Érica Rivas habla con ese color de voz tan particular, tan reconocible. Inmediatamente, al escucharla del otro lado del teléfono, viene a la mente alguno de sus personajes de la televisión, el cine, el teatro, que en su infinita diversidad tienen algo en común: suelen ser inolvidables.
A diferencia de muchos de esos personajes, como la novia en crisis de “Relatos Salvajes” (devenida referencia) cultural, la cantante perturbada de “El prófugo” o la de espíritu parakultural del happening teatral “¿Qué pasa hoy acá?“), caracterizados por cierto desborde, cierta intensidad (que reivindicará como propia durante la charla), hay una calma alegre en su tono. Y por supuesto, un sentido del humor que atraviesa casi sin excepciones todo su discurso.
Desde ese lugar, Érica se explaya con una pasión que no puede impostarse sobre su recorrido con “Matate, amor”, el unipersonal que protagoniza con dirección de Marilú Marini, basado en la novela homónima de Ariana Harwicz. El texto, que acumuló premios, lectores y elogios desde su publicación en 2012, recorre con destreza las turbulencias de una mujer extranjera que habita un pueblo rural en Francia desde múltiples aristas: la maternidad, el deseo, la familia, la locura y la muerte.
Después de una primera puesta que recibió voluptuosos elogios en 2018, la repusieron este año. Tras una gira europea que las llevó por España y Alemania, llegan por primera vez a Rosario con una doble función en el teatro del Centro Cultural Parque de España, el 14 (con entradas agotadas) y 15 de octubre.
¿Cómo fue volver al texto y al personaje cuatro años después, teniendo en cuenta las transformaciones personales pero también las sociales?
Quería ver cómo rebotaba el texto en mí después de tantos años. No fueron tantos, fueron cuatro, pero intensos, con la pandemia y otras miles de cosas. Tenía miedo y, por otro lado, ganas. Porque es un texto que me sigue fascinando en posición de lectora. Soy una fan de Ariana Harwicz, la adoro, además de que somos amigas. Tengo la felicidad de tener amigas escritoras que me dan mucha fascinación, tengo una especie de altar para les escritores. Así que hacer textos de gente que admiro tanto siempre es muy, muy hermoso para mí. Pero sí estaba con cierto miedo de ver cómo rebotaba en mí. En estos años, por ejemplo, mi hija Miranda se hizo mayor de edad. Apareció otra cosa, una cosa nueva, que no podría explicar exactamente qué es, pero que si alguien ya vio la obra y tiene ganas de volverla a ver, se va a dar cuenta. Apareció una protagonista más sensible, quizás, más distanciada de algunas cosas, pero por otro lado más cercana en otras. Como que esta vez sentí que este texto lo puedo hacer hasta que me muera, y espero que eso pase de viejita. Siento que este texto cualquier mujer lo podría repetir como si fuera un ejercicio, un mantra, hasta el fin de sus días. Porque ella habla en presente, pero de un presente que ya sucedió. Entonces hay algo del recuerdo de esos días, del hijo chiquito que una como mamá está siempre revisando, por lo menos yo. Hay algo ahí del peso que tiene ese vínculo que es enorme.
Por otro lado, para mí se intensificó mucho más, por ejemplo en las giras que estuvimos haciendo, el tema de la extranjería. Porque la hice en castellano para un público que habla otro idioma. Y Marilú también sostuvo mucho eso de la extranjera. Además, como decimos siempre, la extranjera en el mundo es la mujer, y las disidencias. Estamos totalmente viviendo como en un mundo de prestado.
Erica Rivas Marilu Marini
En la puesta escénica, Érica Rivas y Marilú Marini subrayan el humor en el texto de Ariana Harwicz.
¿Qué pensás que tiene la puesta, y la propuesta de Marilú Marini, que se destaca más allá de la potencia del texto en sí mismo?
