Roma no es solamente la Ciudad Eterna, también es el más grande museo a cielo abierto del mundo con mil y un lugares para conocer: hay yacimientos arqueológicos en cada rincón, arte magistral a cada paso, lugares repletos de historia, grandes y hermosos parques, una arquitectura deslumbrante, atracciones, paseos y cientos de iglesias monumentales, sin contar su deliciosa gastronomía y a los propios romanos, que son un espectáculo aparte.
Quienes visitan la ciudad por primera vez no querrán perderse el Coliseo y los Foros Imperiales, la célebre y siempre atestada Fontana di Trevi, la plaza San Pedro y los Museos Vaticanos (que técnicamente están fronteras afuera de Italia, aunque casi ni se note), el majestuoso Panteón, las escalinatas de Plaza de España, los Museos Capitolinos, la plaza Navona y Campo de’ Fiori, la eternamente animada noche de barrio Trastevere... hasta que de repente el viaje termina y el turista descubre que hace falta una vida entera para conocer profundamente a Roma.
Este recorrido tiene un poco de “lado B”, un puñado de sugerencias para disfrutar en una estadía más larga o en una segunda visita, porque Roma no se termina en un solo viaje y somos muchos los que pasamos toda la vida planeando qué hacer en nuestra próxima visita a la Ciudad Eterna.
Galería Borghese
Quienes disfrutan de los museos van a encontrar en Roma una oferta inagotable. Y el gran tesoro oculto es el palacete que fuera propiedad de la familia Borghese, una dinastía que le dio a la ciudad senadores, abogados, filósofos, cardenales y hasta un Papa. La Galleria Borghese tiene una distribución que se deja recorrer muy fácilmente, con esculturas en el nivel inferior, la pinacoteca en el superior y frescos en todos los techos. Hay obras maestras de Tiziano, Rafael, Caravaggio, Rubens, Botticelli, Bernini y Canova. El valor de la entrada permite disfrutar por dos horas el museo (que resultan más que suficientes) y lo más recomendable es ir a “contramano” de la mayoría de los visitantes y visitar primero la planta superior para encontrarla prácticamente vacía. Es obligatorio reservar con anticipación.
La cerradura
Roma está llena de mitos y misterios, pero los romanos son demasiado verborrágicos como para guardar un secreto. Es por eso que en la Plaza de los caballeros de Malta suele haber una fila de gente esperando para espiar por el ojo de una cerradura. ¿Qué hay detrás? Una hermosa galería ajardinada perfectamente alineada con el Vaticano, por lo que se puede ver la cúpula de la basílica de San Pedro a tres kilómetros. Hay quienes hacen el intento de lograr una buena foto pero no es nada fácil, lo mejor es disfrutar por un momento de ese rincón mágico de la ciudad.
Santa María de la Paz
Roma quizás sea la ciudad que concentra la mayor cantidad de obras maestras que se pueden contemplar sin pagar ni un centavo. Solamente por nombrar algunas, en la iglesia San Luigi dei Francesi hay un tríptico del genial Caravaggio dedicado a San Mateo, en Santa Cecilia in Trastevere está el “Martirio de Santa Cecilia” de Stefano Maderno, en la basílica de Santa María del Popolo hay esculturas de Bernini, un Caravaggio y una formidable capilla realizada por Rafael, y hasta se pueden ver gratuitamente tres esculturas de Miguel Angel Buonarroti: la “Piedad” (en la basílica de San Pedro), el “Moisés” (en la iglesia San Pietro in Vincoli) y el “Cristo Redentor” en Santa Maria sopra Minerva. Pero muy cerca de la Plaza Navona no sólo hay un fresco de Rafael (que culminó Sebastiano del Piombo en base a sus dibujos) sino que además es un placer descubrir en una esquina imposible la pequeña y hermosa iglesia Santa Maria della Pace, una de las más adorables de la ciudad, donde también está el famoso claustro de Bramante.
Bernini y Borromini
Siempre se supo en Roma que entre Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini había mucho más que celos profesionales. Su abierta enemistad se prolongó hasta entrada la mitad del siglo XVII y dejó para la posteridad lo mejor de la arquitectura barroca romana. El vencedor casi siempre fue Bernini, imaginativo y audaz, celebrado y consentido por los sucesivos Papas durante casi toda su vida. En el otro rincón estaba el no menos talentoso Borromini, un hombre depresivo, de mal talante y bastante desafortunado, y no son pocos los que aseguran que el “accidente” que terminó con su vida no fue otra cosa que un suicidio frente a los logros de Bernini.
Un capricho de la historia hizo que dos de sus obras cumbres convivieran en menos de cien metros. En la esquina de Via del Quirinalle y Via delle Quattro Fontane están las cuatro fuentes de Borromini que embellecen cada punto cardinal, y junto a ellas se encuentra la iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane (cariñosamente conocida por los romanos como San Carlino), una pequeña obra maestra del barroco con su fachada encajonada en el poco espacio disponible, la cual también lleva su firma. Bajando por Quirinale se llega hasta la iglesia Sant'Andrea al Quirinale, a la que Bernini consideraba su única pieza arquitectónica perfecta. Alguna vez su hijo contó que, en sus últimos años de vida, Bernini acostumbraba sentarse en el interior de la iglesia a contemplar su creación.
