me guió en el trabajo de construir, de darle forma a este personaje. Y esa relación con María condensa la satisfacción de haber encontrado un interlocutor ajeno al ghetto de las víctimas, un interlocutor que sin ser parte de esta historia pudo escucharla y entenderla.
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Patricia Roisinblit y José Manuel Pérez Rojo, los padres desaparecidos de la autora del libro.
Cuatro entradas al Diario de la Princesa Montonera
Mucha Esma
Ahora, cada vez que vengo a Buenos Aires tengo que entrar a la Esma por hache o por be. Para entrar a la Esma en ocasión de la inauguración de la muestra de Lucila Quieto –pues de ella se trata, ella es Victoria, me arrepiento de haber anonimizado a mis admirados compañeros hijis, de haberlos sacrificado en el altar de la ficción– me pongo un vestido blanco y negro con animal print de cebras y un saco naranja con hilos dorados. Como otros chistes internos que ensayé a lo largo de estos años, entrar a la Esma disfrazada tampoco funciona: me siento mal, me quiero ir. Por el rabillo del ojo veo a Gustavo, que se hizo habitué, testimoniante full time y defensor de asados. No sé se me vio ni quiero saberlo. Dejo una frase que quería ser inteligente a medio decir, anuncio que ya es mucha Esma para mí y huyo.
Protocolo
La Princesa está en las antípodas del fervor Montonero pregonado por su padre. Las demostraciones políticas enardecidas le dan un poquito de vergüenza ajena. Ella es todo recato y pensamiento crítico. Detesta El que no salta es un militar. Cantar de bronca no le sale. Era un problema que tenía en los escraches.
El sábado, en el homenaje a loscompañerosdetenidosdesaparecidos de Tres de Febrero, en Caseros, en una plaza con calesita y helados, se leyó el nombre del padre. La Princesa Montonera venía aplaudiendo discretamente a cada uno de los ciento setenta. Su padre era uno de los últimos porque los habían ordenado por orden de caída. Ella dice fecha de caída como otros piden un kilo de papas. Así aprendió del Nene y de Martín, de Tere y de las Tías de la Esma.
José MPR, lee Cambá por el micrófono. Fue secuestrado en Martínez el 6 de octubre del 78. Tenía veinticinco años y era Responsable Militar de la Columna Oeste de Montoneros.
Y la Princesa, su hija, la que se le parece tanto, grita Presente y hace la V de la Victoria.
El protocolo no le gusta, pero es parte de sus obligaciones.
El pañuelo blanco
Cuando nos mudamos a nuestra casa de Almagro, decidimos desprendernos de cosas indeseables de nuestros hogares de solteros: fotos de ex, regalos horribles, utensilios jamás estrenados, CD’s, apuntes de la facultad, pulóveres de estar en casa. Chau mierda, fue la consigna. En ese plan, tiré el pañuelo de H.I.J.O.S.
Hoy quise convencerme de que quizás no. De que tal vez era un recuerdo inventado como cuando empezás a contar una historia y de repente no estás segura de que sea verdad. Fui al baúl de Argentina, un baúl de pino triste, barato, pobretón, para usar una palabra de ella, regalo de su vecina Adela que nunca le gustó, el baúl quiero decir, y Adela tampoco, pero le hacía muchos regalos. Fui al baúl, revolví entre el camisón, el misal, el tejido, el vestido de los enanitos, toda la basura mía que guardó. Encontré un pañuelo de… en una bolsita de nylon, sin abrir. Es de ella, pero es impersonal. Y no es mío. Nunca lo fue. Mío era el de H.I.J.O.S., a pesar de todo, o justamente a causa de todo eso. Y no, no lo tengo. Lo tiré.
Macri
Estoy en una playa con Macri y otra persona, un hombre joven, la playa es de arena blanca, veo apenas una punta y una porción de agua. Debe ser playa de río, porque no hay olas. El agua está quieta. Macri me habla de su gestión. Es convincente, seductor. Me envuelve. Me doy cuenta. Desesperada, le ruego: decime qué pensás sobre los juicios. Porque con todo lo que me estás contando te tengo que votar, pero sé que estás en contra de los juicios. Decime, por favor, decime qué pensás. Macri se queda callado y me sonríe con la sonrisa de Astiz.