Siempre me dicen que la obra tiene algo que el texto no parecía tener, aunque para mí sí, que es el humor. Mucha gente que leyó el texto no se lo había visto. Tanto Marilú como yo somos comediantes, somos payasas. Ella hizo a Niní Marshall muchos años y si seguís su carrera te das cuenta de que hay una impronta de comedia muy grande. No es que yo me estoy haciendo la graciosa, sino que realmente desde la primera vez que leí el texto le sentí la comedia muy marcada. En todo lo que hace Ariana, en general. Si uno se queda con lo sórdido, si se cree todo lo que dice el personaje, porque la palabra escrita tiene esa cosa medio solemne difícil de quitar, es terrible, es insoportable. Pero cuando lo pasás por el cuerpo, aparece otra cosa que no tiene nada que ver. Y que para mí es una felicidad encontrar porque cuando uno se ríe se ablanda todo, entra mejor el mensaje, los conceptos, las preguntas, los quiebres. Para mí es una de las fundamentales de la puesta y que con Marilú trabajamos mucho. Yo, además, me meto hasta el fondo del fondo del vaso. Lo siento mucho al texto. La otra vez la hice en Berlín y llovió a cántaros y yo, feliz. La gente que me conoce sabe que me gusta la intensidad, pero los demás estaban preocupados porque yo me empapé y estaba feliz de actuar ahí. Fue increíble. Yo pensaba ‘Esto tendría que ser así siempre’ (risas), aunque no podría con mi cuerpo. Imaginate esa mujer toda embarrada. Otra cosa fundamental es el diseño del movimiento del cuerpo de Diana Szeinblum. La conjunción entre eso, el texto de Ariana, que tiene ese movimiento, ese ritmo, y la dirección de Marilú, que además es ex bailarina, es una tríada increíble.
La versión en inglés del libro (“Die, my love”) va a tener una adaptación cinematográfica. ¿Qué te pasa con eso? ¿Te da curiosidad, todo lo contrario, un poco celos?
Me pasan muchas cosas. Un poco de celos, sí. Hay otra actriz que la hace en Israel, que muchas veces pensé que tengo ganas de conocerla, de hablar con ella. Pero no sé si me van a dar ganas de verla, quizás sí. Es un texto que yo creo, y te lo firmo, que no tiene que ser en el idioma del colonizador. Eso hace que pierda valor. Porque es una extranjera que está hablando en un idioma que nadie sabe. Es como medio “La letra escarlata” en eso. Entonces pienso que si es en inglés tendría que ser con un rasgo de alguien que sea de otro país. Ma parece fundamental eso. No soy además muy cholula de las cosas de Estados Unidos. Si me decís que la va a dirigir Kaurismaki, ahí te digo ‘Yendo’.
¿Qué vínculo tenés con Rosario y con su paisaje artístico? ¿Qué significa para vos venir a actuar a la ciudad?
Hace mucho que quería. A mí siempre me da la sensación de que en Rosario me pasa algo parecido a Montevideo. Siempre que voy siento un enamoramiento con la forma geográfica de Rosario, ese estar de cara al río, ver el río oscuro con las estrellas. Pero, además, la gente, o al menos la que yo conocí, es muy culta, le gusta mucho el arte, es muy curiosa. Nunca me crucé con alguien que no tuviera una inquietud artística además de a lo que se dedica. Hay mucha movida musical, de arte plástico, de danza, muchas escuelas. Es un público que me interesa y me intriga ver qué le parece, cómo le va a entrar el texto y la puesta, qué les pasa con el material. Es un público que conozco y me importa.
Dijiste una vez que decidiste, y decidís, ser actriz por la posibilidad de generar un cambio de estado en los otros. ¿Qué expresión artística te generó a vos últimamente ese cambio de estado?
Me mandé la filmografía completa de Kaurismaki. Me destruyó. Lo amo a otro nivel, amo sus actores, sus historias, sus formas de contar, su sensibilidad con la cámara. Pero sobre todo, lo que me pasó y lo que siempre me pasa, es que me quedo enamorada de cómo él se enamora de los actores. Tiene esa dulzura para mirar al otre que te hace ver cómo estaría bueno que se viviera el arte. Me gustaría que me vieran a mí así, me gustaría verme a mí misma también con esa dulzura. Me gustaría ampliar mi mirada y tener esa benevolencia para con la gente y las historias. Y después a nivel literario estuve leyendo a Annie Ernaux, que me fascinó también y empecé a leer todo. Y por supuesto a nuestras autoras. Hace poco descubrí a (Alejandra) Kamiya, que me encanta también, y las de siempre: Mariana Enríquez, Samanta (Schweblin), Ariana misma. Tenemos un caldo de cultivo de autoras increíble.