¿Por qué “El oso” se convirtió en una serie de culto? Basta verla alguna vez para comprobarlo y quizá desmitificar esa idea. Primero pegó fuerte en los cinéfilos, después en los amantes de la gastronomía y hoy, pese a que no está en la plataforma líder, es la figurita difícil, la serie que todos y todas quieren ver, o descargar, y no falta quienes piden las claves prestadas para ver aunque sea un capítulo y no quedarse afuera de las charlas de café sobre el tema series. Esas que, cuando no se habla de la crisis política o el narcomenudeo, todavía sobreviven en algunas trasnochadas mesas de bar. La historia parte del derrotero de Carmy (ese actor gigante llamado Jeremy Allen White), que es un chef de alta cocina que regresa a su hogar en Chicago para levantar un gran restaurante, luego del suicidio de su hermano, quien fue su inspirador. Lo atrapante de la serie -que se ve por Star + y acaba de confirmar para junio su tercera temporada- es la historia de cercanía entre sus personajes. Una cercanía casi sanguínea que perfora la pantalla, la traspasa de tal manera que genera una empatía inmediata con quien la ve. “El oso” es una historia de laburantes luchadores. Una historia de familia, cuyos integrantes se quieren bien, que se pelean a morir, que de a ratos se odian, pero que a la vez se aman con locura. La serie es estadounidense, pero por momentos sus personajes parecen salidos de una comedia italiana. Quizá por eso cada discusión, cada risa, cada conflicto nos parece nuestro. Más que de culto, “El oso” tiene una cucarda superior: es popular. Porque habla de la lucha por sobrevivir, por ser alguien, por crecer. Y sobre todo, por defender con cuerpo y alma el valor de trabajar en lo que se ama.