Cuesta entender con precisión por qué lado entra la voz de Caetano Veloso. Porque cuando aparece en escena y canta un tema como “Volver a los 17” abre la puerta del corazón; pero si hace “Sampa” entra por el lado del cuerpo, porque con ese set de percusión poderoso es imposible no bailar; y si oímos “O leaozinho” te pega en el alma porque es difícil escuchar una cadencia tan dulce en una sola canción. Todo eso y mucho más ocurrió la noche del domingo en un colmado teatro El Círculo, que ovacionó de pie -desde la platea hasta la última tertulia del cuarto piso- a este bahiano de 80 años, que no sólo es cantante, poeta, cineasta y activista político: también es mago. Y no porque saque conejos de la galera, sino porque canta una melodía y en diez segundos explotan todos los sentidos. Magia pura hecha canción.
“Meu Coco”, así se titula el nuevo disco de Caetano, que parece un viaje introspectivo a su cabeza, realizado en plena pandemia, con sendos homenajes a muchas de las voces gigantes que tiene Brasil (su hermana Maria Bethania, Gal Costa, Milton Nascimento, Gilberto Gil), pero sin linkear en el pasado desde lo estético y sonoro. Nada de eso. Para grabarlo se rodeó de una legión de pibes talentosos, y cinco de ellos, entre los que se destacan el guitarrista, tecladista y cantante Lucas Nunes, y el percusionista Kaina do Jeje integran la banda que lo trajo de gira a la Argentina para promocionar ese álbum.
Y aunque el disco es maravilloso, la convocatoria y el cariño que mostró el público rosarino no tiene que ver precisamente con este lanzamiento. Está asociado a que este podría ser el último tour internacional de Caetano, pero antes y por sobre todo, con ese torrente emotivo que a lo largo de cada canción invita a llevarte de gira por tu propia vida. Se veía en los rostros de quienes se acomodaban en las butacas del teatro, de los que levantaban las banderas brasileñas en las primeras filas, y de las tantas y tantos que peinamos canas y conocemos al Caetano de rulos ensortijados, el que alzaba la voz por ese movimiento revolucionario cultural llamado Tropicalismo.
Vestido de camisa, pantalón y campera con tonos oscuros, a Caetano le brillaba desde lejos su cabellera. Su voz no tanto. “Pido disculpas, tuve algunos problemas con la garganta, hasta pensé en no dar el show, pero acá estoy”, dijo en los primeros temas del concierto. Quizá por ese motivo cuidó la intensidad en algunas canciones o no jugar con algunos agudos elevados. Pero claro, si no lo decía era difícil darse cuenta. El oficio de Veloso es enorme y tiene esa voz tan trabajada que aún en sus peores noches puede conmover a quien lo escuche.
Y de eso se trató el concierto del domingo en Rosario. De conmover. Parado en el centro del escenario, Caetano tenía a su derecha el guitarrista y tecladista, el bajista y el pianista; y a su izquierda todo el set de percusión (batería, tumbadoras, timbaletas y accesorios). De fondo, una imagen en lo alto de líneas entrecruzadas, a la que en algunos momentos le rindió culto, como quien hace una ceremonia tribal laica interior y también para el más allá. A veces acompañada por bailes que emulaban algún danzar bahiano, sutil, pequeño, militando en la máxima “menos es más”.
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Una puesta sutil e impactante. Veloso presentó junto a cinco músicos su nuevo disco “Meu Coco” en el teatro El Círculo de Rosario. Inolvidable.
Héctor Río/La Capital
A lo largo de más de una veintena de canciones hizo un recorrido por grandes momentos de su carrera, sin reparar tanto en el último álbum ni tampoco en los grandes éxitos. Tampoco le interesó cantar versiones en castellano como “Un vestido y un amor”, de Páez, porque estaba en la ciudad natal de Fito; ni mucho menos “Fina estampa”, un clásico siempre esperado. Sin embargo desempolvó el clásico “Volver a los 17”, de Violeta Parra, con dedicatoria incluida a Mercedes Sosa y levantó la ovación en décimas de segundo. A Caetano le interesaba mostrar lo suyo casi como una propuesta cinematográfica, ya lo había anticipado, como si cada canción fuera parte del montaje de una película, que quizá no sea su biopic, sino la historia de su vida que a él le interesa mostrar ahora, a sus plenos ochenta.
En la primera parte del concierto se lucieron “Meu Coco”, “Anjos Tronchos” (con cierta mirada crítica hacia el vértigo de las novedades tecnológicas) y “Nao vou deixar” (que alude al antipopular gobierno de Jair Bolsonaro), del último disco.Luego tocaron la rítmica “Cajuina”, con un trabajo impactante del percusionista Kaina do Jeje; el siempre efectivo “Reconvexo” y el entrañable “O Leaozinho”, que esta vez sonó sin el brillo acostumbrado. Llegó el turno de “A bossa nova é foda” y “Sem samba no da” y ya a esta altura era muy complejo detener las ganas de subir al escenario y ponerse a bailar un samba. Encima como cierre llegó “Lua de San Jorge” (no apto para corazones hiper sensibles) y se vino la despedida, esa que nadie quería que llegue.
En medio de la ovación y el público aplaudiendo de pie, Caetano y su banda tocaron tres bises para cerrar una noche casi soñada. Y ese broche tenía que llegar con “Noite de cristal”: “Noche de prisma/momento total/hay un cismo mundial/pero yo miro a tu cristal/Y veo y pregunto/días de otros colores/alegrías para mí/para mi amor/y mis amores”. De pronto, se sintió que este cantante, como el portavoz de un coro de ángeles, le estaba dedicando ese tema a cada una y cada uno de quienes estábamos sentados en las butacas del teatro. Un ángel pasó por Rosario, o un mago, o simplemente un artista: Caetano Veloso.