La isla Tiberina
Aunque suele pasar desapercibida, hay una isla en pleno río Tíber, muy cerca de los principales puntos turísticos de la ciudad. Simplemente hay que cruzar caminando el puente Fabricio desde Trastevere para llegar a la isla Tiberina. Alguna vez albergó el Templo de Esculapio, el dios romano de la medicina, y hoy sigue ligada a la salud con dos hospitales que ocupan más de la mitad de sus 370 metros de largo. El resto de su superficie es un oasis en medio de la agitada vida romana: en invierno es un remanso de paz ideal para ver de cerca el Tíber, en verano se llena de actividades recreativas, con bares de primer nivel, restaurantes, un pequeño mercado, un centro cultural y hasta un cine al aire libre con un festival anual propio.
La Montecarlo
En cualquier rincón de Roma se puede comer una excelente pizza, pero en La Montecarlo la experiencia es única. Es una pizzería tradicional, barata, familiar y con una atención singular: el propio Carlo (el dueño) se pasea entre las mesas recordando con su voz estridente que en este lugar hay “solo economia reale” (lo que significa que no se aceptan tarjetas) y que está prohibido el uso de teléfonos celulares para "no interferir con el horno a leña". Al momento de pagar, seguramente un mozo se sentará en nuestra mesa para preguntarle a cada comensal qué consumió y escribir la cuenta en los manteles de papel. Y las pizzas son deliciosas.
Las estatuas parlantes
Las llamadas estatuas parlantes fueron el lugar donde los romanos podían expresar, libremente y de manera anónima, sus ideas políticas y religiosas, ya sea en forma de poemas o como escritos satíricos. Hubo seis estatuas parlantes en la ciudad, siempre repletas de pegatinas y carteles con críticas a los gobernantes de turno e incluso dirigidas al Papa. Todas siguen en pie y tienen nombre propio. Una de las más famosas es Marforio, que actualmente se conserva en los Museos Capitalinos, pero hay otra que sigue cumpliendo su función: Pasquino, a pasos de la Plaza Navona, donde es habitual encontrar versos cuestionando a la alcaldesa Virginia Raggi, al ministro Matteo Salvini o al Papa Francisco. Tan popular fue el Pasquino que el término finalmente se usó para burlarse de los diarios sensacionalistas, convertido en el español “pasquín”.
El Gianicolo
Roma nació de la unión de los asentamientos que antiguamente poblaron sus siete colinas. Las elevaciones todavía están allí, aunque cubiertas de calles y edificaciones, pero ninguna llega mucho más allá de los 60 metros de altura. Los que quieran descubrir la mejor vista panorámica de la ciudad tendrán que subir entonces al Janículo (en italiano, Gianicolo), el mirador más fotogénico de Roma, que no se cuenta entre esas siete colinas. Para llegar a la cima de sus 82 metros hay dos caminos principales: uno que sube desde Trastevere por escaleras algo cansadoras y (mejor aún) otro que recorre la calle que empieza cerca del puente Principe Amedeo Savoia Aosta (no muy lejos del Vaticano), un recorrido mucho menos exigente pero que representa un trecho bastante más largo. Aunque vale la pena: los atardeceres desde allá arriba son inolvidables, con el sol anaranjado dibujando las siluetas de las cúpulas de las iglesias.
Las Termas de Caracalla
Caracalla fue un emperador que (como casi todos ellos) sabía disfrutar de la buena vida y contaba con los recursos (del pueblo) para montar grandiosos monumentos dedicados a su regocijo y el de las familias más pudientes de Roma. En el año 212 mandó a construir las termas que, por supuesto, llevaron su nombre, con cisternas de 80.000 metros cúbicos de agua en un monumental edificio con baños llenos de la más fina decoración. Los friolentos no podían quejarse: tanto el agua como el suelo eran calentados por hornos especiales. Los lujosos piletones de agua tibia ya no están, solamente queda un “cascarón” vacío, pero recorrer los restos de las Termas de Caracalla es sumergirse en el pasado más opulento de la Roma Imperial e imaginarse por un momento en la piel de un emperador.
El mercado de Sant’Angelo
Todos los turistas han visto el cilíndrico castillo Sant'Angelo de camino al Vaticano, pero son pocos los que reparan en el mercado que rodea al mausoleo de Adriano. Escondido entre los árboles del Parco della Mole Adriana, el sereno mercado tiene puestos de souvenirs, tiendas de bebida y de comida, mesas de ping pong y ajedrez gigantes, juegos de mesa, librerías, bicicletas en alquiler y también autitos infantiles a pedal, música sonando desde los altavoces y hasta suelen proyectarse películas.
Arco degli Acetari
Muy cerca de Campo de' Fiori está el Arco degli Acetari, un conjunto de casas privadas en torno a un pequeño patio, tal vez el más pintoresco de Roma. Es un diminuto y fotogénico oasis de quietud y fachadas color pastel, al que se ingresa desde un arco muy deteriorado en Via del Pellegrino 19. Es un lugar privado pero de acceso libre y, si se respeta el silencio, los vecinos nos permitirán tomar algunas fotografías.
Largo di Torre Argentina
Donde hoy está la plaza Largo di Torre Argentina fue el preciso lugar donde Julio César, tras recibir un cuchillazo mortal, (supuestamente) pronunció la célebre frase: “¿Tú también, Bruto?”. Ajenos al acontecimiento histórico, decenas de gatos adoptaron la excavación arqueológica como su hogar y se desperezan casi como si se estuvieran burlando de los turistas, que no tienen permitido bajar.